Suena el despertador a las 4 am, comienza el día, comienza la rutina nuevamente… Se levanta a duras penas, se asea, se mira al espejo buscando un motivo, una inspiración pero nada encuentra. Se prepara el desayuno en silencio mientras mira las noticias, pero su mente divagante esta dispersa.
Mientras todos duermen emprende rumbo hacia el trabajo, en un andar solitario. Llega a destino, comienza a realizar sus primeras tareas y verifica que todo este en orden para abrir el establecimiento. Con una sonrisa forzada, que intenta tapar la angustia y la falta de esperanza con la que carga, comienza a recibir a sus compañeros de trabajo y a las personas que van en busca de alguna información, las cuales de vez en cuando descargan en forma de impotencia y enojo sus problemas personales sobre él.
Transcurren las horas de la jornada lentamente, el tiempo es cada vez más lento y se dilata mientras realiza sus funciones cíclicamente. Al finalizar la jornada laboral, como de costumbre, verifica que este todo en condiciones y da lugar al cierre del establecimiento. Suspira hondo mientras en su cabeza se dice «un día menos», como si fuese un castigo una pena con la cual cumplir, y parte de regreso a su hogar más fatigado que al comenzar el día.
Hogar en el cual es recibido por un almuerzo, por la alegría de sus hijos quienes estan ansiosos por comentarle su día en la escuela, por la contención de su familia, un ambiente agradable que tiene sustento en su sudor y esfuerzo. Pequeños detalles que parecen irrelevantes pero en los que se ve realizado ese sacrificio llevado a cabo durante el día, sacrificio que cobra valor.
Pero lamentablemente esa motivación tan añorada y buscada por la madrugada, es una motivación externa, motivación que no encuentra en su ámbito de trabajo, que es difícil de lograr cuando uno se siente presente pero ausente a la vez, se siente insuficiente y reemplazable en su labor, se siente un engranaje más del sistema. Suena el despertador a las 4am…
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