Enciano, el cuidacoches, me contó esta historia hace pocos días. No puedo estar seguro de que sea verdadera, pero lo cierto es que no lo he vuelto a ver.

No sé como se llama. En el barrio le dicen “Enciano” porque es viejo y no tiene dientes. Le decían “el encía”, pero con el tiempo le fue quedando el nombre que lo describía mejor.

Lo que nunca le faltaba era su chaleco de color naranja que le permitía recibir propinas de los conductores que estacionaban en la cuadra.

Su vida era muy normal hasta que Emilia, después de años de pasar a su lado sin verlo, un día se dio cuenta del significado de su chaleco y le regaló uno amarillo.

Emilia cambió cuando descubrió que no era capaz de cometer el asesinato que había planificado. Tenía todas las condiciones para hacerlo, pero los cambios en la historia fueron más poderosos que su sed de venganza.

Su padre había sido estafado por el hombre que se había convertido en su empleador. Había tenido que escapar a Costa Rica para eludir ciertas responsabilidades penales que su socio, el señor Astor Burgos Mason, le había adjudicado con sus artimañas. Emilia nunca tuvo dudas sobre la inocencia de su padre y la culpabilidad de su patrón. Si alguna vez las tuvo, terminó de convencerla el cuento de Borges titulado “Emma Zunz”.

Mas que un relato de ficción, Emilia lo tomó como una profecía y como el manual de instrucciones para consumar su venganza.

Sin embargo, hubo un problema. No podía decir que sintiera lo mismo que Emma cuando de relaciones sexuales se tratara. No podía entender cómo el famoso autor había escrito que aquello era “la cosa horrible” que a ella le iban a hacer, como desde el comienzo de los tiempos habían practicado hombres y mujeres. Era un momento maravilloso donde el individuo se olvidaba de sí mismo y se fundía con la naturaleza y, si hubiera sido creyente, hubiera pensado que aquel placer lo había creado un dios para que los humanos supieran que él estaba cerca en esos instantes.

Pero esa no fue la única dificultad para concretar su plan. No quería ser una delatora y, en vez de tratarse de falsos rumores como en el cuento, comenzó en serio a hablarse de una huelga. Las actitudes despóticas de Astor habían sido el elemento base que permitió que la indignación de los trabajadores se convirtiera en afán de lucha cuando se presentaron los primeros síntomas de crisis.

En la fábrica, por ser pequeña, no se había formado un sindicato, pero llegaron los dirigentes de aquella rama de actividad y se propusieron para negociar una salida con el dueño. En la primera reunión no hubo acuerdos, pero, después de que organizaran el primer paro el patrón accedió a ceder en algunos aspectos.

Sin embargo, Leticia, que sabía del odio de Emilia y conocía el pasado canallesco de su patrón, decidió espiar aquellas reuniones y las filmó con el celular.

Cuando los dirigentes hicieron su propuesta a la asamblea sobre la firma de un acuerdo, ella levantó la mano y pidió la palabra.

— Antes de que tomen una decisión, compañeros, tengo que mostrarles el acta que levanté de esa reunión.

Los dirigentes la miraron sorprendidos, pero no pudieron impedirle que hablara. Cuando ella leyó que habían pedido una cierta suma mensual para lograr que se levantara el conflicto y le explicaron al patrón que iba a poder reducir el personal de un modo subrepticio, alegando fallas en el cumplimiento de las tareas u otras excusas que ellos se encargarían de sugerirle, los tres tipos se mostraron enojados y vociferaron fingiendo indignación por esa acusación. Sin embargo, Leticia no se amilanó y sacó su celular. Compartió el video por medio de una red social y todos pudieron verlo. Los burócratas huyeron antes de que los golpearan, pero el conflicto se volvió más agudo y el señor Astor tuvo que presentarse ante la asamblea y pedir disculpas para que al otro día se reanudaran las negociaciones.

En ese momento, Emilia sintió como una revelación y se sintió con fuerzas para hacer una propuesta a la asamblea.

— ¿Y si tratamos de unirnos con todos los trabajadores que están pasando mal y hacemos una lucha más poderosa? Podemos mostrar este video como prueba de que no hay que prestarles atención a los dirigentes sindicales, pues si no están con las patronales están de parte del gobierno. ¿Por que no hacemos una protesta como la de los chalecos amarillos de Francia, pero buscamos una lucha más organizada, con huelgas y ocupaciones activas, de manera que necesariamente haya que crear asambleas para tomar las decisiones a las que nos obliguen estas acciones?

Después que habló, Emilia se dio cuenta de que su idea iba más allá de una venganza o, si lo era, era la revancha de muchos que habían padecido miseria y explotación.

Por eso le compró un chaleco amarillo al Enciano. Se dio cuenta de que, aunque siempre lo había mirado con superioridad, ellos tenían algo en común, eso de lo que carecían los que le regalaban monedas.

Cuando ella advirtió que el Enciano desapareció se sintió culpable, pues pensó que lo habían atacado por culpa del chaleco amarillo. Por eso fui a verla y le conté que varios grupos habían invitado al Enciano para que contara su experiencia, por ser uno de los pioneros en nuestra ciudad.

Cuando se lo dije Emilia se puso a llorar. No quiso que la consolara.

— Lloro de alegría — me dijo — Todavía hay esperanzas para la humanidad.

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