Tu sonido inundó todos mis pensamientos, los ahogaste, los aplastaste. Tu espuma lavó mi cuerpo, lo purificaste, lo sanaste. Tu azul cristalizó mis ojos, los llenaste, los curaste.
De mí, de mi recuerdo y de quién era solo quedó mi cabello. Hijos rojos que flotaron por tu inmensidad, llegaron hasta tus pies y los volviste parte de ti.
Y cuando acabaste, cuando saciaste mi sed, cuando mis pecados perdonaste; tus olas me regresaron a la orilla donde todo empezó.
La arena me acunó y me devolvió a la realidad pero ahí seguías tú, inmenso y perfecto, mirándome desde lejos recordándome mi pasado, mi futuro y mi presente.
Recordándome que en ti siempre encontraré paz.
OPINIONES Y COMENTARIOS