Laura comenzó a trabajar por primera vez como secretaria en un organismo muy importante del país y esta vez le fue muy difícil empezar de nuevo a vincularse laboralmente, ya que había estado mucho tiempo como ama de casa. El primer día, su jefe, el Director General, le presentó a todos los trabajadores y así ella conoció cada departamento. Al poco tiempo, pudo conocer a otro integrante más del colectivo.

Un día, encontrándose sola en su departamento, sintió un ruido muy extraño, que la dejó asustada; miró alrededor y no vio nada, por lo tanto, continuó escribiendo; cuando más estaba concentrada en sus informes, se apareció un pequeño animalito encima de la pata del butacón, en cuanto ella notó eso, gimió espantada y corrió para afuera de la oficina. En ese momento no podía acudir al Director, porque no había llegado, por lo tanto, recurrió al jefe de servicios, el cual mostró disposición en ayudarla en algunas ocasiones para cualquier cosa; contando con eso, fue a hablarle. Una vez allí, le planteó lo siguiente:

—Terrero, buenos días, este… quería preguntarte si me podías ayudar en sacar un guayabito que se metió en mi oficina.

Terrero, que era como lo llamaban sus compañeros, recostado en una silla y con las piernas alzadas encima de la mesa, la miró inquisitivamente y le dijo:

—Claro que te puedo ayudar con sacar ese bicho de tu oficina, pero primero necesito saber si es hembra o macho, porque como comprenderás, yo aquí tengo dos tipos de veneno, uno es azul, que es por si el animalito es macho y el otro es rosado, por si es hembra.

Laura lo miró atónita, preguntándose si le había pedido ayuda a un loco o a la persona adecuada para que le resolviera su problema, pero aun así, se dejó conducir por él, el cual, en ese instante sacó entre sus cosas una sustancia pastosa y durante el recorrido hacia el departamento de ella, le comentó sobre el guayabito macho, la hembra y los dos tipos de veneno.

Cuando ambos llegaron, solo entró él, ya que Laura prefirió quedarse afuera indicándole donde había encontrado el diminuto roedor, pero este, como rápido corredor que era, ya no se encontraba ahí; Terrero depositó el veneno por las esquinas y abandonó enseguida aquel ambiente solitario y frío.

Pasaron los días y Laura no vio señales de ratón muerto por ningún rincón. Sabía que estaba vivo porque apareció una vez más durante una reunión que hubo en la oficina de su jefe, el supuesto veneno que echó Terrero en su oficina no funcionó y ella se percató de que no era posible contar con la ayuda de esa persona desquiciada ni de ningún otro compañero, ya que todos se burlaban de ella.

Un día tomó la decisión de colocar una ratonera detrás del archivo, al cual le puso un pequeño trozo de chorizo; al colocarlo, se quedó muy atenta, observando todo el tiempo dicho mueble. De pronto ¡zas!, oyó algo estrepitoso, se dirigió hacia donde estaba la trampa y la vio volteada de costado, lo sujetó por la esquina, con la esperanza de encontrarse el animalito por el otro extremo, pero no encontró nada, ni siquiera el pedazo de embutido; buscó por debajo del archivo y lo halló ahí, cerca del artefacto para matar ratones y mascando el chorizo. De repente el guayabito salió corriendo con el manjar en su diminuta boca hacia al departamento del Director y Laura lo persiguió hasta el buró, en el cual pudo percibir la cola; cuando estuvo a punto de pisotearlo, éste se marchó hacia la puerta de salida y desapareció del lugar. Cuando abrió la puerta, revisó por todas las esquinas y súbitamente apareció su jefe, queal verla arrodillada, moviendo la cabeza de un lado para otro, le preguntó:

—Laura, ¿qué tú haces agachada ahí?

—Estoy buscando al guayabito que acaba de salir de aquí —le respondió agitada.

—¡Muchacha, párate; te he dicho miles de veces que dejes tranquilo al bicho ese, que Terrero se ha encargado de echar todo tipo de veneno para eliminarlo y no lo ha conseguido, así que olvídate de eso; hazme el favor y levántate, que necesito que me hagas un informe!

Ella se levantó y con una mirada de enfado volvió a sentarse en su puesto de trabajo, mientras él, al encaminarse al suyo, continuó recriminándola en voz alta.

Al día siguiente, cuando llegó al puesto de trabajo y al sentarse frente al ordenador para imprimir algunos documentos, notó en los papeles impresos unas pequeñas manchas en los bordes de los mismos, por lo tanto, decidió abrir la tapa de arriba de la impresora para verificar el estado del tonel y para sorpresa suya, en cuanto la abrió, vio al guayabito, que la miró con sus pequeños ojos oscuros; enseguida la cerró, seguido de un gemido de susto. Laura empezó a dar vueltas, pensando cómo eliminar de una vez y por todas al maldito roedor. En ese instante percibió en el costado izquierdo del archivo dos cabillas; agarró la primera a mano, con la intención de asesinarlo, aunque eso conllevara romper el equipo, pero cuando dio unos pocos pasos, se detuvo y pensó en lo poco conveniente al querer matar a este simple ratoncito; si no la molestaba con informes como el Director ni burlándose de ella como los demás compañeros. Luego, caminó hacia la impresora y la desconectó, fue con ella para la calle, abrió la parte superior de esta, sacudió el equipo y posteriormente el guayabito salió y corrió hasta esconderse por debajo del carro de su jefe. Desde ese suceso, Laura no lo volvió a ver, sin embargo, tuvo sospecha de que aún siguiese vivo, sobre todo, porque todos los días laborables, antes de abandonar la oficina, depositaba un pequeño trozo de pan en la esquina de la puerta de salida y al regreso, ya no lo veía ahí.

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