Sabía que algún día me la jugaría. Ella es así, dispuesta a venderse al mejor postor, egoísta, ambiciosa e interesada. Bastaron tres años en el paro; ese suplicio al que me había condenado esta crisis filibustera, para saliera en estampida, a la mínima oportunidad de arrimarse al árbol que mejor sombra le diese.
Reconozco que parte de la culpa fue mía por seguirle el juego, cuando a la hora del almuerzo llegó a casa alborotada con la noticia del endemoniado casting de la película de Amenábar. El tono de voz zalamero del que se servía cuando quería embaucarme en sus oscuros propósitos, ya me puso en guardia
-Paco cariño, tenemos que darnos prisa, en el “super” me he enterado de un casting para una película, nada menos que de Alejandro Amenábar. Será en las instalaciones de Sogeimagen, en Pozuelo de Alarcón a partir de las cuatro y media, tienes que acompañarme en seguida.
-¿Es que te has vuelto loca Elvira? ¿Qué tenemos que ver nosotros con el mundo del celuloide? Anda, siéntate y come que se enfría el cocido.
-No tenemos tiempo, ya comeremos algo por el camino, voy a darme una ducha y a pasarme la plancha por estos pelos. Sólo hay dos sesiones, la de esta tarde y la de mañana de nueve a dos que coincide con mi turno en el súper, así que esta tarde o nunca Paco ¿lo entiendes?
Yo no entendía nada, la cuchara a medio camino entre el plato y mi boca, el estómago aullando como una camada de gatos, la miraba estupefacto.
-Vamos hombre, no te quedes ahí como un pasmarote, cámbiate y te afeitas, que la película no tiene nada que ver con el hombre de las cavernas.
-¿Ah no? ¿con qué tiene que ver la peli si puede saberse?
-Bueno, yo tampoco lo tengo claro, creo que se titula “Los otros” o algo así, ya nos enteraremos cuando estemos allí.
-Pero ¿qué dices Elvira? Si esa película ya tiene una década…
-Bueno, pues será otra…
Así fue como me arrastró, hostigándome con su prisa irracional, a lo largo de 14 estaciones de metro y 3 de tren de cercanías, con un sándwich de mortadela en el cuerpo. Cuando llegamos a las instalaciones de Sogeimagen el panorama era desolador, cientos de personas guardaban cola fuera, mientras una mujer en la entrada que movía los brazos como un guardia de tráfico señalaba el camino a los elegidos y desterraba a los no seleccionados sin atisbo de piedad. Elvira, abrumada dio media vuelta para poner pies en polvorosa.
-Vámonos Paco, aquí no tenemos nada que hacer.
-¿Cómo que no? Vamos a ponernos en la cola como todo el mundo –le dije indignado.
-¿No pensarás que voy a esperar durante horas de pie, con estos tacones, sin saber si la sargenta de la entrada me va a mandar a paseo cuando me llegue el turno?
-¡No sólo es que lo piense, sino que te lo ordeno! No me has hecho cruzar todo Madrid con el estómago en los talones, para que ahora te eches atrás ¿Creías que iba a ser llegar y besar el santo?
-Pero Paco…
-¡Ni Paco, ni rabanillos tiernos! Si te duelen los pies te quitas los zapatos ¡andando!
Elvira desencajada me miraba de hito en hito sin dar crédito a mi reacción. Finalmente se rindió y se dirigió a la cola de mala gana, mientras yo sacaba una botella de agua mineral de la máquina expendedora. Pasaron dos horas interminables sin cruzarnos una sola palabra, ella se mantuvo firme sobre aquellos tacones que debían estar torturándola lo indecible, a juzgar por las rozaduras ya evidentes. Y cuando estábamos ya a punto de llegar, vimos acercarse a un tipo barbudo con un megáfono en la mano.
-¡El proceso de preselección ha finalizado, gracias a todos. Por favor, vayan desalojando el recinto!
Te puedes imaginar cómo me sentí entonces, me dieron ganas de quitarle el megáfono al greñudo aquel y darle con él una paliza, o de cagarme en su…, pero me contuve. No ocurrió lo mismo con Elvira, que sin pensarlo dos veces se quitó los zapatos y se los lanzó a la cara en cuanto lo tuvo a tiro. Uno de ellos fue a dar en el megáfono e inmediatamente cayó al suelo. El murmullo de las voces de los que presenciaron la escena fue disminuyendo de tono hasta que se hizo el silencio generalizado y después estallaron en un aplauso. Elvira fue a recoger sus zapatos, el del megáfono se acercó entonces hasta ella y le dijo:
-¡Espere señora, tengo que hablar con usted!
-¡¿Ah sí?! –respondió ella visiblemente cabreada- ¡¿Y qué es lo que usted tiene que decirme?!
Yo que la vi bastante alterada, me fui aproximando cautelosamente hasta a ellos, temiendo que la bronca llegara a más. Pero mi sorpresa fue mayúscula cuando el hombre se acercó y extendió la mano para saludarla.
-¿Sería tan amable de acompañarme? Quisiera ofrecerle un papel en la película.
Elvira lo miraba incrédula, más sorprendida si cabe que yo y ruborizándose, preguntó con un hilo de voz:
-¿Quién es usted?
-Soy Miguel Ángel Gil, ayudante de dirección.
No me extrañó gran cosa, cuando después de un mes de rodaje, en el que apenas le vi el pelo, me telefoneara un día, y como si estuviera pidiendo hora en la peluquería, me pidiera el divorcio. Me sentí traicionado, me traicionó a mí y a “los otros”, a los desterrados, los que aquel día del casting, le dieron su aplauso.
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