Cinco de la mañana, me despierto atiborrado de pensamientos, una fracción de ellos oscila entre: debo levantarme y la otra, que con mas pesadumbre me impulsa hacia la pereza, debo seguir durmiendo, a todo esto ya se me han ido diez minutos; de pronto resuenan en mi cabeza ciertas palabras que escuche evocar una vez: «tómalo en serio».

Suena extraño pero a mis veintisiete años, todavía no logro comprender esas palabras, quiero decir, fuimos lanzados rudamente y sin consulta previa a una realidad fuera de nuestro control, en la cual intentamos establecer bases y condiciones, ¿donde habré puesto el café? Si tan siquiera me hubieran enseñado aquellos pequeños detalles que hacen al existir, tendría mayor tolerancia a la prepotente rutina que ejerzo. No lo hago por simple elección, sino porque así me fue impuesta, en cierto modo la disfruto, me atrevo a decir que ella es la responsable de camuflar aquello que mi Ser se empeña en analizar con tanto ahincó, como ahora, debería estar cruzando esa puerta directo al trabajo pero aquí estoy atascado en divagaciones, que no serán las responsables del pan que pongo en la mesa.

Mientras me abotono la camisa, me llegan recuerdos de mi niñez y mi madre cosiendo los botones desprendidos de mi guardapolvo. Un aire de nostalgia me invade, seguido por una sensación de incomodidad, al pensar en esos momentos en que todo se me presentaba tan simple, pre digerido e incuestionable, donde la acción era una actividad sencilla materializada por esos pequeños deseos instantáneos. En ese punto es donde entendí que existen barreras invisibles que impiden al ser humano alcanzar aquello que anhela y de hacerlo, aquel deseo previo seria sesgado por otro aun mas inmenso, así hasta agotar las esperanzas de alcanzar la plenitud existencial que se supone es aquel fin ultimo, propósito magno que obra de combustible para muchísimos de nosotros.

Estático ante la puerta de salida, dirijo mi mirada a lo que alguna vez fue mi madre, ahora representada por una vasija con trazados orientales, que oficia de hogar para sus restos polvorosos. Me despido de mi gato y emprendo rumbo a la estación de tren que se encuentra a pocas cuadras de mi departamento, siempre hallé esas cuadras extremadamente agotadoras, porque me daban el tiempo suficiente para reflexionar acerca de mis problemas, entre ellos el hastío que me causaba atravesar las puertas del edificio donde trabajo para encontrarme con mis pares, durante todo el camino hasta la oficina, ese momento breve en que recargaba mi espalda contra el respaldar de la silla giratoria era el segundo mas reconfortante de la jornada pero se desvanecía tan rápido como mis ganas de lidiar con la pila de papeles sobre el escritorio.

La estación es una odisea que un escritor profesional podría convertir en un relato de renombre, si utilizara las palabras correctas. Estaba condimentada perfectamente para causar lamentación en cualquier hombre de clase media-baja, envoltorios y envases desperdigados por el suelo, aun cuando había cestos disponibles en cada sección de la misma, expresiones del arte callejero en la totalidad de las paredes, olor a oxido mezclado con residuos de la planta química aledaña y para terminar el menjunje, las caras en tono grisáceo desbordantes de desesperanza que portaban los trabajadores, desde el oficinista vestido con traje hasta el obrero con su overol polvoriento. El arribo del tren comparte similitudes con el transporte del ganado pero en este las vacas corren por voluntad propia hacia su ejecutor, amontonadas e indiferentes a lo que sucede en realidad, frecuentemente se empujan para asegurarse un lugar privilegiado camino al matadero.

El tren se detiene y se abren las puertas, es mi estación, la oficina se encuentra a pocos metros de ella, mientras camino noto como mis pasos se hacen cada vez mas pesados, el clima matinal contribuye a mis sudores frios causados en parte por la velocidad con la que me desplazo. Las puertas de este edificio nunca me habían parecido tan gigantescas, se cernían sobre mi tan inmensas como si se tratase de la catedral de Notre Dame, solo que aquí no encontraría asilo o paz alguna. Ya en el pasillo las caras conocidas se me tornaban intimidantes, sus sonrisas y saludos amistosos me producían escozor pero de alguna manera lograba evadir a la mayoría, haciéndome camino hacia mi oficina para por fin descansar mi extenuado cuerpo sobre el asiento. Antes de que pudiera tocar el picaporte vi a mi jefe al otro lado del pasillo, estaba realizando un ademan con la mano en señal de que me acercara, cuando vi su cara supe que ciertamente no me llamaba para felicitarme. cuando ingresamos a su despacho me invito a sentarme y dijo;

-Estuve observando el trabajo que realizaste en el último mes y tengo que decir que me decepciona bastante tu desempeño actual, llegadas tarde como hoy, reportes entregados a destiempo y clientes insatisfechos con el servicio que brindas

-He tenido algunos inconvenientes en mi vida personal últimamente pero prometo que a partir de ahora daré lo mejor de mi (le respondí temeroso)

-Es imperativo que te avoques a las reglas de la empresa y sus horarios, si esto se sigue repitiendo voy a tener que despedirte (dijo con semblante decidido)

-Gracias señor, le prometo que no volverá a ocurrir

-Tu puesto es importante, actúa como tal y tómalo en serio, ya puedes irte.

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