Emulando a Gauguin

Emulando a Gauguin

Atalanta💫

10/06/2019

Llevo cuatro horas metida en este trasto y lo que me queda. Por la ventana veo el ala izquierda del aparato, tiene un color distinto al resto, creo que es un injerto de algún avión siniestrado. Se lo he preguntado a la azafata y dice que qué cosas tengo, ¡ya! ¡ya! mira los de Viven cómo acabaron, desde luego yo a esta antipática no me la comía.

Creo que me vigila, le he pedido varias veces agua, también me he bebido dos wiskis y me he tomado tres pastillitas azules, no sé para qué son, me las ha metido en el bolsillo mi amiga Ana, cuando ha venido a despedirme.

—Por si te encuentras mal. –Me ha dicho con su vocecita de cazallera.

Mal no, me encuentro fatal. A lo mejor me he pasado con las pastillas, tengo la cabeza como una olla exprés.

Definitivamente la azafata me odia. ¡Qué cara de perdonavidas! Parece que nunca ha visto a una pasajera mareada. En estas circunstancias me temo a mí misma, ojalá que no me de la risa, me pasa en situaciones de stress.

La última vez fue hace un par de semanas, el día que Carlos me dejó. Llevábamos cinco años juntos, con esa boquita de piñón me dijo:

—Lo siento cariño pero me he enamorado de otra.

Estábamos en Paolo’s, comiendo espagueti, como respuesta se los tiré a la cara, pero lo peor estaba por llegar, empecé a reírme como una loca, por lo menos estuve cinco minutos sin parar, hasta que me quedé sin fuerzas. ¡Lo que cansa reírse!

Salvatore, el encargado, asustado me llevó a su oficina, allí la risa se volvió llanto, yo amaba a Carlos con todo mi corazón, aunque se tiñese el pelo de negro-azulado. La verdad es que no le quedaba bien, me gustan más los hombres con canas, aunque el toque rojizo de la salsa boloñesa le daba un punto, no pude decírselo había salido corriendo enfadado.

Decidí cogerme vacaciones, necesitaba poner tierra de por medio.

Mi narco-amiga, Ana, que es muy bohemia, me dijo que emulara a Gauguin y buscara mi propio Paraíso, como yo no estoy hecha para los sitios tranquilos he decidido ir a Chicago, a ver uno de los cuadros del maestro. He elegido el que tiene el título más largo «¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿Adónde vamos?» dicho en francés es más bonito, pero los idiomas no son lo mío.

No sé la respuesta a esas tres preguntas, lo que tengo claro es que a un avión no me subo más, ya veré como vuelvo a casa. La idea del barco tampoco me gusta un pelo, ¡Mira el Titanic!, ¡Pobre Di Caprio!

He visto una luz intermitente a lo lejos, a ver si ahora nos van a abducir unos extraterrestres, con la suerte que tengo lo mismo me cogen sólo a mí y me devuelven a la tierra dentro de cincuenta años. Lo bueno es que Carlos estará hecho un higo y yo con el mismo aspecto que ahora.

La comida es horrorosa, esa cosa verde que ponía que era gazpacho me ha sentado fatal.

Las turbulencias me han pillado en el baño, busco el cinturón de seguridad pero no hay, me agacho debajo del lavabo, creo que eso se hace en los terremotos. Un tío, con cara de pocos amigos, me ha sacado de allí y me ha llevado a mi asiento.

Es el copiloto. ¡Que bochorno!

Por fin hemos llegado, en mi vida había rezado tanto. He salido la última porque no encontrábamos mis zapatos.

¡Qué agradable la azafata! al final nos hemos hecho amigas. Creo que le he dado mi tarjeta y al copiloto también. ¡Qué bien me siento! Estoy en tierra y sigo flotando ¡Que bonito es el aeropuerto!

He cogido dos veces la maleta de otros pasajeros. Parece que todo el mundo tiene una maleta roja. Así que he decidido esperar a que sólo quedara una.

Veo a lo lejos un cartel con mi nombre algo borroso.

—¡yuuujjuuu, aquí! –grito

El portador del mismo se acerca.

¡Madre mía! ¿Quien dijo Carlos? en su camisa pone Paul, ¡Coño, como Gauguin! Aunque se parece a Georges Clooney.

¡Cómo me gusta Chicago!

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