UNA MESA INEXISTENTE

UNA MESA INEXISTENTE

Jorge Mardel

22/02/2019

Me encuentro apoyada en un rincón del almacén. Mis cuatro robustas patas soportan la mayor parte de mi peso, que se ha vuelto mayor debido a la cantidad de polvo acumulado con el paso de los años. No ha aparecido nadie durante mucho tiempo y me siento sola y desvalida. Apartada en esta esquina me debato en una duda interna que me tiene preocupada desde hace tiempo; si nadie pasa por aquí, nadie puede percibirme. Si eso es así, ¿de qué manera puedo estar segura de que realmente existo?

Durante mi infancia he sido usada en varias oficinas por diversas personas que me tocaban, golpeaban o limpiaban. Entonces podía estar segura de mi existencia. La gente podía percibirme de alguna manera porque las cualidades que me definían como mesa eran tangibles para los demás. Por las noches, cuando había pasado la señora de la limpieza había momentos en los que nadie se fijaba en mí. Lógico ya que no eran horas de trabajo y solo el vigilante aparecía de vez en cuando para comprobar que todo estaba en orden. Entonces este asunto no me importaba porque la mañana llegaba enseguida y volvía a ser usada como lo que era, una mesa.

Pero ahora, en la oscuridad de este almacén, apartada de la vista de nadie, lejos del tránsito de cualquier persona, la duda me corroe. Si al menos algún insecto se posara sobre mí sentiría que todavía soy, pero durante años ningún bicho se ha acercado por aquí.

¿Qué soy yo ahora, cuando nadie me observa ni se percata de mi existencia, si nadie puede siquiera corroborar que lo que yo siento que soy lo soy de verdad? Cualquier referencia u opinión sobre mí bastaría para otorgarme realidad; aunque esa opinión no fuese exactamente la misma que la mía, al menos sería una percepción de mí que tendría el valor justo para saber que existo.

La descripción de quien escribe esto no es suficientemente válida para atribuirme la existencia, como algunos pudieran pensar, ni siquiera la de los lectores que se encuentran en este momento ante estas palabras. Al fin y al cabo soy un producto de la imaginación del autor, una idea. Y como idea no existo en el mundo real. El cerebro del lector puede hacerse una imagen mental de mí en base a la descripción de una mesa que podría haber dado el autor, de la misma manera que lo puede hacer si este decidiera describirme con los rasgos de un ser mitológico. Pero eso no me vale. ¡No!, necesito que alguien realmente perciba que estoy, lo que inmediatamente supondría que también soy.

De niña escuché muchas historias de muebles que habían desaparecido de la oficina, que los habían cambiado por otros. Muebles únicos que habían prestado sus servicios durante años y que posteriormente fueron sustituidos o abandonados. Nadie volvió a saber ni a hablar de ellos. Si los habían destruido o no era algo que no se sabía pero, ¿acaso importaba si habían sido desmenuzados o no? Nadie hablaba de ellos así que tampoco podían existir, ni siquiera como ideas. Habían desaparecido completamente y no quedaba ningún rastro de ellos. Ni en la historia ni en la memoria.

De mí sí hablan, al menos en este relato, pero materialmente no existo. No puedo ser percibida por los sentidos. Estoy aquí apartada en un rincón e incluso ahora pienso que ni siquiera el rincón existe, ni el suelo donde estoy apoyada. Sólo soy una imagen en la mente del autor y cuando el relato acabe y nadie vuelva a leerlo más, dejaré de existir.

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