Entre quedarse y partir.

Entre quedarse y partir.

Desperté con una irrefutable mueca de placer.

Por primera vez había logrado llegar a ese lugar, mezcla de realidad y ficción, y qué mejor que con mis seres queridos…

Miraba con desconcierto el lugar.

Es donde quería llegar?

Descartó que la respuesta sea negativa.

Ya lo dijo un cantautor «Si uno no está donde el cuerpo, sino donde más lo extrañan», y estoy segura que allí me extrañaban…

Que otro podría elegir para ser feliz?

Egipto?

Las pirámides?

La tumba de Tutankamon, lugar donde quise llegar desde que me recuerdo imaginando un viaje…

Esto fue supremo, ideal, fantastico. A pesar de que ocurrio despues de ese dolor fuerte en el pecho.

Sin autobús, auto o avión, sereno, feliz, relajado.

Me recibieron con el inconfundible aroma de la torta de naranjas de mi Nona Honoria, leche tibia y miel , con el dulzor exacto, ni empalagoso, ni amargo.

Por varios minutos creí tener unos pocos años y estar corriendo entre los malvones y jazmines paraguayos de la casona inmensa de mis abuelos.

Bueno, creía o estaba?

Fue casi al instante que me mecía en el columpio de goma vieja que con tanto empeño me realizara el Nono Monzón…escuchaba su voz ronca, ronca y protectora, «no te sueltes mi niña, que volaremos alto, hasta patear una nube y derramar un par de gotitas de lluvia».

Voy a confesarles algo, en voz baja, para no parecer tan tonta, pero mucho, mucho tiempo, creía que lo podía lograr, de tal manera que siempre que caían gotas, mi Nono querido me decía «hoy una gurrumina con su hamaca llegó a las nubes».

De repente una voz chillona y muy fuerte dijo «a lavaros las manos y a poner la mesa, que la comida esta lista»

Con cuánto placer ayudaba en esa tarea, me sentia tan importante y responsable cuando mi Nona me permitía manejar su vajilla tan hermosa. Siendo pequeñita, la labor era alcanzar el pan, pero ese momento en que podias trasladar la loza era sinónimo de grandeza. el voto de confianza para sentir que ya eres adulta, como si existiera una ley, un decreto que estipulaba que quien manipula la porcelana pasa, sin escala, de niña a mujer.

Y disfrute ese almuerzo: un puchero gallego, de esos que te aumentan el colesterol y triplican los triglicéridos, no apto para débiles de estómago.

Con chorizo colorado, osobuco o caracú, como decía mi viejo y toda la verdura de estación, papas, batatas, choclos, zapallos y todo el verdeo de esa quinta, que odiaba cuando había que sacar yuyos, pero amaba en sus torrejas y tortillas de acelga o espinaca, fresco, rico, natural.

Con sonrisa pícara de todos, pispeabamos a quien recibía en su plato la hoja de laurel, designio indiscutible de que debía lavar los mismos jaja

Ya saciada, llegó el café de papá, a pesar de los rezongos de mi mami, por que los niños no deben consumirlo, yo sabía que cuando me llamaba para llevar la taza a la cocina, en ese momento, justo cuando me hacia el guiño de ojos, quedaba lo suficiente como para que yo también disfrute de esa maravilla, cafe en granos, recién molido, lo mas rico que hay.

Como tantas otras veces,no me salve de recostarme a la siesta, apesadumbrada por los relatos de la solapa, alma en pena que se encargaba de llevar todo niño o niña que osara no dormir en ese horario en que solo se escuchaba el canto de los pájaros o la propia respiración.

O el viejo de la bolsa… cuántos linyeras me propiciaron tremendo susto, cuando agobiados de hambre y sed, ingresaban a la estancia a pedir un poco de agua y algo para comer. Cuando los veía venir, prometía dormir tranquila, sin escapar por la ventana o robarle las cartas a el tio para jugar al solitario jaja, la inocencia a flor de piel.

Soñe con mi propia vida dentro de mi sueño, y me despertó la risa de mi madre. Que placer tomar mates bajo la parra … con tortas fritas y dulce de leche casero, escuchar los acontecimientos del día, si nacieron muchos terneros,relato de papá, si hay muchos pacientes en el hospital (lugar de trabajo de mamá, de profesión enfermera).

Todavía, a pesar de que ocurrió no sé en qué tiempo o lugar, tengo impregnado aquellos aromas imborrables, nunca un atardecer volvió a tener esa mezcla de miel y jazmín, el café no perfumó la casa y las voces queridas. de a poco se fueron desdibujando, mezclados con las actuales, como la de mis hijos con su abuelo o la propia con la de mi abuela.

Sin dudas, Dios, algo o alguien me regaló este viaje a a mi niñez.

Imposible explicar que fue el mejor viaje.

A pesar de las miradas de preocupación de la familia, en aquella cama de hospital.Resultado de imagen para fotos de familia en una mesa antigua

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