Una niña pequeña está a mi lado, me implora que la escuche pero no lo hago, nunca lo he hecho y no voy a empezar hoy. Me agita, simplemente quiere que la mire, que la preste atención, pero no puedo, ya no.
Todo ha cambiado desde que volví, al oír esas palabras sentí que una parte de mí se desvanecía con ellas y sabía que no iba a volver, si volvía sólo me iba a recordar todas esas noches, esas llamadas, esos te quiero que se quedaron en el aire, ese viaje que lo cambió todo.
Miro a la niña, está llorando, rota, y siento su dolor como si fuera mío por eso me voy, huyendo, sólo quiero alejarme lo máximo posible de esa sensación, dejarla atrás de una vez y continuar, pero no puedo, sé que no.
Escucho unos pasos acelerados, cada vez suenan más cercanos, pero no me detengo y sigo andando. Cada paso que doy se me hace más pesado, me cuesta cada vez más alejarme, hasta que la niña se pone delante de mí, me para con todas sus fuerzas y me habla, me habla con una voz pausada, inusual para una niña de su edad y aunque yo no quiera, logra que la escuche, que la preste atención después de tanto tiempo y me cuenta que poco a poco ha ido muriendo, que sólo yo la puedo ayudar a vivir de nuevo, me explica como la han ido frenando, la han ido encarcelando hasta construir una jaula resistente de la que no puede salir. La miro con extrañeza, ha estado corriendo detrás de mí todo este tiempo ¿cómo es eso posible? Temblorosa me agarra de la mano y poco a poco me acerca cada vez más a algo, algo que no quiero conocer hasta que finalmente escucho: tócala.
Obedezco, y de repente noto algo duro y frío y en ese mismo momento al levantar la vista al cielo las veo, miles de barreras rodeándome, rodeándonos. Un escalofrío me recorre el cuerpo y me doy cuenta de, que al igual que ella, yo también estoy encarcelada.
OPINIONES Y COMENTARIOS