A oscuras, Elena respira profundo intentando recuperar la calma para ordenar sus pensamientos. Repasa su entorno minuciosamente en espera de un destello de luz que la oriente, es inútil.

—¡Ayuda! ¡Por favor! —grita con todas sus fuerzas.

¡Sáquenme de aquí! lo suplico, alguien di…— su voz se apaga al imaginarse completamente sola.

« ¿Cuánto tiempo ha pasado? Mi padre… debe estar buscándome, tienen que estar buscándome. Tranquila, tranquila. » se consuela la pequeña.

Luego de varios minutos sufridos como una eternidad, se atreve a estirar los brazos que tiemblan como papel al viento. A ciegas, sus manos que iniciaron la búsqueda recelosas, rápidamente se vuelven dueñas de lunáticos movimientos que nada logran palpar. Comienza a caminar hacia una misma dirección, al menos así lo siente. Camina a paso lento, luego más rápido, finalmente corre. Nada se interpone, nada termina ni nada comienza.

Elena desiste y el deseo de tenderse en el suelo la invade.

« ¡Claro! » reacciona.

Se arrodilla de inmediato y posa sus manos en una superficie perfectamente lisa, se arrastra intentando conseguir un relieve. Nada, absolutamente nada.

Dándose por vencida, se desploma y cierra sus ojos con fuerza teniendo la esperanza que si duerme, al abrirlos nuevamente la pesadilla habría terminado.

Sin lograr escapar de sus pensamientos, Elena intenta recordar lo último que hacía antes de la interminable oscuridad.

« Yo estaba… necesito recordar, ¿Dónde estaba? yo estaba… » Falla.

—No, no, no…¡Mamaaaaá! — reclama entre sollozos.

Elena llora desconsoladamente hasta concluir que nadie puede ayudarla ahí excepto ella misma. Extrañamente eso la tranquiliza y logra pensar con claridad.

« ¡Las escondidas! ¡Estaba bajo mi cama! con mis muñecas, quise esconderme con ellas bajo mi cama hasta que mi hermana me encontrara. Esperé un poco y…ya no recuerdo más, ya no recuerdo más.»

Elena abre los ojos. Está bajo su cama, con sus muñecas. Exactamente como lo recordaba. Alterada sale de su escondite y baja las escaleras en busca de su familia, sus voces se escuchaban desde la habitación.

La escena la desorienta aún más. Su mamá y su hermana lloran sentadas en el sillón mientras su papá habla con los que parecen ser tres policías en el umbral de la puerta de entrada.

—…Sólo tiene ocho años. Elena es…— Explica el papá a los oficiales hasta que Elena desde el final de las escaleras interrumpe:

—Aquí estoy.

Les toma a todos unos segundos reaccionar. La mamá de Elena es la primera, se lanza sobre ella y la abraza con fuerza sin decir una palabra, su hermana la sigue. El papá finalmente se quiebra y deja correr las lágrimas que había contenido todo ese tiempo.

—¡Elena, hija! ¿dónde estabas? ¡estábamos aterrados! te buscamos por todas partes. Te buscamos en cada rincón, recorrimos las calles, estábamos imaginando lo peor. Fueron ¡seis horas!. —Rompe el silencio la madre.

— ¿Buscaron bajo mi cama? —pregunta Elena como sabiendo con temor de antemano la respuesta.

—Más de una vez, hija. — responde el papá.

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