La calle donde he pasado la gran mayor parte de mi vida, es como decimos en mi país una calle común y corriente. Tal vez lo sea, aquí no ha vivido un gran héroe, ni un personaje político, ni histórico y ningún artista de relevancia, esos nacieron allá en las calles del centro, en los barrios antiguos, de mi Oaxaca, pero la mía no merece ni ser visitada ni mucho menos ponerse en los mapas de lugares históricos de mi terruño.

Conocí está calle cuando era una niña, en realidad es singular es como llaman comúnmente una subida, de largo como doscientos metros por seis metros de ancho, era hace años rústica sin asfalto, complicada de subir y de bajar, en tiempos de lluvia había charcos por aquí y allá, la gente no podía ni caminar surcábamos todos como sapitos tratando esquivar el lodo que se estancaba y de la luz pública ni hablar, cada casa alumbraba como podía, era una calle fea, sí lo era, pero ¿sin vida?, eso si no. Está calle si algo tiene es vida, de mi niñez puedo recordar al despertar el canto de un gallo gritando la llegada de la mañana, de pronto, el olor a humo de algún vecino preparando las tortillas que vendía a los colonos del lugar, y cómo olvidar el característico ruido desde el exterior de alguien gritando ¡atole! ¡tamales! , entonces la calle empezaba a despertar. Mientras en mi casa, mi madre corriendo por todos lados, en la cocina preparando un almuerzo que debía llevar sin falta a la escuela y mi padre más adormilado que despierto tratando de prender el coche para llevarme a ella, yo observaba durante esas mañanas escolares, como mis vecinos que algunos se volvieron mis amigos, iban esquivando los charcos de la calle con cierta preocupación para no mancharse la ropa.

Así, comenzaba a florecer la vida y la historia de la calle de mi infancia de mis recuerdos, pero el tiempo pasa, y con ello llegó el asfalto y desapareció esa calle y se volvió otra los niños crecimos, nos volvimos jóvenes, ya no llegaba el olor a humo, ni se escuchaba más el gallo que tan feliz cantaba todas las mañanas, llegó la modernidad, y se empezaron a oír otros ruidos como de motores de carros, moto netas, y así los sonidos cambiaron, se había ido la tranquilidad de la noche a la mañana, habíamos sido urbanizados.

Algunos amigos de niñez se volvieron jóvenes los cuales buscaron el amor en otro lugar y por ende emigraron, habían terminado los días donde nos encontrábamos en la tiendita de la esquina y nos poníamos al día con alguna anécdota escolar o vecinal, ya no nos preparábamos para las posadas de diciembre o alguna otra fiesta religiosa que abundaban en mi calle. No lo sabía pero eramos afortunados contábamos con una capilla al final de la cuadra por decir en la cima de la Colonia, por ende nunca paraban las fiestas, sí siempre cada fin de mes había música todo el tiempo de día y noche, la gente celebraba todo lo podía y se ofrecía San Jose, San Juan, San Gertrudis etc. he perdido la cuenta de todo lo que se celebraba porque era difícil llevar la cuenta, de tanta fiesta, todo a través de una hermosa costumbre de este lugar llamada Guelaguetza, en mi Colonia donde está mi calle pertenece a un pueblo mágico, ahhh no es tan aburrida mi calle ¿verdad?, la magia consiste por preservar sus costumbre desde hace siglos, algunas hasta antes de la Conquista y está era una de ellas, consistía en donde todos los vecinos del lugar apoyaran en las fiestas todos debían aportar algo, unos la comida, otros la bebida y por último la música, pero, como yo no era oriunda del lugar, si no avecindada no participaba mucho en la costumbre, mis padres no eran de por aquí, pero eso no significaba que mis vecinitos no me invitaran a vivirla y a convivir en ella, era agradable ver pasar a los músicos cuando había una fiesta, como un casamiento ahí iban todos los padrinos y madrinas de la guelaguetza hacia la fiesta, acompañando a los novios, eso, era aviso de una fiesta no importaba el motivo, pero, a veces también la música era anuncio de una muerte esa parte era triste, pero formaba parte del ciclo natural de la vida. El tiempo no perdona y muchas costumbres se han ido acabando tal vez por la modernidad o porque la gente vive aprisa no sé, muchos vecinos con los que crecí se han ido, por diferentes causa y razones, así como el panorama de mi calle también cambió dejaron de existir casitas, para darle paso a casas, edificios y pequeños negocios, ya no hay más quien grite por sus viandas, ahora ha dejado de ser simple calle para volverse según urbanizada y comercial.

A veces me entra la nostalgia, quisiera oír los ruidos de mi niñez, oler el humo de las tortillas, ver el ajetreo de los vecinos preparando una fiesta, tener la tranquilidad para no oír tanto ruído de automóviles, ver a mis amigos corriendo o pasando en bicicleta para ir al centro o al cine, muchos se han ido, pero yo sigo aquí tal vez para ser parte de la historia de la calle, a lo mejor algún día alguien de importancia llegue a vivir aquí y entonces vendrán hordas de gente a conocerla, pero, yo prefiero a la gente común que vive aquí como soy yo, que todos los días se levanta al alba para buscar el sustento de sus familias y regresar la mayoría al anochecer después de una ardua jornada. Está calle podrá ser común pero no corriente aquí se siente vibrar vida, como alguien una vez me dijo el tiempo es el que pasa, pero está calle no va ni viene aquí está, y yo deseo estar aquí siempre en ella…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS