Parece ser la única solución. Llamar a mi madre y contarle que ya no hay vuelta atrás: la locura venció.
- – ¿Aló, viejita?
- – Hijo, que bueno que llama, los espero el sábado con pastel de…
- – No llegaré al sábado.
- – ¿No podrán venir?
- – Regresó
- – ¿Quién?
- – La locura -silencio-. Pero esta vez es diferente. Ahora es armonía.
- – Tranquilo, estaremos ahí a la hora de la cena.
- – No. Ya no los necesito -Corté el teléfono por misericordia. La he dañado durante treinta años, no lo volveré a hacer.
La dañaré toda la vida, es lo que hago con quienes me aman. Así es como sé cuánto amo a alguien, por el nivel de daño. No es personal, es parte de la especie. Por eso destrozamos el planeta.
- – ¿Por amor?
- – ¿No te había cortado? -el puto teléfono sigue en mi oreja-. Lo siento, estaba pensando en voz alta.
En un susurro. Susurrando mientras lo escribo.
- – Escribe, eso siempre te ayuda -su voz intenta ser protectora.
- – Yo pensaba lo mismo. Los que tienen cirrosis pensaron lo mismo del alcohol. Todos somos adictos a la locura. Por eso lo lúcidos quieren enloquecer.
- – Tranquilo. Pasará. Como siempre.
Es por eso que no encuentro la solución… ni el teléfono. Yo no llamo a mi familia pidiendo ayuda. No los necesito. Solo lo necesito a ÉL.
- – ¿A quién?
- – Ya lo conoces. Viviste años con ÉL, en mi infancia. Escribía su nombre en las paredes de mi ciudad.
- – ¿La libertad?
- – Yo no lo llamaría así. En su momento lo nombré Afluencia. Por la cantidad y la rapidez de sus visitas.
- – Sí. Recuerdo que te hacías llamar así.
- – No, no yo. ÉL. ÉL se hacía llamar así.
Sería tan extraño que tuviera un nombre. Esa mierda de actitud capitalista de categorizarlo todo. Un nombre es una categoría. Por eso yo no tengo nombre.
- – ¿Te avergüenzas del nombre que te pusimos?
Ustedes no pueden nombrarme, yo no existo. No estoy aquí. No han pasado tantos años. Por favor mamá, ayúdame. Yo no puedo ser padre. Si él enloquece, será mi culpa.
- – En mi caso, no es tu culpa viejita- esto es por ser parte. Ser parte del todo.
La única forma de comprender el todo, es en la nada.
Escribir carece de sentido. Lo entiendo, pero no puedo detenerme. Temo que, al dejarlo, enloqueceré.
- – ¿No que ya lo habías hecho?
- – ¿No te había colgado el teléfono antes de empezar a escribir?
- – Jamás me llamaste. Debiste haberlo hecho.
Yo jamás escribí esto. Fue ÉL. Por favor, ayúdame.
No lo hagas. No los necesito. Sólo lo necesito a ÉL.
Quedo atento a comentarios,
Un abrazo.
P.D: Jamás publiques este relato. Me avergüenzo de su falta de tratamiento narrativo.
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