Anne apareció extasiada o activada fisiológicamente de alguna forma. No la esperaba, así que no pude ofrecerle los jugos de frutas exóticas y la gelatina de pera ácida que siempre me demandaba. Había aprendido a hacer gelatina un día que estaba aburrido ¿cómo demonios se hará la gelatina? lo busqué y muy seguidamente me puse manos a la obra. Ahora resultaba que yo andaba desnudo por la estancia, un poco curado de espanto por vivir en una cabaña con ventanales en vez de muros. Le ofrecí mi mejor silla a Anne pero ni si quiera me miraba; iba de un lado a otro sin parar, finalmente se sentó en el sofá y decidió que no era suficiente, subió las escaleras y oí los muelles de mi cama rugir cuando ya estaba otra vez abajo. Yo andaba leyendo la biblia y anotaba cosas en los márgenes para que no se me olvidaran después del viaje. Estaba tripeando muy fuerte y Anne se me antojaba como una ninfa estereoscópica. Quiero decir, todo lo que no fuera ella se mostraba plano y sin fuste.
Me divertía el hecho de que no me estuviera exhibiendo; es decir, sí, yo me paseaba desnudo delante de Anne pero no lo hacía para ella. Sucedía simplemente que el estar desnudo y el que ella se hubiese presentado en el lugar de improviso habían coincidido en el lugar y en el tiempo, nada más.
—¡Me ha vuelto a pegar! —Se desvistió y se hizo un ovillo en el suelo. Anne era una de las pocas personas que conocía que se sentían más seguras desnudas que con ropa—.
¡Le habían pegado! ¿y qué? ¿qué se suponía que tenía que hacer con esa información? Anteayer mismo me habían amenazado con atropellarme en Main St. y el día de anteayer habían atracado a una india en el parking del supermercado y la semana pasada me habían arreado un puñetazo en la boca del estómago. Eso pasó cuando vivíamos en un coche en el camping en el que nadie pagaba un mísero centavo —a excepción de los 25 centavos por minuto de la ducha. Hubo momentos en que 25 centavos llegaron a valer más que uno e incluso dos dólares—. Entré al bar del camping a deshoras, pues ya había anochecido y los corzos campaban a sus anchas por las calles y las carreteras. Más que un bar era una ferretería donde dispensaban alcohol. Entré a pedir cambio con inocencia y me encontré a unos tipos muy cuidadosos de ser vistos, entre ellos, la dueña, intercambiándose una bolsa de papel llena de rulos de dólares. La cosa iba sobre drogas; anfetaminas. Todo lo demás, no one gives a fuck, you name it: LSD, marihuana, setas… Pero eran anfetaminas; el FBI todavía andaba buscando al responsable de aquél chico tirado en la cuneta. Su cadáver estaba amarillento por el polvo y la tierra cuando lo encontraron. No había demasiada sangre, en la vida real los asesinatos no suelen ser muy sangrientos. Solo una carne que se vuelve correosa y el olor que desprenden. El chico había “manejado” para que no se le cayera la gorra ni después de muerto, un caso curioso y un tanto divertido. Entré en aquella tienducha esperando cambio de dos dólares y me encañonaron mientras gritaban que la jodida tienda estaba cerrada. «Get the fuck outta here, ¿dont you know how to read? ¡It`s fucking close, asshole!» Sí que sabía leer, en español, inglés y algún que otro idioma más, pero eso a ellos les daba igual. Uno de ellos me sorprendió con el susodicho puñetazo, caí de lado, rodé y me arrastré hacia la salida. Mientras me escabullía intentando esquivar una bala que no habían disparado, todavía escuchaba algunas amenazas. Afuera, mi colega esperaba en el todoterreno y me habría gustado gritarle algo así como ¡arranca, arranca el jodido coche! y acto seguido yo me deslizaría por el capó hasta el lado del copiloto para saltar dentro por la ventana. No había tiempo si quiera para abrir la puerta. Pero esto no era una película, así que caminé lentamente, algo conmocionado, con miedo a correr y desatar en aquellos hijos de puta alguna conducta depredadora. Por otra parte, mi compañero era epiléptico, así que nunca se había sacado el carné de conducir. Y esto me producía bastante tristeza porque no era nada cool; ojalá mi compañero hubiese sido un ex-militar. Igualmente, yo tampoco era lo que se esperaba de mí, ¿qué pretendía? Me introduje silenciosamente en el coche, giré la llave y conduje lentamente hacia la otra parte del parking. Y mientras lo hacía me imaginaba llegando a nuestro campamento y cogiendo la llave inglesa del maletero. Mi compañero me preguntaría adónde iba a estas horas y yo sonreiría y le acariciaría el hombro citando a alguna estrella de Hollywood y de hecho estábamos en Hollywood solo que muy al norte. Entonces, volvería a la tienda y le hundiría el cráneo a base de golpetazos con el metal endurecido a aquella basura blanca que vivía en caravanas. Muy tranquilamente, me deslizaría tras el mostrador y cogería cambio para la ducha y me iría a paso lento, dejando caer tras de mí un billete de 2 dólares. Para cuando me hubiese duchado el sheriff estaría esperándome afuera de los baños con los faros del coche inculpándome y yo asumiría mi condición de asesino con una responsabilidad apabullante.
Ahora habían pegado a Anne y la historia se repetía solo que aquel tipo había estado haciéndolo de continuo. ¿Y qué se esperaba de mí? ¿Tenía que bajar a la granja de los surferos y pedirles una escopeta? Imagino que mi padre tendría razón después de todos estos años. A pesar de que le dije que odiaba cazar y odiaba las armas y lo odiaba expresamente a él por haberme obligado a venir a cazar y tener a un niño de 9 años inmóvil entre las zarzas durante 6 horas a la espera de algún zorzal desprevenido. A pesar de todo eso se mostraría orgulloso, tras veinte años, de haberme forzado aquel día a aprender a manejar un arma. Sí, yo sabía manejar una escopeta y quizá esto era lo que Anne quería; que yo le abriese un volcán en el pecho a aquel farmer; y realmente la cosa daba igual, si no lo mataba yo lo haría la droga. Tenía sentido. Me puse unos vaqueros en plan comando y me dispuse a salir sin camiseta, asesinaría a ese tipo a pecho descubierto, eso sería lo último que viese; mi pecho descubierto de hombre fuerte y protector. ¡Yo protegía a mis amigos! No sabía cuidar muy bien de mí y esto se adivinaba fácilmente en cuanto pasabas pocas horas en mi compañía, pero cuidaría de mis amigos.
‑¡Anne, levanta y no te lamentes más! Vamos donde Nick, voy a agujerearle el pecho.
—Estúpido, no estoy aquí para que me protejas, estoy aquí para que me ayudes a deshacerme del cuerpo; ¡le he reventado el cráneo con la llave inglesa de tu jeep!
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