Las desgracias vienen juntas

Las desgracias vienen juntas

Jos Huza lar

04/03/2019

Déjame inquietarme un poco mas con tu dulce sueño que recoge las semillas de sublimes recuerdos enmarañados en lo más profundo de lo que alguna vez fue sentir la felicidad de recorrer tus territorios vírgenes prohibidos para los mortales. Y es que tanto te amé que no me viene el completo recuerdo del por qué te perdí. Tal vez por tu terquedad y el perpetuo deseo de quedarte en tu natal, aquel lugar tan frío y triste al cual llegaste a darle el amor que no conseguí que me dieras a mí, aun cuando te hice conocer el sublime deseo de tener tu primer orgasmo entre los cuatro postes que sostenían nuestra suave nube. Y sin poder convencerte que huyeras conmigo me fui, me fui en busca de sueños vacíos que aun apenas logro llenar.

Tras cuatro largos años estoy de regreso y no es para buscarte y llevarte conmigo porque sé que ahora lo perpetuo rompió sus límites y jamás siquiera se te pasara la fugaz idea de irte. Ahora no solo te ata el amor sino también el dolor de haber perdido a tu adorado padre. Si voy es por respeto a él y al amor que te tuve; porque no me avergüenzo de decir que fuiste mi primer amor y el primer amor nunca se olvida y más aun por habernos besado como nos besamos y sentirnos como nos sentimos, como si fuéramos un solo ser en todo este mundo indolente y egoísta que solo busca, de cualquier forma, separarnos a todos y pensar solo como individuos, nosotros no; nosotros éramos parte de un todo superior.

He viajado mucho y acabo de llegar. Caminando por las heladas calles, apenas recuerdo los estrechos callejones que me llevaban a tu casa y dejo a mis pies guiarme y mientras me pregunto ¿cuál sería la mejor forma de darte el pésame de una manera que sabrías que era yo aunque te cubras los ojos y te tapes los oídos? Me encuentro frente a tus puertas que le adorna el tan indeseado listón negro y entro en tu recinto, en el cual se encuentra la carcasa de tu padre y trato de disfrazarme entre la gente, me pongo el atuendo de más profunda tristeza como si se tratase de mi progenitor.

El disfraz de tristeza se fusiona conmigo y se enraíza en mi cuerpo. Y entras tú, nunca te vi tan triste que destripas cualquier atisbo de alegría con tu aura e incluso el aire que te rodea se hace pesado. Tus delgadas piernitas tiemblan escondidas detrás de tu falda color de la noche sin estrellas ni luna, te abrazo con tal ternura y luego tan fuerte como si te fueras de mi lado, como si algo te arrancase de mí. Te miro y no puedo evitar llorar y lloramos juntos abrazándonos, nuestros brazos como serpientes tratando de asfixiarnos mutuamente. – Oh Dios mío, no quisiera ofenderte, pero a veces creo que la vida está quitando más de lo que da y si tienes justicia divina, prométeme, te lo ruego, que tienes algo bueno destinado para esta pobre alma. Llévate la media vida mía como pago, porque no soporto verla tan desgraciada.

Me sigue traspasando tu tristeza por nuestro abrazo que parece hundirse en la eternidad y cuando mas creí que el momento nunca acabaría, dejas de tener pasión en tus brazos y poco a poco te abandonas cayendo desmayada en mi regazo, estaba desconcertado tan solo viendo tu rostro inocente al cual se le corrió el rimer y tu labial de carmín se fugó de entre sus líneas por frotar nuestros rostros y tu cuerpo como una muñeca de trapo. La arrancaron de mis brazos aquellos ladrones que tenían derecho, sus familiares trataban de darle conciencia y yo sentado como si hubieran drenado toda mi fuerza de un golpe.

La noche calló triste como el color de su vestido y yo aun sin fuerzas, cuidándola con la mirada, ahuyentando cualquier mal espíritu con mis pensamientos y ella allí tan ida, con la mirada pérdida persiguiendo algo invisible. Se encontraba con el cuerpo adormecido a causa del clonacepan que le dieron sin más, allí está mi frágil y desdichada muñeca ya sin voluntad y adormecidas penas, tan tranquila y con sus ojos hinchados de tanto llorar. Parece seguir persiguiendo algo invisible, sus manos se comienzan a mover como si fuera la directora de una orquesta.

Después que viene la muerte, la locura mete sus narices como un bufón, paseándose por todos los rincones viendo las caras y tratando de infectar al más vulnerable.

– Aléjate de mi amada. Le digo en mis pensamientos a la locura, pues eras bienvenida cuando ardíamos de amor en antaño y hacíamos cosas carentes de juicio con tal de amarnos – ¡Ahora lárgate! La pobre flor se levantó y podía distinguir dibujarse una sonrisa en su carita de loza fina y siguiendo algo invisible se fue hacia el patio de su casa, juraría que se tomaba de la mano con alguien, una imagen de alguien que ya no debería estar entre nosotros los vivos, fue cuando vagamente recordé algunas reglas sobre nunca seguir a las apariciones de los que fallecieron recientemente. Salí desesperado a impedirle que le siga. Pero ya fue tarde, ella yacía convulsionando en las faldas de un antiguo quinual, botando espuma por la boca y sus ojos volteándose, la recogí con tanta tristeza y di un grito pidiendo ayuda, grito que se ahogó en el dolor -Oh Dios mío no quise ofenderte al ofrecerte tan solo la mitad de mi vida para el trueque, no sabía que fuera tan poco, te hubiera ofrecido mi vida entera. Pero ya era tarde para negociaciones, su alma se la llevó el difunto y solo su carcasa carecía de propósito. La tenía entre mis brazos y su cuerpito se sentía vacío, frío, muerto pero sin morir.

A la fecha su cuerpo floreciente antaño, reside en el hospital psiquiátrico de Huariaca-pasco, esperando marchitarse hasta morir.

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