Era una mañana nublada. El cielo estaba cubierto por completo de oscuras y grisáceas nubes. Sobre la ventana de mi habitación, la caída de la lluvia sonaba como un leve repiqueteo que me relajaba mientras tecleaba en el ordenador al mismo ritmo.

Un escalofrío me recorrió la espalda cuando una imagen apareció en la pantalla. Otra Inmaculada en blanco y negro me dirigía una mirada penetrante. Aquella foto había perturbado mi sueño en numerosas ocasiones, pero eso ya no volvería a pasar. Estaba decidida a investigar porque esa foto tenía la fecha 23 de agosto de 1923 escrita en el reverso.

No era la primera vez que la examinaba, aunque siempre parecía encontrar detalles nuevos. La muchacha, idéntica a mí, estaba sentada en una roca. Sus ojos brillaban con fiereza y una sonrisa amenazadora decoraba sus labios. Parecía que estaba a punto de cazar al fotógrafo. Su cabello, grisáceo por los tonos de la foto, poseía los mismos rizos indomables que el mío. Pero lo más llamativo de todo era la cola escamosa de pez que sustituía a las dos piernas de un ser humano.

Su localización era incierta, pero a mí siempre me había parecido la estatua de la Sirenita de Copenhague.

Y ese pensamiento fue el que encendió la mecha.

Quizá en la capital de Dinamarca encontraría las respuestas que Madrid no me estaba proporcionando. Con una sonrisa de alegría, compré los billetes para llegar lo antes posible.

Durante el viaje, aproveché para informarme sobre la imagen. Con sorpresa comprobé que fue instalada en su lugar actual justo diez años antes de la fecha que estaba escrita en la foto. Casualidad o no, estaba dispuesta a averiguar toda la verdad.

Copenhague me recibió con una suave niebla matutina. El fresco viento proveniente del mar me acarició las mejillas. Con una sonrisa, llené mis pulmones de aquel ambiente marítimo tan distinto al de la capital española. Estaba lista para empezar.

Sin mucho problema llegué hasta el hostal donde pensaba quedarme lo que durase la investigación. Se encontraba cerca de la estatua de La Sirena y su arquitectura rústica me había enamorado.

—¡Ellen! No puedes seguir viva… —una voz surgió a mis espaldas antes de que pudiese entrar al alojamiento.

—Creo que se confunde, mi nombre es Inmaculada.

Mientras hablaba me giré en aquella dirección para encontrarme con la figura de una joven que rondaría la veintena, más o menos de la misma edad que yo. En su rostro pálido enmarcado por unos cortos mechones de cabello rubio, sus labios dibujaban una redonda o. Tras la confusión inicial, la muchacha se presentó como Mettalise y, antes de que pudiese reaccionar, me cogió de la muñeca y me llevó con ella con la misma naturalidad como si nos conociésemos desde niñas.

Llegamos hasta una edificación azul en el puerto semi corroída por la salinidad que el agua del mar llevaba. La puerta estaba abierta y parecía que Talis (como había insistido en que la llamase) quería que entrase allí.

Una salvaje y lógica reticencia se apoderó de mí. No conocía de nada a aquella joven danesa, a pesar de que ella actuaba como si lo fuese. ¿Quién me decía a mí que no era una trampa para secuestrarme o algo peor?

Al principio, planté mis pies en el suelo ante la incrédula mirada de la chica rubia. Pero al final, la curiosidad pudo conmigo y decidí que tenía que ver lo que ocurría allí dentro. Había ido a Copenhague a investigar y no iba a descubrir nada si seguía con esa actitud cobarde. Además, no tenía nada que perder.

El interior del lugar era impresionante. Por fuera, el edificio parecía mucho más pequeño. Se asemejaba a una pequeña isla tropical. Hermosa y llena de vida. Los techos estaban pintados de azul claro con pequeñas nubes que parecían moverse al son de un inexistente viento y un pequeño sol «brillaba» en el cielo simulado.

Tardé unos minutos en darme cuenta de que aquello no estaba pintado en unas maderas, sino que realmente había un trozo de cielo «dentro» de la caseta de pescadores. Al igual que la arena blanca y limpia que había bajo mis pies o el transparente mar que lamía la playa.

Pero aquello no fue lo más increíble que había allí. Había sirenas reales nadando en el agua artificial creada dentro del local. Entré en shock momentáneamente, pues era algo que jamás creí que vería.

Cuando me recuperé de la impresión, clavé la mirada en la figura de Talis quien nadaba alegremente bajo el agua con su cola anaranjada. Al ver mi expresión, la joven salió del agua con un brillo preocupado en sus ojos glaucos.

—¿Qué es todo esto?

—¡Cómo! ¿No lo sabes? Este es el único refugio que las sirenas. Aquí vienen mujeres de todo el mundo para vivir sin miedo a ser descubiertas —me explicó muy orgullosa. Y añadió cambiando el tono de voz—: Pensé que habías venido buscándolo. Como eres idéntica a mi Ellen… Ya me entiendes.

En ese momento, todas las piezas del puzzle encajaron perfectamente. El cabello rubio anaranjado y los ojos azul verdosos siempre habían indicado mi ascendencia eslava, pero nunca había conocido la historia de mis antepasados.

Una sonrisa surgió en mis labios, contenta de haber contestado a la vez dos preguntas que rondaban por mi cabeza. Pero, entonces, otra cuestión me surgió.

—¿Qué pasó con ella? Tú sigues igual de joven…

—Ellen renunció a su condición sobrenatural para poder vivir con el humano español del que se había enamorado. A pesar de eso, yo siempre esperé volver a verla. —Un suspiro salió de sus labios—. Aunque tú no seas sirena, te pareces tantísimo a ella que me alegra haberte conocido.

Apreté su mano en un intento de consolarla, estaba segura de que la foto se la había hecho la danesa y aquella fecha había sido la última vez que se habían visto. Ellen había guardado hasta el final aquel bonito recuerdo, demostrando así que no había olvidado a Mettalise.

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