La última oportunidad.

La última oportunidad.

Kramen

12/04/2019

Aunque siempre cayese volvía a levantarse, por muy fuerte que la vida golpease aguantaba estoicamente el envite y seguía sonriendo. Daba las gracias hasta por las puñaladas en la espalda y a pesar de que muchos le hubiesen tomado por un número más, continuaba teniendo esa magia que salpicaba como una sombra arco iris.

No vivía en el pasado, miraba al futuro con la cabeza alta y los bolsillos repletos de esperanzas. El trabajo para nada importaba, ya fuese moviendo muebles, llevando bandejas o cocinando en el infierno, soportaba el ritmo y se ajustaba cual pie a su huella. Había vuelto a parar en las trincheras, turno partido… existencia extenuante, el tiempo se escurría por los sumideros hasta desaparecer en el negro ocaso donde no se busca salvación.

Regresaba a casa y su día renacía de nuevo entre las cenizas de una jornada ya difunta e incinerada. Se sentaba frente a su ordenador y tecleaba frenético mientras la música mecánica de sus febriles dedos daban un concierto fabuloso para encontrar la historia adecuada y darle vida como Frankestein a sus experimentos. Sus sueños tomaban forma en papel, se dibujaban entre las líneas de tinta, volviéndose realidad tan real que su vida cobraba significado, llenando el vacío que dejaban sus extenúas rutinas laborales.

La última oportunidad… es algo que se repetía con frecuencia cuando retomaba sus vicios y pecados, al ponerse el uniforme al entrar al trabajo o mientras la espuma jabonosa se deslizaba por la puerta del timbre antes de terminar el servicio. La verdad es que siempre acababa dándole una oportunidad a todo menos así mismo.

Otra más y lo dejo… ya no volveré a hacerlo más. Pero su memoria le jugaba una mala pasada y al día siguiente volvía a repetir sus errores de forma milimétrica, tal piel de serpiente.

Había cumplido treinta y cinco y aunque seguía siendo joven, para algunas cosas ya había perdido la vez, ya no pagaba menos en el cine o en el tren que le llevaba a su ciudad natal. No podría volver a concursar en ciertos certamenes y notaba como la soga del cuello iba materializándose, sintiéndose áspera y tensa hasta dejarle sin aliento. La existencia iba pesando cada mes, engordando anualmente pero sin que nadie pudiera sacrificarla y aliviar la carga, para que todo dejase de estar tan afilado que le costase jirones de piel en cada esquina girada, en las ocasiones perdidas, en las vidas de gato malgastadas.

La noche brillaba en el cielo, era ese momento preciso que se rompían las cadenas y podía observar algo magnifico al otro lado de la ventana, sentía como flotaba al imaginarse volando hacia allá donde el viento se acuesta a reposar plácidamente, adonde la luna te susurra las más hermosas palabras de amor al oído… para que no sientas la soledad mordiéndote las pantorrillas, arañando tu espalda hasta que los surcos dejasen entrever aquello que el pecho tiene delante.

Las palabras son compañeras ideales de quien viaja sólo por el mundo y su voz no encuentra a nadie con el que mantener una conversación interesante. Se arremolinan en la punta de los dedos, queriendo saltar y estamparse en una historia que las hiciera sentir especiales dentro de la inmortalidad que tejen los recuerdos.

A la mañana siguiente, todo volvía a suceder con la exactitud de los relojes suizos. Una oportunidad más difuminándose en un horizonte cada vez más lejano, que se torna de bronce pudiendo ser más áureo que plateado. Su camino se confundía a sí mismo para no llegar a la meta, ni tampoco al objetivo, ser quizás más parpadeante como un cursor que busca la inspiración mientras tararea una cancioncilla que le da vueltas en la cabeza. A veces se logra algo a la primera y otras simplemente tienes que persistir hasta que mueras o derrotes a la adversidad hasta hacerla sumisa y maleable.

