Me habría gustado volver al final de la primavera, cuando las flores se vuelven amarillas. Pero me equivoqué de estación, y el tren siguió su recorrido hasta bien entrado el verano.
Volvamos a casa, dijiste una vez. Y yo, emocionada porque nunca había oído una declaración de amor semejante, te tomé la palabra.
Ahora sé que era un viaje demasiado largo.
– Volvamos a casa – Y aunque suena familiar, esa misma frase se ha convertido en sueño.
Como si no tuviera un hogar al que regresar.
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