¿Recuerdas el día que me dijiste que no querías morirte sin ver la sierra de las aldeas de pizarra? Ese día empezamos a vivir donde los prados poblados de castaños nacían en la niebla mágica del otoño, donde el silencio de las minas romanas hablaba de los ríos que hacían de regazo de las cumbres más elevadas. Si escuchábamos atentamente podíamos oír las palabras de los contadores de cuentos.
Tu mirada adivinaba el sendero. Ya casi caminábamos. Estábamos decididos. Pero hay viajes imposibles.
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