Seguía esquivando, evitando los accidentes, las trampas y los castigos, evadía todo lo malo hasta que con un poco de suerte podía volver a la seguridad de su casa a completar su existencia con tinta y cuentos de niños que olvidaron dormir plácidamente para hacerlo con los ojos abiertos. Pero ese mismo día se encontraba firmando su propia sentencia de muerte, al igual que los otoños aniquilan las hojas cada año, ese cumpleaños tampoco sería celebrado… ya que le privaba de la oportunidad de brillar en el firmamento de las estrellas fugaces que llenaban la basura de las papeleras. Exterminaba una de las posibilidades arrancándola del calendario donde jamás volvería a florecer.

La ruleta rusa perfecta de un revolver de una sola bala, premio asegurado rezaba el eslogan que venía en la caja. Se agotaban sus fuerzas, le abandonaba el destino, pudiera ser que esa vida de gato, tan siquiera estuviera solo rasgada, pero era un traje que no se podría volver a poner por mucho que quisiera porque no tenía una máquina del tiempo que le devolviera allí donde su edad le permitía seguir participando con más o menos éxito… pero con la confianza suficiente de plantar batalla y la serenidad de poder volver a comenzar de madrugada, la eterna lucha de sobrevivir al insomnio que le condenaba a no descansar.

Así que esa noche que no tenía nada en particular que inventar con un fin pertinente, no se podía aplazar, tampoco dilatar, ni buscar excusas sacadas de una chistera brillante. Se sentó delante del teclado y comenzó a escribir la esquela de algo no concebido todavía.

Miles de hojas me han traído hasta aquí, litros de sangre azabache que surca los renglones, desde sus sillones me observan callados los grandes autores, mientras murmuran entre líneas bosquejos de historias que guardan en sus sepulturas. El espectáculo comienza ahora y arderá durante el resto de los días como el alma del suicida que se cuelga de una viga a esperar convertirse en una mojama con patas.

El corazón late al compás de las notas que el cerebro tararea, dispara imágenes de recuerdos que flotan por las marismas de la memoria, el lunático que pellizcaba estrellas sigue mirando desde la esquina más sombría de la casa, esperando que la locura rebose de nuevo y el gato que vive en mis entrañas le dé por volver a escalar las azoteas de Madrid buscando una nueva aventura donde sumergirse de cabeza.

Fuego en los dedos, flamígeros como los besos de la muerte condenan al silencio a marcharse a otro lugar, el infierno puede esperar al siguiente turno, hoy caducan los sueños y las esperanzas de juventud, esas con olor a flores rojas de adormidera y humo denso de incienso, ya no habrá más bacanales donde diferentes dorados tintinearán, ni tampoco habrá más cacerías a la luz de la luna llena, es el funeral de los jovenes con un bebe bailando en círculos en su cuna, no hay más apuestas, pero tampoco hay rastro de tristeza alguna.

Todo lo que se pudo se hizo o al menos se intentó.

Los tatuajes dejaran de intentar avanzar por la piel como una enredadera, no es que ya no pueda suceder nada a partir de ahora, eso sería imposible… no hay defensa esférica tan buena como para parar todos los golpes, pero hoy se pierde ser eternamente joven, no temer a nada ni a nadie, plantar batalla hasta la consecuencia final o competir por todo, para quizás no ser el mejor pero tampoco quedar el último de la fila.

La vida es extraña en la parábola que dibuja, nunca vuelves al punto inicial… pero llega a un momento que deja de crecer vertiginosamente para vivir en la calma del mar Mediterráneo… de vez en cuando marejadas pero nada que no pueda solucionarse con un par de manguitos. La noche seguirá invocando a todas las bestias, algunas se fueron hace tiempo a poblar otros seres mejores. El amo quedó cuidando un zoológico de animales domésticos demasiado acostumbrados al cautiverio como para poder alimentarse en libertad.

