El está allí. Como salió de casa, entró por las puertas grandes de terapia intensiva.
Su mente se despejó, porque es hora de atender a los pacientes, que creen en su diagnóstico positivo o negativo. Su corazón se acelera, hoy hay muchos heridos y algunos para cirugía. El trata de encontrar la calma en el buen humor, el trato amable de los enfermeros, la sonrisa de un internado y el abrazo de Dios. El tiempo es vida y la vida depende de su tiempo. Las horas pasan y pasan y él, tal vez no sepa que ocurrirá, en unos pocos segundos. Se da cuenta de que la vida de los demás depende de su vida misma. Cualquier error en sus decisiones puede ser fatal, refleciona.
Allí afuera esperan los familiares que les lleve buenas noticias. Aqui adentro, en la sala, la verdad y el dolor, el milagro y la esperanza, giran en torno a todos los presentes,médicos, enfermeros y pacientes. De repente,despierta el joven que hace días estuvo en coma. El médico respira profundamente y sonríe en su interior y esa alegria se muestra en su rostro. Hay paz, mientras que los demás internados esperan su turno para sanarse pronto. La espera es interminable. La confianza y el temor invaden a todos, pacientes y agentes de salud.
La vida de los más afectados, depende de la vida interior y exterior del médico. Allá en casa, lo esperan dos amores, su tierna hijita de cinco años y su esposa cariñosa y diligente, quién anhela que esté bien, cuando está entre sus corridas y sacrificio. Eso lo alienta a seguir en la lucha diaria. Te amamos, médico del cuerpo y del alma y siempre serás el diagnóstico para la cura del dolor de las personas.
Vive el día a día, completamente feliz por salvar al enfermo de la muerte y sanar a otros pacientes, que estan en menor situación de gravedad. Tu esfuerzo y dedicación, merecen todos los premios y aplausos de gratitud. Vaya un homenaje inmenso, a todos los terapistas del mundo, en especial a mi querido esposo, Pablo Andrés.
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