Mil años de revolución

Mil años de revolución

Frente a Carmen se alzaba la casa parroquial del partido. “Bastión de La Revolución” señalaba el letrero de la entrada. Desconocía la razón por la cual se le citaba en aquel lugar, aunque sabía con certeza que si el asunto había llegado a tal instancia debía ser un motivo importante.

Según le indicó la secretaria, su caso sería el segundo en ser atendido esa tarde, por lo que tenía que tomar asiento hasta su llamado. La habitación, inundada con rasgados versos nacionalistas, se veía empequeñecida por el conglomerado de individuos en ella. Adolescentes embarazadas, personas discapacitadas, ancianos, todos de un aspecto vulgar y andrajoso buscaban la ayuda del partido, por escaza que fuera. En aquel lugar, temía la mujer, se decidiría su destino. Ante la incertidumbre, repasó con cuidado, una vez más, sus últimas semanas de trabajo sin lograr recordar algún hecho que pudiera perjudicarle. Escuchó a un individuo alto, de barriga prominente, leer su nombre, quien la guió hasta la oficina principal.

Al entrar notó el afiche que adornaba la pared del fondo. Lo había visto una infinidad de veces desde su reciente publicación. Debajo de ese hombre blanco de rasgos gruesos y exagerados se podía leer en caligrafía negra “¡Viva El Libertador!”.

-Compatriota, bienvenida. Tome asiento- Comentó el jefe parroquial con una voz jovial. Su calvicie y obesidad resaltaban la verruga en la parte derecha de su frente. –Gracias por su servicio, camarada Néstor-. El hombre tomó un celular de alta gama, imposible de costear para Carmen, y comenzó a escribir en su pantalla táctil.

Luego de un par de minutos, la indiferencia demostrada llevó a Carmen a la inquietud. -¿Podría decirme porque me han citado el día de hoy, señor?- Preguntó temerosa. Sus ojos se encontraron con la mirada implacable de aquel ser.

-Algo innegable, camarada, es que el país no es el mismo de hace 20 años– Respondió el hombre ignorando la pregunta- Tenemos el respaldo del pueblo y de la fuerza armada, la unión cívico militar. Somos una nación soberana, como quería el Libertador. Pero los enemigos del país, los adversarios del pueblo no descansan nunca. Este es un momento clave en la historia y debemos hacer lo necesario para mantener las bases revolucionarias.- Dijo el hombre con un gesto reflexivo. Sacó un libro de una gaveta del escritorio y continuó– Este librito que ve aquí es la respuesta que usted necesita, más aun con los cargos que se le imputan-.

El jefe parroquial extendió el libro a través del escritorio hasta Carmen. En el título se leía: “Unidad, lucha y patria”. Era uno de los libros insignia de la revolución, un manual de vida para todos los verdaderos seguidores del movimiento.

-Pero señor, aún no sé de qué se me ha acusado. Mi supervisor me informó mi citación, pero no quiso mencionar una palabra más del tema-.

-Compatriota, usted sabe porque está aquí. No es necesario que mienta. El camarada Néstor me informó de todos los pormenores de su caso-. El jefe parroquial leyó los papeles sobre su escritorio y agregó -Ser maestra es una labor importante para la patria, no podemos permitir que una antirrevolucionaria contamine la mente de nuestros niños. ¡Eso es una atrocidad!-.

Al escuchar esas palabras, Carmen comprendió sus cargos. Era acusada de oposición al partido. En un intento por defenderse balbuceó una frase pero fue interrumpida.

-Haga silencio. Usted no está aquí para defenderse, no se ha ganado ese derecho aún.- El semblante del camarada adquirió una sonrisa soberbia. Parecía disfrutar la situación–Se han escuchado serios rumores de tres camaradas en su contra. Además, no ha asistido a las últimas seis concentraciones oficiales. No hay excusa posible para tal desacato. ¿Niega usted los cargos?-.

-Camarada, yo no soy antirrevolucionaria- Respondió Carmen, tratando de aparentar ímpetu. La respuesta a dicha pregunta era mucho más compleja que un monosílabo. A inicios de la revolución había apoyado activamente al movimiento. El pasar de los años, la profunda escasez de alimentos y medicinas, además del quiebre de todos los servicios básicos, le obligaron amargamente a cambiar su juicio. Aun así, jamás había expuesto su nueva posición en público.

-Entonces deberá demostrarlo ante la junta comunal el próximo martes. No hay mucho más que hacer aquí-.

Estas palabras resonaron en la mente de Carmen silenciando cualquier otro pensamiento. En un intento desesperado dijo casi en llanto:

-Si pierdo mi empleo, señor, me será imposible mantener a mi hijo pequeño. No puede hacerme esto. No tiene ningún sentido, no es justo-.

-No debe preocuparse. Estoy seguro que con las ayudas del partido podrán sostenerse. Solo tendrá que pasar por aquí otro día y solicitar el apoyo necesario, como todos los demás.-. El camarada se inclinó con sus codos sobre el escritorio. -Si se esfuerza recuperará su trabajo luego de aprobar los nuevos cursos de capacitación patriota. Allí la instruirán para que se transforme en una buena maestra revolucionaria. Verá, joven, mi labor consiste en pensar siempre qué es mejor para la revolución. Es una tarea humilde y muy satisfactoria, con el tiempo usted hará igual. Cincuenta, cien, no… ¡El partido durará mil años y más!-

Carmen examinó el resto del día sus opciones. Dos emociones danzaban en su mente al lúgubre ritmo de la desesperación; el terror de perder su empleo que paralizaba todo su cuerpo; y, la frustración del desconocimiento que humedecía sus ojos. No sabía cómo defenderse ante el partido. Unos desconocidos, sin ninguna competencia académica, juzgarían sus veinte años de estudio y ardua labor basados en calumnias que ignoraba.

Ya en cama, al cerrar sus ojos, una añoranza llegó a ella, un recuerdo de una realidad mejor, un país que ella ayudó a secuestrar y jamás fue liberado. Pero no importó cuanto lloró y gritó, la culpa no llenó su estómago ni el de su hijo. En tiempos de patria y revolución no hay oportunidad para el arrepentimiento, es muy tarde para esos sentimientos.

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