El sagrado pepino

El sagrado pepino

Luci

17/07/2019


El traqueteo del tren relaja mi cuerpo cansado. Cierro los ojos, me acomodo en el asiento y el sueño comienza a ganar terreno después de una dura jornada. Aún no entiendo como pude dejarme arrastrar hasta la gran ciudad. Barcelona no formaba parte del itinerario, pero las imagenes de una grandiosa catedral en un folleto abandonado, me impulsaron a cambiar el billete y a dirigirme hipnotizado hacia ella.

La verdad es que la primera impresión que recibí al salir del metro no defraudó mis expectativas. Torres de picos infinitos se elevaban hasta el cielo, imponiendo su presencia ante una multitud de turistas sudorosos. Maravillado caminé hasta el parque que hay delante, me quité los zapatos y continué descalzo mi camino por el césped, hasta encontrar el sitio perfecto donde recostarme para observarla. A partir de ese momento, la sombra del viejo árbol se transformó en mi pequeño mundo, ya me sentía mejor.

Disfrutaba de cada curvatura, e intentaba retener en mi memoria los detalles y esculturas que la adornaban. Ya no volvería a pasar por allí, así que me abandoné a la contemplación descarada de tremenda construcción.

Su voz me despertó del ensueño.

-¡Hola! -dijo alguien.

Di un respingo y miré de mala gana en dirección a la voz. No contesté.

-Perdona si te he asustado -continuó entrometida-, soy Nuria.

La observo confuso, y una gran sonrisa me obliga a contestar.

-Mario -digo mientras estrecho su mano abierta.

-No hay muchos por aquí como tú.

-¿Como yo?

-Y mira que he visto de todo. Trabajar en el McDonald es lo que tiene, te cruzas con cada personaje…

Su comentario me irrita, e intento callar su intrusión con indiferencia, pero ella no se siente aludida.

-Fíjate que el otro día estaba tomando el pedido a una pareja de gais, y de repente, otro cliente vestido de payaso, comienza a gritarles que adonde iban con esas pintas y cogidos de la mano. Los chicos se quedaron de piedra con las palabras del tío, y uno de ellos responde: «¿Pero tú te has mirado en un espejo? ¡Payaso!». No veas la que se armó, si hasta vino la policía.

¿De dónde ha salido esta mujer?

-Pero tú…tú…-me observa con detenimiento- tienes cara de los que piden «MyCombo Ensalada de la Huerta»; quiero decir, de los que van a una hamburguesería a comer ¿vegetales?, ¿me lo puedes explicar?, y no es que no lo haya preguntado, pero es que esa minoría hermética, me mira como lo estás haciendo tú en este momento y nunca me contesta. ¿A que tú si lo harás?

Estoy a punto de salir corriendo; pero sin darme tiempo a reaccionar ella prosigue.

-Y te preguntarás que tiene que ver el payaso con tu cara de ensalada. Pues que él se pidió un McMenú con patatas de luxe, lo que significa que pertenece a ese tipo de personas que el comer carne los vuelve agresivos. ¿Lo sabías no? -con expresión dudosa agrega-, por las dudas te lo explico. Hay estudios científicos que demuestran que una dieta basada en el consumo de carne nos pone violentos, porque también comemos la violencia que sufre el animal en el matadero. ¿A que es horrible Mario?

-Yo…

-Por eso pensé, al verte disfrutar con tanta delicia de la creación de Gaudí, y con esa admiración de arquitecto recién salido de la universidad, que eras diferente. ¿Porque eres arquitecto no? Ya sé que todos los de tu gremio comen carne, pero algo me dice que tú no. Lo veo en tu mirada, eres de los míos Mario. No creas que no me he dado cuenta -mira con recelo en todas direcciones y se acerca para hablarme bajito-, sé que puedes verlo, como yo.

Señala con su dedo hacia las torres y continúa hablando en un susurro.

-Pepinos gigantes.

Luego hacia las figuras que adornan la fachada,

-Escarolas y jugosos tomates.

Hace un gesto circular con la mano, que envuelve por completo la iglesia.

-La gran ensalada de la vida. Creación, arte, frescura…

Y para terminar apunta hacia la muchedumbre que se agrupa a su alrededor.

-Y de esos insectos asquerosos hay que protegerla.

Comienzo a recoger mi mochila.

-Porque estarás de acuerdo conmigo Mario, en que una buena ensalada lleva lechuga, tomate y pepino. Lo demás sobra. Mira que le he dicho de veces a mi jefe que agregara pepinos a los menús, pero ni caso el muy cabrón.

-Tengo que irme.

-Espera un momento -rebusca entre los bolsillos de su pantalón-, toma descuentos, prometo poner a tu ensalada extra de ingredientes.

Los agarro por educación, y para quitármela de encima cuanto antes. Le digo adiós con la mano y me dirijo presuroso hacia la estación.

Me giro un momento y la veo parada observándome, con su sonrisa intacta. Mi cuerpo se estremece. Acelero el paso.

Con disimulo vuelvo a mirar y ya no está. Suspiro aliviado.

Quiero volver cuanto antes a mi rutina viajera. Nunca debí desviarme de mis planes, pero bueno, un poquito de improvisación de vez en cuando no está mal dice mi psiquiatra.

Estoy a punto de bajar las escaleras del metro cuando ella aparece frente a mí, con esa asquerosa sonrisa. Intento esquivarla, pero me corta el paso. Su mirada me paraliza y espero a que hable.

-Por todo lo que veo en ti, no puedo dejarte ir así como así -me coge una mano y la coloca sobre uno de sus pechos-, quiero tu pepino en mi boca.

Me zafo al borde de un ataque de ansiedad y echo a correr veloz, sin mirar atrás.

«Será toda una aventura hacer este viaje Mario, el tratamiento podría mejorar muchísimo», resuena en mi cabeza la voz del doctor Muñiz tras una carrera de película.

A kilómetros de distancia de Barcelona me persigue la sensación de su presencia. Ahora sí, el doctor tendrá que reconocer que su diagnóstico de delirio persecutorio es absurdo. ¿Si no, como se explica que esa desconocida supiera que soy vegetariano, gay y arquitecto?… Seguro que me está observando.

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