Todo comenzó con la visita a su tía por vacaciones aquella Semana Santa de hacía tantos años.

Nines no sabía qué quería para su vida. No le gustaba estudiar y tampoco le gustaba trabajar en la carnicería de su familia. El olor de la carne a sangre fresca le daba arcadas. Atender a los clientes en el mostrador la sacaba de sus casillas, así que Nines era «Ni-Ni» de vocación.

Todas sus amigas se habían marchado, unas a estudiar fuera y otras que como ella no habían querido estudiar trabajaban. Muchas se habían casado, como otra forma de encauzar su futuro. Esas eran las que más trabajaban. Ella pasaba los días colgada al móvil, callejeando o tumbada en el sofá y las noches acudiendo al pub con otros parecidos a ella. Los fines de semana eran más animados pero a pesar de la envidia que despertaba en sus amigas ella empezaba a desesperarse.

Sus padres, sobrepasados por tener una invitada permanente en su casa, le habían dado un ultimátum muy a su pesar. Cuando volviera de Suiza, de las vacaciones previstas con su tía Lola en febrero, empezaría a trabajar en la carnicería. Esto si quería volver a casa.

Poco sospechaban que en Ginebra le esperaba a Nines su destino. Su tía, una peluquera reconvertida en «esteticienne» triunfaba en aquel rico país. Tenía su propio negocio , mucha vida social y ganaba buen dinero. Fue Lola, la díscola de la familia, la que se negó a cortar filetes y prefirió irse al extranjero. Sin mas equipaje que sus 20 años y un maletín de maquillaje y sin más títulos que un curso de peluquera de los de entonces, fue la que le abrió las puertas de su futuro.

Lo primero que hizo de vuelta de su viaje fue matricularse en un ciclo de F. P. ante el asombro de su familia. No faltó a una sola clase, no hubo que despertarla un solo día. Se la veía en un estado de exaltación y actividad que tenía a sus padres atónitos.

Pronto empezó a conocer y manejar los diferentes maquillajes, técnicas de iluminación facial, tratamientos pigmentarios, peinados… y su entusiasmo creció mucho más cuando de la teoría paso a practicar lo que había aprendido.

Ganó fama entre sus compañeros por su meticulosidad, su perfeccionismo y sus resultados. Aunque los clientes no lo demandaran, en realidad no eran muy exigentes, ella no daba por acabado nunca un trabajo si no estaba perfecto.

Fue la mejor de su grupo. Tenía un estilo propio recomponiendo las facciones de las personas y si hacía falta les daba un toque tan personal y tan vital que de sus manos salían caras mucho más hermosas de lo que nunca habían sido. Ella era feliz a pesar de que en su círculo familiar no la entendieran del todo.

Con su ilusión y su título en la mochila se marchó con tía Lola nada más acabar el curso.

En Ginebra Nines empezó a conocer primero y a disfrutar después lo que ahora constituía su pasión, su modo de expresarse. Cada cliente era una nueva obra en su haber, un nuevo reto y casi siempre una nueva satisfacción. Disfrutaba a fondo de su trabajo ya que era mas una diversión que sacrificio. Nunca recibía quejas. Ella decidía qué aroma se expandería ese día en su sala de trabajo. No tenía horario, solo cuando el trabajo estaba redondo, a su gusto daba por finalizada la sesión. Trabajaba sin prisas.

Y ahora, además, había conseguido ganar una plaza en el Ayuntamiento de esta ciudad tan correcta y tan agradecida. Era un gran reto porque el trabajo se presentaba mucho más atractivo por la cantidad y variedad de tareas que le iba a exigir su nuevo puesto.

Empezaba hoy, cinco años después de su llegada. Nines se levantó temprano, se maquilló discretamente pero de una manera eficaz. Quería lucir su destreza a la vista, sobre su propia piel en su primer día. Ojos delineados sin estridencias, boca jugosa y fresca y unos tonos de maquillaje tan bien colocados que parecía ir sin nada encima. Ligeros tonos rosados en pómulos y una buena máscara de pestañas completaban su uniforme de trabajo.

Condujo durante media hora hasta llegar a la enorme explanada, llena de árboles y pequeños lagos en donde se ubicaba el Edificio Municipal. Se dirigió con paso firme a la entrada de personal y tras ponerse un uniforme a medida color blanco inmaculado y calzarse guantes, gorro y mascarilla entró en una sala limpia y bien iluminada. No se estilaban allí los besos o abrazos con que hubiera saludado a los compañeros en España. Dirigió a todos una sonrisa y pidió a su joven ayudante con un gesto que le trajera al primer cliente de los tres que tenía programados para esa mañana.

Preparó en una mesa auxiliar sus paletas, pinceles, tubos de maquillaje, pelucas y demás herramientas con precisión de cirujano. Mientras, el chico en prácticas se acercaba desde el fondo de la sala empujando una silenciosa camilla nueva y reluciente con su primer reto.

Era una mujer de mediana edad cuya piel y cuyo pelo no habían sido bien tratados en su vida. Sus expertos ojos valoraron este descuido al instante. Iba a tener que emplearse a fondo con ella.

– Buen comienzo – pensó

A Nines no le importaba que su clientela luciera sus obras de arte a dos metros bajo tierra.

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