MI BARRIO NO ES DE ANUNCIO

MI BARRIO NO ES DE ANUNCIO

Eva Ruiz Gómez

22/02/2019

Me han pedido en el cole una redacción sobre la visión de mi barrio.

Y miro a mi alrededor para descubrir qué es lo que veo.

Quisiera encontrarme a Superman, a Batman, a Spiderman, a cualquiera de los personajes que aparecen en películas y videojuegos, o mejor, a un súper héroe que le encuentre a mi madre trabajo. Lleva ya más de 5 años en el paro. En realidad, es la única heroína que vuela a mi alrededor. Hace malabarismos para que comamos, comprarnos ropa, libros y material escolar. Muchos días llora en silencio, y si se da cuenta de que la observamos dice que se le ha metido algo en el ojo. A veces, lo que se le mete, es un puñetazo de mi padre. Él tampoco tiene trabajo y ahoga sus penas en alcohol. Un alcohol que nos está ahogando a todos.

Mi abuela solía cuidar de nosotros. Ahora no puede ni cuidar de sí misma. Sufre esa maldita enfermedad que borra la memoria y los recuerdos. Poco a poco se va apagando, o desconectando de la realidad como dicen los mayores, y es como una niña más. Me duele que no me reconozca. Que me confunda con alguno de sus hijos. Que le hable y no me responda. Con lo que hemos jugado juntos…

En la puerta de al lado vive Vanessa. Era una niña alegre y algo gordita. Pero desde que cumplió los 12 ha cambiado una barbaridad. Comenzó a adelgazar de la noche a la mañana. Ahora es como un espagueti triste y, cuando trata de sonreír, lo que le sale es una mueca. Mamá dice que tiene bulimia, o algo parecido. Que la oye vomitar a través del patio algunas noches y que la culpa la tienen las revistas y la moda que nos comen el coco con modelos de belleza esquelética. Yo quisiera decirle que era guapa así. Como estaba. Pero me da corte.

En el piso de arriba está la casa de Néstor. Era muy deportista. El mejor jugador de fútbol del barrio. Todos confiábamos que de mayor sería fichado por un equipo importante. Que gracias a él nuestro barrio se situaría en el mapa. Pero lo dejó. La droga le marcó un penalti . Y con ella, no le sirvió de nada ser un fantástico defensa.

En clase hay niños de muchas nacionalidades. Llegaron de países lejanos con costumbres diversas. Muchas veces se meten con ellos. Por su acento al pronunciar. Por el color de su piel. Porque sus madres se cubren con velos. El caso es que siempre hay una excusa para insultar, incluso para pegar a alguno. Les gusta grabarlo en vídeo y ponerlo en las redes sociales para hacerse los machotes y reírse de ellos. Yo siento vergüenza y pena. Pero soy un cobarde porque me vence el miedo.

Sé que en algún lugar debe haber niños felices. De esos que salen en los anuncios, siempre sonriendo junto a sus padres, bebiendo refrescos, en cruceros, parques temáticos…Pero no viven en mi barrio. Aquí no es fácil ser un niño del siglo XXI. O, a lo peor, quizá el siglo XXI aun no ha llegado a mi barrio.

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