Cuando me llamen les contaré la famosa historia de la gran matanza de gatos: unos obreros de la Francia del siglo dieciocho detestaban a sus patrones. Se daba la situación de que estos últimos tenían muchos gatos. Entonces, a los obreros se les ocurrió subirse por las noches al techo de la casa del patrón e imitar fuertes maullidos para no dejarlo dormir. Cuando el patrón les pidió que matasen a los gatos, lo hicieron entre risas; la primera en caer fue la gata de la patrona, y luego, cuando rememoraban el hecho, se reían a más no poder. Lo hicieron como una forma de resistencia a la opresión. Eran bromas habituales; es que las bromas laborales son una tradición. Así, los jefes me entenderán; ellos mismos habrán pasado por bromas siendo novatos, o las harán a otros ahora.

Ahí viene Gutierrez.

—¿Qué novedades tienes para mí, querido Gutierrez?

—Ninguna, José, pero te aviso que se está complicando porque la nueva le agregó una cuestión de género.

—Dime que es broma…

—Te aseguro que no lo es.

—¡Claro!, ¿me van a hacer sufrir un rato más?

Gutierrez me mira serio, increíble (tan jocoso siempre), lo conozco desde hace quince años y no puedo creer lo que dice:

—Es que los tiempos cambian, no te puedes resistir, son nuevas épocas, hay que adaptarse un poco, José.

—Pero ¡qué dices! Son una tradición las bromas a los nuevos en el trabajo, son una forma de resistir, de no volverse una momia de oficina. Te conté que mi padre trabajó toda su vida en una fábrica. Al empleado nuevo, entre todos, lo mandaban a buscar un imán para aluminio (el tipo no sabía que eso no existe) y lo paseaban toda la tarde de aquí para allá, y después de un tiempo era un “bautizado”, formaba parte del grupo, y si se enojaba, o tenía mal carácter, era peor, y no se lo integraba jamás. Así que, realmente, la nueva resultó ser de lo peor…

—Te digo esto y me voy a seguir trabajando porque el clima está terrible —me interrumpió — en la oficina te quieren agradecer por haber asumido la responsabilidad. Ha sido de buen colega, aunque, realmente, bueno, yo creo que has sido tú…¡ojo, yo te entiendo!, pero los tiempos cambian…cuando mi viejo llevaba veinte años en una empresa estatal, la privatizaron, y no se pudo integrar, se desmoronó, los nuevos le hicieron la vida imposible a los antiguos; por eso digo, los tiempos cambian.

—Bueno, Gutierrez, nos vemos luego. Ahí viene el chupamedias de Manuel Vasquez.

—Hola, José, como ya sabrás, la Comisión Directiva estuvo dirimiendo tu caso. Ya nos conocemos desde hace un tiempo y sabes que te hablaré sin rodeos. Te van a desvincular de la empresa hasta que se resuelva este asunto. Te vamos a brindar asesoramiento legal para que logremos una solución conveniente para todos.

—Pero, Manuel, ¿hablas en serio? Ya fue suficiente, aprendí la lección.

—José, lo siento mucho, no lo digo yo, yo te aprecio, es una decisión de la empresa.

—¡Pero no vives diciendo que no tenemos que diferenciarnos de la empresa, que somos familia!, ¿lo dices tú o la empresa?

—Entre nosotros, distanciarme es una manera que tengo de quedar un poco al margen del discurso de la empresa, de resistir, ¿crees que si yo asumo que el que echa un tipo a la calle soy yo, al otro día me puedo levantar y volver al trabajo? No soy yo, es la empresa.

—¡Resistir! ¿De qué hablas? ¡Resistir un pomo! me estás desvinculando y ya sé cómo termina la asesoría legal, no es para resolver sino para acordar un monto para el despido…Vasquez, ¡¿a qué te resistís?!, si no hiciste nada, si no dijiste una palabra, ¡adaptado!

—Mira, José, tus bromas ya no divierten a la empresa…

—¡Pedazo de…! Ahora hablas en nombre de la empresa, ¿eres tú o la empresa?… siempre me odiaste….

Vasquez sonríe, va a calmar los ánimos, para eso está a cargo de Recursos Humanos…(vive sonriendo ¡pusilánime, tu resistencia pasaría por dejar de sonreír un rato!). Ya creo que los tiempos en los que las bromas de los gatos eran tan buenas han cambiado, ahora nadie se ríe por matar gatos, pero este pedazo de mierda se ríe y me está echando. Ahora sonríe de nuevo, así le enseñaron a distender, y ahora dice lo que tiene que decir…

—José, esto nos tiene nerviosos a todos, ve a tu casa, te llamaré para que vengas y charlemos tranquilos.

—¡Ya sé que no lo vas a hacer!, me voy porque tengo ganas de romperte la cabeza… bueno, al menos así tendrían un motivo de verdad.

—Vamos, José, que nos conocemos desde hace tiempo…

Camino por el pasillo, evito la puerta de la oficina, por los ventanales veo las cabezas de mis colegas, y allá está la nueva. Colgaron un cartel que dice: «¡resistan las compañeras!». ¿Tan grave es que le pida que busque el expediente de Juan Ramos Merlo y que no exista? ¿Tan terrible es que le mande al archivo, a buscar en los cajones de abajo? ¿Es que tendría que haberme dado cuenta de que esa cadenita con un colgante saliendo de su blusa abierta era una mala señal? Que su pollera se acortara no es culpa mía, ni que ella me descubriera, petrificado, mirando, tampoco. Pero ni que le hubiera hecho la broma de que la puerta de la sala de archivos se cerraba. Ni que le hubiese pedido salir a tomar un café todas las tardes, ni que le hubiera respirado en su oído cuando se acercara, ni que hubiese trabado el ascensor…realmente no puedo creer que se me eche ahora por cosas que hubiera hecho recién dentro de un mes.

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