Tenía para entonces 18 años. Eran las 10 de la mañana de un día sábado y me encontraba vagando por la barriada donde vivía. Saludé a unos amigos, quienes estaban reparando un vehículo y decidí retirarme para visitar a una hermana. Caminé por un angosto pasillo de la planta baja del superbloque donde residía. De frente se me aproximaba una persona, lo vi empuñar un arma. Inocente de todo pensé: ¿estarán buscando a alguien?, eso era relativamente normal en el barrio. La persona me afrontó, me apretó por el brazo derecho, mientras me apuntaba con el arma de fuego en el estómago. Me llamó por un apodo extraño y me ordenó:
– Camina y no hagas nada estúpido.
– ¿Cómo me dijiste?
– Chubo, no te hagas el tonto y dime ¿dónde está la pistola?
Guardó el arma y expresó:
– Camina con cautela y no hables con nadie.
Me hizo pasar nuevamente por frente a mis amigos. Algunos de ellos me dijeron:
– ¿Qué te pasó Luis?
– ¿No ibas donde tu hermana?
El policía me golpeó discretamente por la espalda en señal de advertencia.
Carraspeé y respondí:
– Voy luego.
Y pícaramente agregué,
– Es que me encontré con este pana;
Este comentario lo acompañé de muecas a ver si se percataban de mi situación, pero no resultó. Ellos estaban ocupados tratando de reparar un vehículo.
El policía disimuladamente me empujada. Caminamos hasta apartarnos del grupo, allí me repitió:
– Chubo ¿Qué hiciste con el arma?
– ¿Vas a seguir nombrándome así?
– No te diste cuenta que mis amigos me llamaron Luis.
– Además ¿de cuál arma hablas?, ¿dime eres un policía o un ladrón?
Me enseñó violentamente un carnet de identificación, el cuál no alcancé a detallar.
Le dije:
– ¡Mira!, tiene que haber una confusión, yo no soy Chubo, ni se nada del arma que mencionas.
– De donde sacaste eso de que yo soy Chubo ¿Acaso alguien me ha señalado?
– Toma mi cédula de identidad, para que verifiques mi nombre.
– ¿Te tengo que enseñar cómo hacer tu trabajo?
Me dijo:
– Chubo respeta la autoridad, ¿no entiendes el lío en que te has metido?
– Mira hacia arriba.
En la planta alta del edificio estaban atentos algunos personajes, le comenté:
– ¿Son más policías?
– Si y hay más alrededor y todos están aquí por ti. En el extremo del edificio hay tres patrullas y otras en aquella zona.
Acusé la advertencia de la situación:
– ¿Qué está pasando?
– ¿Buscan a alguien y no saben ni siquiera su nombre, solo el apodo?
– Mira chamo no te hagas el chistoso, lo que te espera es una paliza en la cárcel y luego quien sabe cuántos años de condena.
Sentí una puntada en el estómago. Me asusté. Ese comentario fue una amenaza seria. Cambié mi actitud, sin dejar que los nervios me dominaran. Intenté razonar y colaborar con el agente.
– A ver: si alguien me señaló como el Chubo, quiero verlo y que repita en mi cara si yo soy esa persona.
El policía también ajustó su estrategia, se llevó la mano al mentón y refutó:
– Suponiendo, por un instante, que tengas razón dime entonces ¿dónde está el Chubo?
– Sé que al dueño del abasto lo llaman por ese apodo y allí lo puedes buscar.
– ¿Cómo anda vestido?
– No lo sé, soy muy despistado para esas cosas: de vaina sé cómo ando vestido yo.
Uno de mis amigos se nos acercó y el policía al percatarse me advirtió, con tono de intimidación:
– Ni se te ocurra mencionar nada de lo que ocurre. Actúa con normalidad. Finge que somos conocidos.
Con mi amigo presente conversamos, los tres, de cosas irrelevantes las cuales ni recuerdo. Luego de unos minutos me quedé de nuevo solo con el policía. Se acercó otro agente, también vestido de civil, y dijo:
– ¡Ah!, con que este es el famoso Chubo.
Y le dije,
– Pues no lo soy y sospecho que ya ustedes deben saberlo.
Se alejó el segundo policía y el primero continuaba tratando de obtener más información. Sentía que comenzaba a creerme. Entonces le dije, voy a tratar de ayudar en lo que este a mi alcance:
– Mira cuando me agarraste en el pasillo yo iba para la casa de mi hermana, ella vive en ese edificio de arriba.
– Supongo que alguien en el otro extremo del edificio me debe haber señalado, no entiendo porque, pues ni siquiera me parezco a ese Chubo.
– Por favor vuelve a preguntar a quién me señaló, quizás corrija su versión.
Guardó un instante de silencio, de esos que revelan aceptación. Luego de unos segundos dijo:
– Chamo hoy es tu día de suerte.
– No tienes idea de la que te has librado.
– Te puedes ir, pero derechito a tu casa.
Al día siguiente me encontré con el Chubo y me dijo:
– Chamo sé que estuviste en un problema serio, porque te confundieron conmigo.
– Y le pregunté ¿cómo fue eso? ni siquiera nos parecemos.
Entonces me contó su versión:
– Cuando llegó la policía a buscarme me dieron el pitazo.
– Salí del abasto, que está justo en el medio del pasillo, me desvié hacia la parte posterior del edificio.
– Justo al virar en mitad del pasillo tú venías entrando por el otro extremo y quedaste en la línea de vista del policía. Así surgió el enredo.
– Sin perder tiempo abordé mi carro y me escapé del lugar.
– Al llegar a mi casa, me asomé por la ventana y desde allí pude ver que te tenían acorralado.
Luego me narró un cuento, con la fulana pistola, el cual fingí creer para dejar las cosas hasta allí. A veces es mejor no saber mucho.
Una semana después, en un enfrentamiento con la policía, alias el Chubo, fue abatido en el barrio.
Cosme Rojas
24 de febrero de 2019
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