¡Divina claridad! ¿Quién eres que por doquier se te busca y espera? ¡Oh, divina claridad! Será prudente encomendarme a ti. Sea mi discurso a ti ajustado. Convenga en ti mi decir. Es bien sabido, lo dijo el maestro, que los discursos están emparentados con aquellas cosas que explican. ¡Te valga esto como súplica, oh luz! ¡Haz que mi palabra sea claro logrado! ¡Que en él tú, oh claridad, me alumbres! ¡Que en él, luz, te presentes!
¿Te me revelas, oh sana luz? ¡Divina claridad, gracias! ¡Mil gracias te doy hoy! Acompañas majestuosa mis palabras y en ellas te veo, veo tu claridad. ¡Te manifiestas, luz! Hablo de ti, desde ti, para ti y tu silencio ya no me abruma. En mis palabras, tu presencia me bendice: yo, dichoso de tu gloria, colmado de tu luz; yo seré quien por ti responda.
¡Habla la luz! Me tienes y no me ves, mísero. Me invocas y me proclamas y no sabes quién soy. ¿Plegarias me diriges? ¡Pobre desgraciado! ¿No ves que sin mí no podrías ver? Yo soy tu habla, soy tu vista. Yo soy tu ser. ¡Desdichado, ciego! Posees mi luz si no la buscas; si la demandas, se te priva de ella. Tal es la pena que yo, divina, impongo. ¿Pretendes claridad, infelice? La tienes si no la quieres. ¿No ves, miserable desdichado, que sin mí no podrías pronunciar palabra alguna? ¡No podrías ni tan siquiera proclamarme! Ve y di quién soy: ¡yo soy pues todo «soy» es claro y todo claro soy yo!
¡Divina claridad! Te interrogaba. Veo ahora que la pregunta erraba. ¡Osaba mirarte ciego! No debo preguntarte, luz de luz, por ti como luz, divina. ¿Por qué, oh luz, me invades? ¿Por qué vienes a mí? Dime, claro que en mí nace, ¿por qué me honras con tu presencia? ¿No serás luz desventurada, claridad? ¿No serás sólo luz de sombras, ufana inteligencia? Vienes, claridad, por mí solicitada. Vienes, divina, por mí requerida. Tu presencia me ilumina y tú, luz, me ciegas.
¡Lo veo! ¡Oh, tú, imperio! ¡Tú, mandato, orden! ¡Tú gobiernas y prevaleces, luz! ¡Tú, ser! Te afanas en ser. Todo tú, ser. ¡Tu sed de ser revela, en él te revelas y tú, falsa luz, revelas que no eres lo que pretendes, oh luz de luz! Tú, luz, eres finita, irremediablemente finita, claridad. Tú, limitada. ¿Pretendías totalidad? Querías serlo todo mas la pregunta, tu pregunta, la luz clara de mi pregunta ha manifestado que no eres más que restricción. ¡Pobre claridad! ¡Infortunadísima! ¡Eres pobreza! Lo sabes, lo ves pero no quieres reconocerlo, luz. Querías, claridad, ser luz del mundo pero eres sólo la escasa luz de tu claro, del claro que crea la pregunta por ti. Finita, incapaz, pobre, mísera: luz. ¿Me abandonas ahora, claridad? ¿Te pierdo?
«Yo soy», presumías. Desvelaste tus faltas, luz, bellísimo fulgor, desde ti advierto lo que no eres, desde ti distingo lo que sí es: lo que es, es lo que no eres. ¡Claridad, que en todo dar cuenta y que en todo dar razón estás! ¡Claridad, que querías ser el mundo pero sólo eres un claro! ¡Buscas inmediatez y totalidad, luz, y por eso, lo veo, eres razón! ¡Eres la Razón! ¿Pedía yo de ti algo más de lo que le pido a la Razón? Luz, claridad comprensora, ¿ves ahora que no todo es en ti? Eres la Razón, la razón que responde, la razón que postula, claridad. Nada más. ¡No lo eres todo, luz!
¡Es lux mundi! ¡Eres la luz del mundo, oh divina claridad! ¿Querías que así te proclamase? ¿Querías que así me refiriese a ti? Mi mundo, claridad, es un mundo mayor que el tuyo. Las tinieblas y el espanto, el miedo y la sombra son también mi mundo, luz, son también mi razón. También en ellas estás, claridad. ¿Lux mundi est?¡No! ¡Primum vita!
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