Todos sabíamos de su llegada. Una semana antes el Director había dado la noticia de que pronto llegaría un reemplazo para Estela, quien se había jubilado hace dos meses. La novedad revolucionó la oficina, que no había tenido una comidilla tan suculenta desde que el marido de Mirta, preso de una borrachera inolvidable, intentó recitar un poema en la cena de fin de año intitulado “Esas, tus polleras” dejando expresamente en claro que se lo dedicaba -con el mayor de los respetos- a su empleada doméstica, declamación que quedó trunca cuando su esposa le lanzó un vaso de vidrio que terminó dándole en la nuca.

En la víspera habían discurrido sobre la conveniencia de incorporar un nuevo empleado. Enzo, por ejemplo, decía que no hacía falta. Pensaba que Estela ocupaba desde hace mucho un lugar especial en los corazones de todos, pero sólo eso. Durante los últimos años, cuando llegaban las 9 de la mañana comenzaba a dormitar sobre el respaldo del sillón, hasta que el sonido del teléfono la conmovía y reaccionaba diciendo en vos alta “Sí señor Director”. Es que en cierta ocasión Enzo había aprovechado una de sus siestas matinales para llamarla a su interno, no sin antes subir al máximo el timbre del teléfono. Estela despertó asustada y contestó la llamada. Del otro lado, una voz ronca y seria le decía “Venga inmediatamente a mi oficina” Estela se incorporó, sorteó con torpeza los cables y los demás escritorios, y se dirigió a la oficina del Director. Estaba tan asustada que olvidó tocar la puerta y cuando la abrió pudo observar el momento preciso en que el Director le daba una cortés palmada en las nalgas al contador Aranda, quien se disponía a tomar un libro de uno de los estantes inferiores de la biblioteca. “¿No aprendió a tocar antes de entrar?” Se indignó el jefe al notar la presencia de la mujer. “¡Retírese de inmediato! ¿Me oyó?”. Estela respondió balbuceando “sí señor”, y entonces el Director pegó un grito que retumbó en todo el piso “¡Sí señor Director!”, y ella repitió la frase con la voz temblorosa y una lágrima se le disparó irremediablemente.

_ “Sin Estela nos veníamos arreglando bien desde antes de que se vaya” concluía Enzo, para que no quedasen dudas de su posición. “Además no hay lugar” dijo, mientras señalaba con las manos abiertas el lugar que ocupaba Estela, y que ahora estaba cubierto por expedientes que correspondían a los demás empleados, algunos sacos, una taza de té vacía, termos y mates ya abandonados por lo avanzado de la mañana.

Hay un puesto libre, a alguien van a meter, y aparte el Director ya lo dijo, es cuestión de tiempo”, decía Celia, mientras Agustina y Mirta cruzaban miradas y asentían con seriedad. Ellas habían llegado a la conclusión de que si no era necesaria una persona nueva ahora, lo sería en el futuro, porque alguien tenía que ocuparse de actualizar el padrón de contribuyentes, labor que todos desdeñaban y que Estela había asumido hace bastante más por gentileza que por convicción. Luego Mirtha evocó lo que parecía la mayor preocupación de su facción: “Y hay rumores que dicen que puede ser una mujer” dijo, mientras ojeaba un catálogo de cosméticos de belleza. “Una abogada”. Entonces se sucedió un silencio de estupor, interrumpido luego por la voz de Enzo:

_¿Una profesional acá?, lo que faltaba señores… Seguramente una soberbia recién salida de la universidad, para eso ya la tengo a mi hija, que salió hace tres años de la facultad de psicología y todavía instalada en la casa… La tipa no quiere casarse, no quiere saber nada de hijos, y la hermana para qué les cuento, siguiendo los mismos pasos.

_Evidentemente, -dijo Mirtha, que siempre usaba esa misma palabra cuando quería dar un tono elocuente a su relato-. Yo a eso ya lo venía venir con mi hijo, por eso le insistí tanto para que ingresara a la Gendarmería Nacional. Ahora vive solo y tiene un sueldo, gracias a Dios y al Divino Niño.

Todos asintieron, con solemnidad litúrgica.

En el fondo de la oficina, los tres últimos escritorios eran ocupados por Marcos y Camilo, que todavía compartían una ronda de mates a pesar de que no faltaba mucho para el mediodía. Marcos había llegado hacía unos momentos del despacho del Director y estaba compenetrado en la redacción de una nota urgente. Cuando terminó, pidió un mate a Camilo y dijo de buen ánimo:

_ ¿Qué pasa che, hay reunión?

_ Hablan de la nueva -contestó Camilo.

_ ¿O sea que es mujer?…

_ Eso están diciendo… y al parecer abogada.

Marcos chupó la bombilla abriendo enormemente los ojos, sintió el sabor intenso de la yerba nueva y el agua a punto, y realizó un gesto de aprobación, como quien elogia el sabor de un vino luego de haberlo catado.

_ Uhh… te imaginás? Una pendeja Camilo, profesional, elegante, bien perfumadita… Sabés con las ganas que vengo a trabajar todos los días si es así…

_ La verdad no le vendría nada mal a este nido de lechuzas.

La nueva llegó el lunes. Se posó en el umbral de la puerta principal de la oficina y dirigió una mirada general, como de saludo pero sin decir nada. Vestía con elegancia juvenil, y al menos por un momento su aroma fresco de recién duchada irrumpió en la oficina doblegando el vaho de humedad que se desprendía de las paredes.

Celia era la encargada de mesa de entradas, de modo que le correspondía recibirla. La observó unos segundos de manera minuciosa, y de inmediato continuó endulzando su te de manzanilla sin decir palabra.

«Buenos días», dijo la nueva. Celia no respondió. Vertió dos cucharadas más de edulcorante al té y lo revolvió con la parsimonia ceremonial que había sido forjada en el decurso de sus 25 años de antigüedad. Cuando se cercioró de que del sabor de la infusión era el adecuado, respondió “Buenos días, ¿Sí? Dígame…”.

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