Son varias las noches en las que me despierta de mi sueño el viaje al pueblo de mis ancestros.
En la oscuridad de mi cuarto, mientras espero el sueño reparador, empiezo a vislumbrar ARIZALA (roble ancho), su nombre, me hace sentir una especie de promesa con mis antepasados.
Es curioso, pero a medida que los años me van envolviendo, pensamientos obsesivos se instalan en mi interior, pidiéndome realizar este viaje.
Al entreabrir mis ojos, vislumbro corriendo por las paredes las hojas de sus viejos árboles movidas por el fuerte viento; me veo introducida en un vagón de tren y desde su ventanilla paso por muchos lugares conocidos, de los cuales me viene el recuerdo del gotear de la lluvia sobre la fresca yerba, las caricias del tibio sol, también, el sabor de la dulce brisa del mar con sus playas de arena fina, en las que dejé impresas las huellas firmes de las gaviotas.
Después, apeada del oscuro vagón, empiezo a sentir el calor más antiguo de mi existencia; el del viejo hogar. Me veo introducida en sus estrechas callejuelas, donde desde el interior de los oxidados ventanales, largos y firmes brazos me aprietan con fuerza, atravesándome por el oscuro y opaco cristal, hacia el interior de la humilde vivienda. Es su olor quien me abraza a lo mío, a mi sangre.
Apenas queda algo de luz en la estancia, solamente la tenue claridad del alba, mi corazón comienza a bombear, paseo sus rincones, entonces solamente comienzo a contemplar, paredes y techos resquebrajados, suelos tan agujereados que apenas puedo introducir mis zapatos. Más al fondo, a través de un pequeño ventanal se empieza a vislumbrar algo de luz. Son los viejos robles, entre cuyas ramas escondidos, pequeños pajaritos gorjean y al fondo todo el majestuoso y a la vez sencillo Valle del Yerri.
Mi sueño se ha agotado. Ahora pienso con mis ojos todavía entornados, en lo que disfrutaré con el olor a pan caliente de su panadería, sus adoquines diferentes, los campos largos y llanos, donde parte del sudor de los míos quedaría filtrado entre su fértil tierra y, al final los recovecos de sus callejones en los que tanto amor se dieron.
Mi hijo que ahora vive en Inglaterra, me ha invitado a compartir un viaje tentador, un crucero a Japón visitando sus islas exóticas.
No se ha dado cuenta que para su madre este maravilloso viaje no representa ninguna ilusión, mi sueño hoy, está en el regreso a nuestras raíces. Imaginarme a través de sus tierras parte de la vida de los que nos precedieron. Percibir sus trabajos, inquietudes, anhelos, para mí, en estos momentos de mi vida más interesante que contemplar los bellos islotes, que en mi interior no dejarían huella.
Estoy contando los días que me quedan para ésta mi genial aventura y al mismo tiempo tan sencilla. Podré visitar la iglesia en la que se dieron el sí hace un gran número de años, con gran amor, sin ostentaciones y vanidades.
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