Te pido perdón Buenos Aires por no ver en tu arquitectura la figura de ese puente llamado Mujer.
En tiempos lejanos viví tus calles, tus obras, tus cafés y tu historia. Pero esa noche…solo tuve ojos para él.
Aun así te recuerdo particularmente bella. Tropecé con una de tus galas más porteñas que nunca, con tu llovizna sobre el Plata y con voces ajenas y lejanas que me participaban en una película que luego vería mil veces.
En zapatillas rojas, sobre adoquines, cargué mis libros entre tus farolas afrancesadas.
Mientras íbamos a la estación, recité en silencio el poema de tu Borges, el de las despedidas, ese que dice: “Entre mi amor y yo han de levantarse trescientas noches como trescientas paredes”.
Fuiste mi cómplice, Buenos Aires. Y te volviste pequeña para que recuerde solo su andar.
En zapatillas azules, sobre otros adoquines, y bajo farolas de la esquina equivocada.
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