Después de la cura de un sueño, tras limpiar con pereza la última laceración, caigo en cuenta de que mi camino se perdió, tal vez en los diluvios del norte o en el fenómeno del Niño del sur, ellos se terminaron de llevar mi último adiós.

Salgo al balcón por tabaco inspirador y observo con curiosidad los gestos de los vecinos, quizás esperando que el pasado regrese y alguien me reconozca en esta ocasión.

Quizás las diez emociones simultáneas son sólo sombras del mediodía, penando de día en esta incertidumbre de futuro, un spin girando en mi destino, sorteando sus órbitas para no aburrirse de mi, sin embargo; no te engañes no se te ocurra tener pena de mi soledad ni de la libertad para expresar el terror en mi mente.

A veces, me encuentro en ella, a veces no. Y ella está libre de toda responsabilidad, pues su individualidad complementa nuestro dúo al amar, aunque el amor a veces es un infierno casual.

Ojalá esto fuera un desamor, que sabemos es más inocuo que la inseguridad del ser. Fantasmas vívidos me tientan a reflexionar sobre las variables que pueden dar finales alternativos a esta historia.

Y poco a poco, me enfoco y surgen cuestionamientos que vienen y van como para participar del hostigamiento de forma activa, de modo que dañen pero no maten:

Y si no soy lo suficientemente bueno? Y si no logro tomar las decisiones correctas? Y si no logro salir de este trance a tiempo? Y si todo sale mal? Y si me dejan de amar? Y si solo estoy mejor? Y si no?

Todos se ven tras las pantallas móviles tan felices, exitosos y amados que me pregunto, si ellos son los que van a cambiar la historia porque al parecer yo sólo poseo viejas glorias infladas de ego. Me pregunto, cuál es la necesidad social de fisgonear y de compartir secretos de nuestras personas con personas ajenas, comprando lealtad con información, no es acaso, corrupción en la industria de la amistad.

Pero no te engañes, mis redes de conexión se usan, me usan y las uso, no hacerlo sería condenarme a más invisibilidad incluso en la legalidad de mi existencia, es más, podría blasfemar diciendo que la consecuencia de no haber hecho un popurrí de mi rutina, filmar un clip de mi silencio, en un juego ideal donde en realidad no quiero ser estelar de la envidia o de tus ojos críticos, es estar saltando una cuerda floja contra la gravedad de los problemas. Culpemos a mi personalidad, ya que nunca se le dió, por hacer un vídeo diciendo o demostrando mi felicidad, quién podría poner pausa a las endorfinas hasta sacar el móvil del bolsillo y sonreir genuinamente ante él. Me basta con la impersonalidad de ser yo y no saber quien está detrás de esta pantalla, leyéndome intrigado casi asustado es suficiente adrenalina para el buen conocedor del suspenso.

Hoy me hubiera gustado despertar más temprano, pero la tristeza me sedujo con otra pesadilla, como explicarle a alguien que mi corazón amaneció marchito de tantas esperanzas, de tanto esperar, de tanto luchar contra su propia relatividad. Al terminar con esta catarsis sólo espero reparar mi máquina del tiempo y revivir lo mejor de mi, ya no sé si en el pasado o en el futuro.

Templado en una circunferencia viciosa de inmovilidad, consumo algunas energías negativas para garrochar después, finalmente después de la oscuridad de la noche, tarde o temprano debe amanecer, aún en el bisiesto.

Sentado frente a mi, podrías observar que tras este muro de células envejeciendo, existen dudas acerca de este proceso de disección en mi, será que esta es la consecuencia de no haber dado libertad furtiva a un par de lágrimas, de haber tenido mucha suerte y haber tentado con ambición a mis imponentes sueños, de no haber dado vuelta en U en mi última disyuntiva de dolor, de no haber tenido pena de algún dolor ajeno, de no haber detenido a una amiga que hoy ya no está.

Así sin explicaciones, dejo huellas de insatisfacción en la sala, cantando mi ausencia, brincando dolores en la piel que como lunares se tatúan para nunca olvidar y que al sol se harán enormes manchas o con mucho descuido un cáncer mortal, las horas siguen avanzando y me aferro a esperar la noche y volver a salir al balcón como un hombre nuevo esta vez sin tabaco y sin vecinos.

Para desocupar los hombros de todos mis errores, las penas de todos mis mejores recuerdos, tomaré un baño de florecimiento en una ducha de 2×2, imaginando la mejor sonrisa, suplicando consolación y protección de algún dios, escobillando con amor mi corazón.

Aguardaré su compañía y la angustia en su mirar, cuando le explique lo que encontré en el balcón y regado por toda la sala, ella me ayudará a limpiar el desperdicio y me dirá que mañana será otro día, que soy su alegría, que deje el tabaco y de molestar a los vecinos pero que me divierta con el libre albedrío de la energía tánica que impulsa a la senescencia de todos los cuerpos en el universo, que nos obliga a todos a mejorar como sopa instantánea de microondas con mensajes de autoayuda, autocompasión, automotivación de sanadores y cazadores de hombres. Me dirá que es mejor disfrutar la ambigüedad de tener esta porción de espacio y tiempo en la infinidad de lo desconocido, y que no calle ni me avergüence de sentir la filosófica y nefasta realidad de ser una especie de evolución que no ha dejado de evolucionar y que a veces es mejor no olvidar.

Estas costumbres de animal dador de promesas tenían que fracasar, no sé que esperaba esta raza adormecida y educada para evitar a toda costa el error como parte de la adaptación, que prefiere alcanzar metas de mercadeo para viajar un mes con préstamos y deudas para aumentar el status imaginario de su duro trabajo, que trasladarse hacia sus adentros y desmembrar su poder de ser nadie, de recordar el último dolor y repararse, detenerse, dar vuelta en U o de pisar el acelerador a fondo.

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