Amanece.

Antes de que el despertador avise María ya está en pie. Tiene que darse prisa pronto llegará Guillermo del turno de noche y quiere dejar a la niña vestida y desayunada, no le apetece hablar con él, ayer discutieron y no tenía ganas de verle.

– Luisa levanta cariño- ella le miró con ojos de sueño. Sonrió y se estiró con sus largos brazos.

Ya tenía 10 años, pensaban que su vida no se alargaría más de 4 por su cardiopatía e intolerancias varias a alimentos, pero allí estaba su niña valiente. Tenían que trabajar duro para pagarle el colegio especial y la comida que podía comer pero Luisa luchó mucho por salir adelante y ellos no podían ser menos.

Llega Guillermo, no saluda, mira a Maria con despecho, besa a Luisa y al entrar en su cuarto para descansar lanza al aire una frase «tu y yo hablamos mas tarde». María no responde, solo sonríe a su niña para que vea que allí no pasa nada.

Esperan al autobús del colegio y después de dejar a Luisa, ella va caminando hasta la cafetería donde trabaja casi 10 horas, el coche lo usa Guillermo, ella prefiere ir andando, asi le da el aire y ahorra gasolina, ese dinero lo puede emplear en otras cosas que necesite con más prioridad, cada día que no usa el coche guarda 2 euros en una hucha y al final de mes puede comprar algún detalle o regalo o incluso ese pan sin gluten que le encanta a su niña y que es tan caro. Mientras camina ve como de su boca sale un humo calido contrastando con el frío de fuera, quizás debía comprarse ropa de más abrigo, lo pensaría.

Llega a «El pico de oro» la cafetería donde trabaja, el jefe ya está dentro, se llevan muy bien, es un poco quejica pero a María le ayuda mucho.

-Buenos días María-le sonríe de forma amarga- Si vieras lo que me ha pasado hoy, me levanté y no tenía agua caliente, para colmo abro la nevera y se me olvido comprar leche, de repente escucho la radio y por dos números no tengo un gran premio a la lotería, ahora me tengo que conformar con la mitad – Su rostro entristece.

– Bueno hombre- contesta ella- para otra será, podías haber venido a casa a ducharte, y leche aunque es un poco rara la que tenemos que tomar en casa siempre intento tener….deja de hablar cuando recuerda que ella no ha desayunado, y sonríe pensando que despistada es.

Empieza a atender a los «parroquianos» como les llama su jefe, ya sabe lo que cada uno toma y la verdad que se lo agradecen. En el trabajo se siente muy valorada y hasta afortunada.

– Mala cara tiene hoy Gervasio- le dice al señor de la mesa del fondo.

– Hoy mi hijo me dio una mala noticia, el muy cabrón no quiere estudiar y se va a poner a trabajar en una gasolinera. ¡Desgraciado! Toda la vida pagándole los mejores colegios y asi te lo agradecen – grita con muy mal humor.

Ella piensa que ojalá su hija un día pudiera hablarle aunque fuera para decirle que no quería hacer algo, pero es feliz con su niñita, aunque no pueda hablar claro, ni estudiar, intentara que sea un niña amable y educada, eso será un triunfo para ella. Nota como su corazón se ensancha de alegría.

Mientras lleva el bocadillo a Antonia escucha como ella habla con alguien que parece ser Cándido su marido, están peleando porque no se vieron por la mañana y ella no tenia el desayuno preparado y… Los gritos eran increíbles, tanto que María volvió para calmar a Antonia.

– Los hombres son así, ya verás como se le pasa y dentro de dos días tan felices- Que irónia pensó, yo llevo meses asi con Guillermo, pero bueno por lo menos no chillamos y nos respetamos.

La mañana fue pasando y cada persona que entraba era un mundo diferente, una historia y un problema. María sólo pensaba en su suerte, su familia no era perfecta, Guillermo tenía muy mal humor siempre pero era normal, la niña le traía de cabeza. Luisa nunca llegaría a ser mayor y ella lo sabía. Tenían que vivir de alquiler pero llevaban años sin subirles el precio. Y su trabajo, era lo que más amaba, gracias a él todo funcionaba.

Llegó la hora de cerrar y mientras bajaba esa persiana tan pesada y chirriante que mil veces le dijo a su jefe que engrasara pensó «que gratificante es mi vida, mi lucha, mi familia y mi trabajo, no se la cambiaría a nadie».

Salió a la calle, volvía a hacer frio, abrió su boca y el vaho de nuevo le nubló la vista, aceleró el paso porque tenia ganas de ver a su hija y a Guillermo.

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