Ya no queda el frenesí de los mordiscos de plata, ni la búsqueda de vampiros, todos los monstruos que habitaban los armarios han muerto liquidados por las polillas mutantes y los que andaban por debajo de las camas atragantados con bolas de pelusa del tamaño de bobinas industriales. Las ciudades dejaron de cambiarse en el devenir de los años, esa vorágine de sustituir el escenario se fue atrapada en Madrid con sus cien mundos y mil nacionalidades. Lo nuevo es una manzana sin pecado que alguien escondió dentro de una campana de cristal. El resto tenían veneno… uno capaz de matar a Peter Pan y hacerlo envejecer como cualquier hijo de vecino.

La valentía se quedó guardando la casa, y el honor… ese sigue siendo una coraza que con los años ha cogido herrumbre y chirria al tragarse ciertas mentiras o quizás aceptar falsas verdades. Todos los caballeros de brillante armadura han sido diezmados y algún rumano con carro ya les ha despojado de todo el metal que no hayan podido proteger. Tampoco quedan muchas princesas, fueron desapareciendo como los osos polares en la Antártida. El maquillaje no es tan aprueba de agua ni lágrimas y los carros calabaza al no tener distintivo ecológico ya no pueden avanzar por dentro de la ciudad. Los castillos han sucumbido bajo las torres de cristal y los caballos son domados a base de fuego sobre papel de aluminio para llevar a sus jinetes a la paz de la gloria de los dientes amarillos.

El tiempo se acaba, y la meteorología no va a mejor. Los mares tragan plásticos y escupen a sus inquilinos porque ya no son capaces de mantenerse sumergidos debajo del agua. Una isla que no es pirata, anda surcando el océano atlántico haciendo círculos sobre sus corrientes… ya no hay icebergs que maten a un titán, sólo restan los cubitos de hielos en los vasos de cubata para intentar tal ofrenda. Los inviernos son más cortos y los veranos más largos, el otoño sigue tirando follaje al suelo, pero cada vez hay menos lluvia para limpiar ni arrancar la polución que como un viejo decrepito se niega a marcharse a ningún sitio.

Este el mundo que legamos a las generaciones futuras… los únicos que acertaron la quiniela fue Valle-Inclán con su esperpento y Félix Rodríguez con su vaticinio de las extinciones de las especies. Mientras tanto una nueva oleada de políticos cada cual peor que la anterior ocupa el puesto en su escaño y roba a manos abiertas, esquilma y espera a su pensión vitalicia por joder algo más el país donde vivimos. Los extranjeros compran a precio de saldo los hogares que tantos madrileños trataron de obtener y que los bancos les despojaron junto a sus vidas y entrañas.

Lo de que te iba a costar un ojo de la cara y parte de un riñón, parece que lo tomaron como lema de la empresa, porque no quedan Quijotes para defenderse de los gigantes. Y aunque no llueve mucho, sigue cayendo mierda a diario fuera de las ventanas, cuando el impuesto a las renovables sigue vigente y el país de sol, las costas y las vacaciones tiene a sus ingenieros pasando datos a un Excel en vez de solucionar los problemas enérgicos que tanto nos apremian.

La esclavitud está escondida tras las barras y en las cocinas, si el cliente no lo ve no sufre… los horarios se vuelven tan cíclicos que casi puedes juntar la salida en el ocaso con la entrada por la mañana si estiras bien los brazos. Somos el país de la pandereta y las puertas giratorias, pagamos la luz al precio de diamantes y hacemos que la educación descienda hasta el límite de fabricar en masa ignorantes que no analfabetos. El futbol sigue siendo la fiesta para los subnormales que piensan que darle a una pelota tiene mayor valor que escribir un libro, mientras tanto espero a despertar de esta larga pesadilla.

Lo bueno de levantarse con un bebe invasor en la cama es sin duda contemplar su felicidad floreciendo.

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