Al sur, al final de dos mil kilómetros de carretera, las cumbres ocultan un páramo de frutos prohibidos. Un viaje que compaginé dormida y despierta, que perjuré en secreto, o en alguna canción.

No me demoro en decidir si iré en verano o en invierno, porque lo cierto es que da igual que sea enero o julio, con esta certeza de que llegaré tarde, en un siempre otoño cuando todas las hojas de mi árbol ya se hayan escrito y volado. Como dije, dos mil kilómetros, dos mil porqués, y muchas vidas…

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS