El Día Que Conocí A Mi Muerte

El Día Que Conocí A Mi Muerte

Amïan V

18/03/2019

Nunca has sentido que te observaban?

Nunca has girado la cabeza hacia una dirección pensando que ibas a ver algo fuera de lo normal, algo que te miraba a ti y solo a ti?

Y no te ha pasado que al hacerlo sentiste que no debiste haber hecho eso?

Pues bien, esto me ha pasado a mi, por no hacer eso. Me pasaba tan seguido que dejó de tener importancia en mi vida. Un día si y el otro también sentía como algo me vigilaba, algo me seguía, algo me observaba.

Un día normal, estaba volviendo a mi casa. Había sido un día como cualquier otro en mi vida. Diría que un día normal en la vida de cualquiera, pero no cualquiera se gira a cada momento para ver como una sombra que te observa se esconde, o desaparece.

Ya no me daba miedo, ya no me asustaba. Ya me había acostumbrado. Vivía eso todos los días de mi vida, durante toda la vida.

Pero ese día fue diferente. Abriendo la puerta de mi casa sentí que alguien me observaba, yo ya sabía. La sombra. No le presté atención. Grave error.

Luego me arrepentí, encerrado en ese horrible lugar. Estába oscuro y olía a humedad. El aire era pesado y se oían quejidos de otras personas que hicieron el mismo error que yo. Yo… No sabía que esas sombras, esos seres, no toleraban que les ignoren.

Entré a mi casa sin prestarle atención a esas ganas que tenía de girarme y sorprender a ese ser que me observaba. Pero había vivido eso tantas veces que ya no tenía sentido hacerlo una vez más. Me hice un té y me senté en mi sofá, quería ver un poco la televisión. Pero esas ansias y la angustia de saber que alguien te vigila no desaparecían como yo había pensado. Sin embargo pensé que eran sólo imaginaciones mías y que no debería prestarle atención. La verdad siempre había pensado que lo que hacía no tenía sentido, todo debían ser imaginaciones mías, por algún trauma de la infancia según mi psicòloga.

Así que me dormí. No quise darle más vueltas. Pero apenas cerré los ojos empecé a soñar cosas extrañas. Soñaba que estaba en un bosque oscuro, algo me perseguía. Podía ver a mi lado lobos que corrían conmigo. Sentía como me quedaba sin aire, me giré a ver quien me perseguía. Grité. Y desperté.

Cuando abrí los ojos tenía la respiración agitada, me dolía el pecho y me costaba respirar. Temblaba y sudaba y tenía la mente en blanco.

Sin embargo todos mis sentidos se dispararon cuando sentí algo cerca mío. Una respiración. Podía sentir el calor de su aliento en mi oreja. Estaba cerca. Muy cerca. Demasiado cerca. En ese momento sentí como mi sangre se congelaba, mi piel perdía su color y mi corazón palpitaba con demasiada intensidad. Lentamente, muy lentamente, gire mi cabeza, aterrorizado. No sabía lo que me iba a encontrar. No quería saberlo. Pero necesitaba verlo.

No se lo que era, pero se veía atroz. Parecía un ser hecho de humo y telaraña, tela y arena, negro, muy negro, de un negro tan profundo que parecía poder perderme en el con solo verlo. Se podía adivinar una especie de cara, de grandes ojos y boca abierta.

O eso pensé ver antes que se abalanzara sobre mi, hundiéndome en esa oscuridad y sintiera como si se llevara hasta la última gota de mi energía, como si rebuscara hasta el último rincón de mi mente, como si de cajones se tratara.

Y luego de eso, nada. Luego de eso, la oscuridad. Luego de eso un gran vacío. Simplemente, luego de eso, la muerte.

Tardé en entender que esas sombras que sentía, esas sombras que todos sentimos, son nuestras muertes. Observando, mirando, vigilando. Buscando, esperando, el buen momento para llevarte. El momento que te toca para irte. Tu momento.

Pero también son nuestros ángeles de la guarda, nuestras vidas, siempre atentos a que no nos pase nada antes de lo previsto, dándonos energía cuando estamos desanimados, dándonos esperanza cuando lo creemos todo perdido. Tardé en entender que nos quitan la vida, pero también nos las dan.

Lamentablemente, estos seres no son sólo vida y muerte, y el orgullo los domina. Aprendí que les gusta asustar, les gusta hacer creer que ya llegó tu hora, les gusta hacerte pensar que es el final. Y a los valientes como yo, que ignoramos esa sensación, que sabemos que no es la realidad, nos guardan un terrible rencor. Y un terrible destino. Un destino que no hubiera querido conocer.

–Tu sabes lo que hacemos aquí? –Me preguntó alguien en la oscuridad. –Tengo mucho miedo…

La verdad no sabia que íbamos a hacer. Y yo también tenía miedo. Hasta ahora había vivido una vida relativamente normal, con un trabajo aceptable, una casa en buen estado, veía mis amigos y mi familia y se podría decir que era feliz. Jamás imaginé que acabaría así, rodeado de gente desconocida, en una oscuridad total, sin ni siquiera poder ver dónde ponía los pies, en un lugar donde el aire era prácticamente irrespirable. Y sobretodo, nunca imaginé que podía estar muerto y ser consciente de ello. Empecé a preocuparme por mi vida. O más bien la vida que había tenido hasta hacía poco. Que pensará mi familia al no tener noticias mías? Alguien descubriría algún día que estaba muerto? Mis amigos me iban a recordar los sábados cuando estén todos sentados en una mesa bebiendo un par de cervezas? Empecé a sentirme muy triste. Las emociones se expresaban bajo la forma de grandes lágrimas que bajaban lentamente por mis mejillas. Poco a poco sentí como más personas empezaban a llorar. Probablemente todos estábamos muy asustados y tristes. Probablemente todos pensábamos en nuestros seres queridos.

No se cuanto tiempo estuvimos ahí, minutos, horas, días tal vez. Yo sentí que fue una eternidad.

Pero, al cabo de un tiempo, no podría decir si fueron días o semanas, minutos o horas, la oscuridad pareció aclararse un poco. Podía ver la silueta de las demás personas que había ahí. Y también podía verla a ella. Mi muerte. Y mi vida.

Y la muerte y la vida de cada una de las personas que me rodeaban. Nos observaban, frente a nosotros, sin esconderse. Sentía como si examinara hasta lo más profundo de mi ser. Empecé a tener sueño. El frío que había sentido todo ese tiempo empezó a desaparecer y a dejar sitio a un calor reconfortante. Sentía que estaba en paz.

Desperté de repente. Estaba en mi cama. Debían de ser las cinco o las seis de la mañana, apenas había amanecido. Confundido, me miré las manos, sentí mi cara con ellas y me pellizqué. Había sido un sueño? Pero al momento supe que no. Solo me bastó con mirar hacia afuera, y ver esa sombra que me era tan familiar para saber que lo que había vivido era bien real.

Por primera vez, la sombra no se movió, la muerte no escapó. Se quedó ahí, quieta. Me miró, y sonrió. Luego poco a poco se fue desvaneciendo, dejándome en un estado de confusión y miedo que nunca superé.

Después de vivir esa aventura, después de conocer mi muerte y morir, nunca volví a ver la vida de la misma forma. Intenté disfrutarla lo más que podía, disfrutar cada momento, cada instante, disfrutar de las alegrías y las risas, pero también los llantos y las tristezas. Y no volví a ignorar mi muerte nunca más. A menudo la veía como me observaba, ella ya no huía, me miraba, sonreía, y desaparecía.

Seguramente os preguntaréis cuál es ese terrible destino del cual hablé… Os lo diré.

Es horrible cuando sabes que tu vida entera depende de los caprichos de un ser sin emociones. Es horrible cuando à cada momento te lo recuerda. Es horrible pensar que este puede ser tu último pensamiento tal vez. Tu último suspiro, tu último latido, si así lo desea ella. Es horrible sentir que si no disfrutas de lo que vives tal vez nunca lo puedas volver a disfrutar, y que todo depende de alguien otro. Es horrible ver a cada instante tu muerte que te sigue, que con la mirada te diga «si yo quiero, este es tu último momento» y saber que no puedes hacer absolutamente nada.

Sin embargo, un día una persona me dijo algo que me hizo cambiar totalmente…

–Y porque no intentas unirte a tu vida y muerte, a tus miedos, a tus recuerdos, a tus heridas, para luchar juntos contra las dificultades de este mundo?

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS