––Estamos en el año 2219, ya debemos dejar esa odiosa costumbre de celebrar el día de trabajador. Desde que ocurrió la revolución de Assembler ya nadie, ni una sola persona en este planeta tiene que trabajar. Él lo controla todo, fábricas, talleres y plantaciones, sus máquinas producen de todo para todos y nosotros todavía con la ridícula costumbre de celebrar el primero de mayo, ¡vaya hipocresía!

––Ya lo sé, pero es que somos una raza trabajadora, la gente hoy en día se esfuerza en cosas inútiles solo para gastar sus energías, como los recogedores de basura voluntarios, representan más bien una molestia, las calles asignadas a ellos no quedan igual de limpias, he visto que después que ellos terminan, pasan las máquinas aseadoras y dejan todo perfecto, impoluto, como tiene que ser.

––¡Es que no tiene sentido! Más bien los importunamos con nuestras quejas y peticiones, gracias a ellos ya nadie se enferma y vivimos más de 200 años. Fíjate en mí, tengo ciento veinte y corro cinco kilómetros diarios, nunca se me ocurriría quejarme o pedirle algo a una máquina, lo han hecho todo por nosotros deberíamos estar agradecidos, ¡pero nooooo!. Por ejemplo, la liga pro-humana lucha para una vida sin ellos, están de remate te lo digo. Assembler los debería mandar a ese planetoide que está fabricando en el espacio.

––Es todo una completa locura, ni mencionar a la gente que todavía come sólidos ¡Fin de mundo! hace décadas que no sé lo que es un bocado, ni tampoco evacuar, ya en las casas ni hay excusados, de solo pensarlo, en el acto me dan nauseas.

––Sin embargo amigo, algo de razón tienen, ponte a ver, de las veinticuatro horas del día me las paso diez sin hacer prácticamente nada, viendo películas antiguas de hace cien años ¡Y en una pantalla! a la vieja usanza. Ya dos veces me han tenido que regenerar desde cero mis dos ojos, somos incorregibles. Yo me aburro de vivir muy rápido, es por eso que me puse en coma por veinte años, ya estaba harto de vivir y ahora me está empezando a cansar de nuevo. Si algo envidio a las gentes de antaño es que se morían sin más. Hoy día no es posible morir, esa ley del traspaso de conciencia me parece absurda. Cuando me vaya, yo quisiera desparecer para siempre.

––Yo también me quisiera ir así, pero no es posible, ni siquiera el suicidio, que a tantas almas el descanso dio, es practicable hoy día. Si te matas te reviven, así de simple. Estamos en la prisión de la vida.

––Amigo, pero es que el ser humano es inconforme por naturaleza, eso nunca nos lo podrán quitar. Fíjate, ayer estuvimos en Tokio en la exposición histórica de automóviles con ruedas, doce minutos duró el viaje de diez mil kilómetros y ya estábamos de quejicas por un retraso de 0.5 segundos en el Hypertren. Nunca aprendemos.

––Ayer nada más conocí una mujer que me dijo que estaba desesperada por morir, que envidiaba la vida corta y feliz de sus antepasados, había tratado de suicidarse diez veces y otras tantas la han revivido y no quiere traspasar su conciencia a ese “colectivo de almas” que no es más que el verdadero infierno. Pobre criatura.

––La verdad, no extraño la vida de mis antepasados, yo nunca he sabido lo que es sufrir una enfermedad, nuestros cuerpos son genéticamente perfectos, ¿Sabes el infinito sufrimiento que causaba el cáncer? El lento declive de los órganos, el sufrimiento de los familiares y sobre todo el dolor, ese dolor que nunca te abandona hasta que dejabas de respirar. Ahora no hay médicos que te digan que droga tomar ¿recuerdas a los médicos?

––Jajajajajaja, ni médicos ni abogados ni albañiles amigo, todo lo hacen las máquinas, todo lo hace Assembler desde su trono etéreo. Tienes razón, no existe motivo alguno para celebrar el primero de mayo. ¡Ya ni siquiera hay dinero!

Los dos amigos continuaron conversando, sentados en dos poltronas acristaladas en una terraza ubicada en el piso 200 de un enorme complejo recreacional donde un millón de personas permanecían indefinidamente por el tiempo que quisieran, haciendo todo tipo de actividades recreativas y de ocio. A sus pies, un paisaje nocturno de millones de luces blancas se perdía de vista, con vehículos voladores autopilotados yendo y viniendo. Abajo en la ciudad, las personas caminaban por amplios bulevares, no había tiendas, comercios ni restaurantes, solo amplios espacios de paseo peatonal y de esparcimiento. Como la posesión de mascotas estaba prohibida, las personas paseaban réplicas cibernéticas de perros, gatos, monos y otros animales. Había androides por todos lados, unos flotaban con una elevación de treinta centímetros arrojando a presión contra el suelo una mezcla vaporizada para limpiarlo y desinfectarlo. Otros, de forma humana y casi tres metros de altura, hacían labores de patrullaje. Todas las personas lucían jóvenes y robustas, ninguna de ellas parecía sobrepasar los cuarenta años, aunque la mayoría de ellos rondaban los cien. El trabajo no estaba prohibido, pero nadie, absolutamente nadie trabajaba.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS