IDA

Noto el fluir de la orina. La presión en el pecho desaparece. Poco a poco respiro mejor. La Tierra se aleja…

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Soy JÂN, el piloto.

«¡Atención a Casa…, atención a Casa…!»

«Maniobra perfecta»

«No os oigo»

«Paso a fase de redirección»

«Horizonte… Llamando a Horizonte…»

«¿Plataforma de acoplamiento libre?»

«Contesten, por favor»

«Aquí Plataforma-aquí Plataforma»

«Vía libre»

«Siga instrucciones-siga instrucciones»

«En pantalla trayectoria-en pantalla trayectoria»

«Conexión ordenador central-conexión ordenador central»

«Automático OK-automático OK»

Tengo tiempo. Es lo único que me sobra. Debo entretener la mente mientras las máquinas trabajan. La impaciencia está prohibida. La desesperación no existe. Importa el viaje.

Recuerdo…

Aquel sí fue un periplo complicado.

Estaba tres asientos detrás de Omar, a su izquierda. El muchacho, muy nervioso, no hacía más que palparse el costado. Hacía calor. En una de las paradas entablé conversación con él. Tenía rasgos norteafricanos. Le comenté si no iba muy abrigado. Enrojeció. Era muy friolero, me dijo. Y también simpático, pensé. Una lástima no pudiera disimular su origen. Ello le hubiera abierto muchas puertas en nuestra sociedad tan xenófoba…

A medida que devoraba kilómetros, el autobús se bandeaba más y más en las curvas. La suspensión debía andar tocada. Además, el firme de la carretera no lo era tanto. En algunos tramos el asfalto parcheado producía un sonido peculiar, algo siniestro.

En fin, nadie supo cómo pero el autobús empezó a traquetear en una larga recta. Nos salvó la ausencia de otros vehículos. Hubo un doble reventón de ruedas a causa de un bache disimulado bajo el calor radiante que generaba unos rizos translúcidos a modo de espejismo. Tras volcar lateralmente se produjo un arrastre prolongado. Después, un incendio.

La gente pugnaba por salir a través de las ventanillas. El conductor estaba malherido. Omar y yo, achicando viajeros por las puertas que, afortunadamente, habían quedado hacia arriba.

La sangre siempre es muy escandalosa. Muchas contusiones y un par de fracturas. El marroquí, encaramado en lo alto, iba cogiendo a la gente que no se podía valer por sí misma. Vi que se desprendía de su raída chaqueta, que le venía grande. También de un curioso chaleco de caza con muchas cremalleras y bolsillos repletos de…

Le miré sorprendido. El hizo lo propio y, encogiendo los hombros, siguió, seguimos, con la tarea de salvar a todos los que pudiéramos…

Una vez lejos del accidente, oímos cómo las sirenas ululaban y el sonido de un helicóptero de tráfico taladraba el espacio.

A poco, estalló el depósito del autobús elevándose por los aires una gruesa columna de humo. Quizá demasiado potente había sido la explosión pero nadie pareció darse cuenta.

Ya en nuestro destino, Omar se me confesó. Era un comando suicida al que habían obligado a realizar un atentado. Aterrado, terminó huyendo en sentido contrario. El resto yo ya lo sabía.

Viendo que nadie preguntaba nada y que el muchacho se portó como un héroe, a mí me pareció oportuno ignorar algún pequeño detalle…

Creo que recompensaron a Omar con un empleo en la Empresa de Transportes. Inteligentemente, la criatura afirmó haber perdido su identificación en el incendio. Dijo llamarse Tadeo (como el Judas bueno de la Historia Sagrada, pensé) y que era huérfano…

«¿Está usted dormido?»

«¡Abra la sección de carga de su nave!»

«Vamos a meterle víveres para un año o dos»

«¡Cargando!»

Sin desprenderme del traje de seguridad manejo los controles de apertura. Maniobra inútil si no coincide con el protocolo establecido.

Esta vez funciona todo a la primera…

«Pulcritud, precisión, eficacia, amor por el trabajo», decía mi padre. Tenía razón, rumio para mis adentros.

¡Ah, mi pobre padre, tan formal y responsable!

De Caballería era. «Ni pero, ni es que…». «Las señoras y los niños, primero». «En la mesa y en el juego se conoce al caballero». Y otras cien sentencias con las que me apostrofaba de continuo. Entonces me parecía terrible. Ahora le recuerdo tierno, como cuando murió mamá…

¡¡¡PENSAMIENTO NEGATIVO!!!

¡¡¡EVÍTELO!!!

¡¡¡TOME UNA DOSIS!!!

Abro, a regañadientes, el bolsillo superior de mi traje especial/espacial y extraigo de una cajita plateada una partícula euforizante.

En el Espacio Exterior no se permiten añoranzas. Al menos, mientras se permanece en estado de vigilia. Unos sensores acoplados al traje remiten a un sistema específico cualquier variación emocional profunda. Eso puede alterar la misión por lo que se contrarresta de inmediato con química. Si no funciona, siempre quedan las microondas que inducen un sopor hipnótico relajante.

«Carga a término-carga a término»

«Prosiga viaje»

«Suerte»

«Desconexión-desconexión»

La nave se aleja de la «Estación de Abastecimiento Horizonte» de donde se surten los que van a atravesar zonas con grandes mareas de neutrinos y de radiación cósmica. En aquella, los alimentos están especialmente tratados con ozono y otros elementos. Su durabilidad es de hasta diez años euclidianos. Suficiente para un viaje intermedio, en el ámbito de la Vía Láctea.

JÂN se pone en posición.

Abre la cápsula de sueño. Se introduce en ella. Al momento un gas sustentante invade el receptáculo. Apenas ha tenido tiempo de verificar su trayectoria, elegir los sueños a disfrutar en los próximos tres meses y de conectarse el soporte líquido alimenticio en vena.

Empiezan a perfilarse antiguas imágenes.

Suena:

«Bueeenaaassss noooochessss, mi amoooor…»


JÂN está saliendo de la ducha y su madre, jovencísima, le frota el cabello y le susurra viejas baladas… El sueño le invade hasta el tuétano.

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Han pasado tres meses.

El espacio empieza a distorsionarse.

Frente a la nave que, viaja en automático, hay un gigantesco y extraño objeto

«Repita mensaje decodificado-repita mensaje decodificado…»

«OK»

«SEMBRADOR a OUMUAMUA-II»

«OK»

«SEMBRADOR en tránsito»

«Buen viaje»

«OK»

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¿VUELTA?

JÂN realizará con éxito su misión: sembrar de materia orgánica, oriunda de La Tierra, unas cuantas lunas en el confín del Sistema Solar.

Luego volverá sabiendo que quizá nadie le espere.

Pasará su viaje en continua ensoñación, eligiendo los mejores momentos de su existencia: una pequeña resurrección controlada.

No le preocupa la llegada del tránsito definitivo. Ni le importa.

Eso es trabajo de Dios.



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