La melancolía de Jorge en el bar de los corazones rotos.

La melancolía de Jorge en el bar de los corazones rotos.

Sthill

16/02/2019

Jorge era uno de los más melancólicos del bar, y ello no es poco decir, ya que no había en aquel lugar cosa más abundante que melancolía.

Hace ya un tiempo se realizaron reformas con el objeto de profundizar esta idiosincrasia; se agregaron un par de goteras y compraron baldes viejos para poner debajo. Con el correr de los días una frustrante sequía inoportuna fue diluyendo el entusiasmo que generaba apreciar las goteras, porque convengamos que goteras que no gotean, no son más que inútiles agujeros en el techo. Ante esta situación, no hubo otra alternativa que hacer las modificaciones arquitectónicas necesarias para generar goteras artificiales. En este bar siempre esta lloviendo.

El televisor es blanco y negro, creo que le han quitado el color adrede, siempre en canal Volver.

En las paredes hay fotos amarillentas de estudiantes en Bariloche, un poster del matador Kempes, un crudo retrato de un payaso llorando y la foto de una mujer dando su última mirada. La mujer no tiene rastros distinguibles, me han dicho que es para que se parezca a todas, es decir, para que a todos les recuerde a la única.

Dicen que cuando todos se van, cuando hay silencio en el bar, uno puede poner un vaso al oído y estos susurrarán las penurias amorosas de sus concurrentes. Claro que dicha leyenda es incomprobable: el bar nunca está vacío. Y ello se debe a la razón de que no hay horarios, vacaciones, ni feriados a la hora de un corazón roto.

En aquel lugar todos conocían a Jorge, estaba siempre por allí, con amigos pero sin hablar, lamentado quizá hasta la posibilidad más remota de sufrir por algún amor. Noche tras noche enjuagaba sus penas en brebajes baratos, con cabeza baja y pocas pretensiones.

Me han contado que en una ocasión, una mujer se le acercó y algo le dijo al oído. Algunos dicen que le declaró su amor y ofreció sacarlo de su miseria, que le juró que ya no sería necesario ahogarse en depresiones de madrugada. Que lo tomó de la mano y lo invitó a salir del bar con su rostro enrojecido, colmado de ternura e ilusión.

Jorge la miró entre sorprendido y asustado, alzó la vista hacia los alrededores para relojear si alguien lo observaba y -visiblemente emocionado pero con gesto adusto- pronunció unas pocas palabras.

La mujer salió del bar a paso ligero y ojos vidriosos. No se la volvió a ver por allí.

Jorge, ahora comparte la mesa conmigo; “no seré feliz, pero sé quien soy” me respondió cuando le pregunte por la historia.

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