Ocho gotas de Risperdal era todo lo que necesitaba para regresar a nuestro mundo.

Pero ¿era realmente este mundo mejor que el suyo?

Sí, seguro lo era. Al menos en este no tenía que toparse con las paredes, ni golpear las puertas esperando que sus ansias por salir le abrieran camino hacia un mejor destino.

Y mientras, mi alma lloraba ante la impotencia al no poder traerlo de regreso a nuestra realidad.

Maldecía la incapacidad que me impedía ponerme en su lugar. Si tan solo pudiéramos intercambiar destinos y ser yo el que estrellara mi cabeza contra aquél muro que se presentaba entre nuestros mundos, separando nuestras realidades como queriendo doblegar el alma.

Discriminar el dolor ocasionado por haber llegado a un mundo erróneo. Un mundo falaz donde la felicidad se tasa en oro y el éxito se persigue eternamente como la zanahoria que, asida a un cordel, guía el camino de la mula que la hace andar, pretendiendo que en algún momento la podrá alcanzar.

¡Qué cruel y despiadado se presenta entonces un Dios truncado! Escaso de piedad y misericordia. Ávido de dolor y sufrimiento humano.

Despierto cada día con miedo de abrir los ojos. De enfrentar una realidad que ni en mi peor pesadilla hubiera imaginado.

Y caigo cautivo de una sonrisa que me hace conocer lo que es el verdadero amor, el amor que no busca nada, que lo entrega todo sin decoro.

Me embelesa con un beso y me transporta a su mundo que nunca de otra forma podría haber experimentado.

En sus ojos veo el amor atrapado en un cuerpo lisiado, y aprendo a comunicarme en su mirada. Su sonrisa me desnuda despojándome de todo rastro de maldad y desencanto.

Su vocabulario es escaso, pero basta un “te quiero” para derrumbar mis murallas y aniquilar mis miedos..

Las palabras sobran cuando las caricias funden dos seres en un abrazo.

Es entonces cuando me avergüenzo de mi pobre condición de humano.

Maldigo mi destino un día y lloro al siguiente por mi desacato.

En él puedo ver el Amor y sentir el dolor como una bendición. Puedo abrazar su alma y por ósmosis impregnar la mía con su inocencia innata.

Cuando lo observo por las mañanas postrado en su cama, esperando que llegue a ayudarlo a levantarse, y con un “abrazo de oso” nos fundamos juntos con un bálsamo sagrado, es entonces cuando entiendo la inmensidad del alma. Vivo en ese instante la grandeza de un Dios que quiere compartir su amor eterno, su amor sublime, su amor humano.

Y otra vez lloro y blasfemo al no terminar de comprender en qué consiste la misericordia divina. Es entonces cuando miro al cielo implorando piedad y el fin de mis temores. Me siento de nuevo tan ignorante al no terminar de comprender que el que sufre soy yo, pues él vive en otro mundo muy lejano. Un mundo carente de odio, de maldad y de todo sentimiento malsano. Pero soy yo el que erróneamente se aferra a quererlo traer a mi mundo, sin poder aceptar que el suyo es por mucho más perfecto y santo.

Pienso que el trabajo de padre no está bien remunerado. Al menos no en este mundo donde en monedas de oro todo esta sobrevaluado. Siento los latigazos de desprecio que ignoran mi trabajo y critican las gotas de sudor que junto con las lágrimas, mi cuerpo han empapado. Y me duele.

Las cicatrices ocasionadas son como fieles trofeos que nos hacen recordar cada victoria que juntos hemos logrado.

Me duele la mirada esquiva que lo juzga y me juzga pretendiendo justificar un descalabro.

Nos hiere la mano “amiga” que más que ayudar, contribuye con sus garras a escarbar un final precipitado.

Pero al final de la jornada todo habrá valido la pena.

Seguro estoy que algún día, cuando mi misión aquí haya concluido, podré ponerme de rodillas e implorando al cielo pediré perdón por mis errores y momentos de flaqueza, y al Padre Celestial agradeceré el privilegio de que fui dotado.

Y entonces, y solo entonces, con mi corazón en la mano, y con gran humildad podré decir “gracias Padre mío por permitirme vivir la paternidad de uno de tus Seres de Luz, solo espero haberlo hecho bien”

Y tú, hijo mío, perdona mis momentos de incertidumbre. Seguro estoy que en la eternidad, juntos e iguales, por fin lo habremos logrado.

¡TE AMO!

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