Nunca volví a ser la misma desde que empecé a trabajar como camarera en aquel restaurante. Pensaba que mi vida cambiaría a mejor ¡Que equvocada estaba! Tenía 16 años, y yo era bastante inocente. Mis compañeros, los que yo esperaba que algún día fuesen mis amigos, nunca lo fueron. Cada día iba con energía pero se iba esfumando cuando me di cuenta que yo sólo era un número más ¿Y cómo lo supe? Pues porque mi faena era la de ser la “lleva platos” a las mesas, no tenían la confianza suficiente en mí para hacer nada más ni siquiera para remontar mesas. Eso sí, cuando había una baja enseguida me llamaban para ir, pero sin olvidar que no me tocaba otra cosa que no fuera eso. Cosa que yo siempre decía que sí, que podían contar conmigo. Y ya os podéis imaginar lo duro que es hacer 50 horas semanales (para aquellos entonces no había crisis) en un sitio en el que todo el mundo te mira por encima del hombro, unos porque tenían mejor puesto que tú, otros porque tenían estudios universitarios. Y otros, más bien otras, tengo entendido que me criticaban por envidia. Y os preguntaréis ¿Envidia de qué? Pues quizá no era un ejemplo a seguir en aquel lugar pero sí que había gente que veía algo en mí que les gustaba demasiado. Una vez me dijeron que a parte de guapa era muy natural. Yo sin embargo no veía la necesidad de hablar mal de los demás, y nunca me escucharon decir ni mu de nadie. Pero eso ya no se estila, hoy en día existen tácticas para subir de categoría más efectivas que ser un buen trabajador. Como por ejemplo ser amigo de los encargados, o hablar mal durante la cena de los que no estaban presentes. Siempre era la misma historia. Y sabía que cuando yo no estaba hacían lo mismo conmigo. Mi autoestima bajó mucho, ya no sonreía de la misma forma, ya no tenía ganas de ir a aquel lugar, para mí se había convertido en una cárcel, y también tenía miedo a un cambio. De que no me quisiesen en ningún lugar, incluso llegué a pensar que era por mi culpa, que me merecía ser tratada por tonta, puesto que realmente yo también me veía así. Entonces un día, (12 años después) por circunstancias que vinieron más tarde tuve que plegar. Entonces empecé a hacer lo que siempre me gustó y que en el colegio se me daba bien, empecé a escribir, lo hacía cómo hobby y para desahogarme, pero un día me di cuenta que había escrito un libro. No lo podía creer y menos cuando lo publiqué y recibía críticas positivas. Entonces me di cuenta que no era tan “tonta”, puesto que había conseguido que la gente quisiese saber de mí, había conseguido atrapar a los lectores con mis letras. Y muchos me confesaron haberse leído mi libro en un sólo día. Vale que no lo hice muy extenso, pero el hecho de que no lo soltaran para mí fue un logro, el más grande de mi vida. Además no hace mucho, me escribió por messenger un cliente mío del restaurante diciéndome que yo le gustaba desde hacía mucho tiempo y que era increíble. Aquello también me subió el ánimo, y me confirmó lo que ya me habían dicho de la envidia. Hoy estoy tranquila, voy a terapia y escribo. Espero poder seguiravanzando en la vida, pero tengo claro que nunca lo haré pisando a los demás.
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