Dentro de la clinica solo se podia ver por un gran ventanal una vereda adornada de peatones grises y apurados, a veces en pareja y otras veces solos. Con paraguas o corriendo bajo la lluvia; yo observaba todo como un espectaculo completamente ajeno. Tan ajeno como me parece ahora ese recuerdo de cuando me ataron en la cama el primer dia, tal y como si fuera una prisionera.
A mi me apenaba mucho los dias lluviosos, ya que al unico lugar que nos dejaban ir era a un patio interior, una jaula de hierro diria yo (para evitar que saltaramos, ya que estabamos en un segundo piso) en donde podiamos convivir sin tanta reclusion por parte del equipo medico. Luego de un tiempo note que la unica ventana que habia en la inmensa ṕared de esa jaula de hierro daba al despacho del psiquiatra. Curioso panoptico.
Pero, ¿Cómo llegue allí?…
Todo empezo con una simple burla, un comentario que detono mi sensibilidad, luego fue en aumento por los años, hasta que creci y me di cuenta que las marcas en la piel no bastaban. Desde ahi solo recuerdo las pastillas, los policias, el hospital, un tubo en mi interior y luego la clinica.
Dentro de aquellas paredes blancas no podia escribir, ni dibujar, ni cantar. Estaba terminantemente prohibido, ya que podria lastimarme con los lapices o alterar con mi canto a otro paciente mas «sensitivo» que yo.
Fue una tortura. Tanto que suplique que me dejaran dibujar con crayolas, aunque fuera, ya que sin mi arte yo no podia hacer nada. Al principio las enfermeras se mostraron severas, argumentando que yo estaba alli para ser curada, ya que estaba mal; aquellas palabras resonaron en mi cabeza. Pero luego terminaron por ceder a mis suplicas.
Liberando dos crayones y una hoja me dejaban dibujar luego de cenar, antes de la ultima medicación del día. No logre dibujar nada, estaba demasiado nublado.
Pero en la noche yo luchaba contra esa medicación, ya que esas palabras seguían allí «estas mal, estas mal».
¿Realmente estoy mal? Es decir, quise abandonar mi vida y eso no esta bien, pero yo no pedí ser agredida, yo no pedí esas heridas que toda mi clase dejo en mi con sus burlas, los insultos de los que se supone que deberían ampararte, ¿Acaso no eran ellos los que estaban mal?. Me reí por un momento en mi habitación, mientras unas lágrimas se colaban, al mismo tiempo que una enfermera ingresaba y me administraba medicación extra. Las emociones están prohibidas.
Con mis colegas, que fumaban y me daban de a ratos una que otra pitada, hablábamos de cosas sin sentido; de que haríamos al salir, cargados de esperanza. Recuerdo que había una chica de mi edad que se hizo muy unida a mi, cantábamos en mi habitación a escondidas de las enfermeras y compartíamos las cosas que traían nuestros familiares, como chocolate y galletas.
Todos anhelábamos ser normales, sin saber que ya lo eramos, que solo habíamos tenido un tropiezo; que lo que realmente estaba mal era el sistema que nos había metido en ese lugar. ¡Que clase de sistema deja a los que aplastan las cabezas afuera y los aplastados encerrados, como castigándolos «por su bien».
Debo admitir que me llené de alegría cuando me acostumbre a la rutina, era mas tranquila que la vida violenta de ahí afuera. Recuerdo que con mucho esfuerzo corte revistas e hice guirnaldas de papel, para decorar la jaula, ya que no teníamos arboles, solo unas mesas de plástico y una escoba de paja gastada.
Recuerdo que a todos se nos ilumino el rostro al ver como había quedado tan hermosa aquella jaula con esos trozos de revistas de maquillaje. Estábamos embriagados por la simpleza del aislamiento, que nos estaba poco a poco volviendo de nuevo a la vida. Hasta ese día barrimos y dejamos limpio de colillas el lugar.
Pero llego el día y nos fueron soltando, recuerdo que cuando me dieron el alta mis colegas se habían ido unas horas atrás y solo quedaba una señora muy avejentada,(que había ayudado en varias ocasiones para que no se orinara cuando las enfermeras no llegaban a tiempo a su cuarto) despidiéndome con un abrazo con su cuerpo efímero entre unas disimuladas lágrimas. Nunca se me va a olvidar cuando me dijo que era un ángel y que dios me iba a dar cosas buenas, ni tampoco se me va a olvidar como me saludaba desde el ventanal de aquel manicomio. Ahora yo me volvía una figura gris entre tantas, también apurada, lloviendo nostalgia por la libertad.
Al entrar al auto, mis hermanos no me hablaron, yo llore, llore como nunca, porque entendí que me había ido del único lugar en donde podía estar a salvo. En cuanto salimos de la ciudad, mis hermanos comenzaron a insultarme de nuevo. Mis amigos dejaron de serlo, ya que no era una buena influencia para ellos, mis padres me odiaron por dejarlos como malos padres.
A los meses volví a intentarlo de nuevo. Anhelaba la tranquilidad del manicomio, extrañaba ser normal.
Me pregunto si las guirnaldas seguiran en aquella jaula de hierro, donde la normalidad aguarda ser liberada
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