La compañía la había enviado de nuevo a Oslo, le gustaba esa ciudad, la atraía por muchas razones y el contacto directo que tiene con la naturaleza era una de ellas. El fiordo, casi siempre helado, acompaña y da vida a la ciudad nórdica y ella se relajaba tanto rodeándolo por la Nordstrand. Aquellos paseos por las calles de la ciudad siempre le descubrían algún rincón interesante. Como el año que dio con el famoso restaurante “Maaemo” y que tanto le cambiaría la vida. Ella iba para una convención con los inversores del norte de Europa. Como era habitual, organizó todo: la canguro que recogería a las niñas del colegio y les haría la cena, la nevera bien surtida, la ropa de toda la semana lista, en fin, todo preparado para que Luis no tuviera que preocuparse de ningún affaire doméstico, como siempre había ocurrido desde que se casaron doce años atrás. Eran solo cinco días, pero los suficientes para que se armara el caos en casa si ella no estaba.

El avión aterrizó puntual en Gardemoent airport y un X5 con chófer la estaba esperando para llevarla a las oficinas del Oslo Sentrum en Schweigaards gate. Los casi 50 km que la separaban de la ciudad se le hicieron eternos, estaba deseando llegar. Allí, en la quinta planta, se reunían cada seis meses todas las compañías petroleras de la UE para acordar nuevas estrategias y actualizar los niveles de beneficios.

Para ella, jefe de relaciones internacionales de su compañía, aquellas dos reuniones anuales suponían una corriente de aire fresco en su vida personal. Cada primavera y cada otoño, después de la reunión, encontraba en la recepción de su hotel un sobre con una llave, la llave de su libertad. No podía evitar, después de dos años, sentir una punzada de emoción cada vez que el conserje del Gran Hotel le entregaba un sobre anónimo a su nombre, Ms. Susana Torreblanca. Dentro siempre la llave de la felicidad y de su pasión. Esos fines de semana en el fiordo, entrando y saliendo de la sauna, contemplando las auroras boreales, los imponentes atardeceres del ártico, haciendo el amor, recogiendo arándanos en primavera y setas en otoño, aprendiendo a cocinar exquisiteces, mimando su cuerpo y su espíritu, se habían convertido en el motor de su estresante día a día. Jamás pensó que ese amor tardío le devolvería la ilusión por la vida.

Cuando terminó la reunión el viernes a la una, se fue a toda prisa a su hotel para recoger el sobre con la llave, pero al llegar nadie supo darle razón del sobre, no había nada para ella. No podía ser, —pensó. En septiembre le envió un email confirmando las fechas de la reunión, como hacía siempre desde que se conocieron. No hubo respuesta, pero eso era habitual en su relación, cuantos menos rastros dejasen mucho mejor.

Subió a la habitación, recogió sus cosas, y se fue a la estación central para tomar el primer tren a Tromsø. Estaba como loca, no podía ser que la hubiera traicionado, ¡no, jamás!, se querían, y la última vez que se vieron le dijo que la esperaría el tiempo que fuera necesario. Estaba a punto de enloquecer, algo tenía que haber sucedido para que se olvidara de enviarle la llave de la cabaña.

Ya habían caído las primeras nieves en Tromsø, pero aún se podía conducir bien, así que al bajar del tren, alquiló un coche y cruzó el fiordo por el Tromsøbrua- Bridge, en menos de una hora estaría en la cabaña.

Al llegar, detuvo el coche y al contemplar el reflejo de los árboles en el lago, la nieve en la azotea, la sauna en el viejo puente de madera, se le erizó la piel recordando todo el amor que allí había vivido, cada rincón de aquel lugar se lo evocaba.

La puerta estaba cerrada, y al dar la vuelta vio uno de los ventanucos roto, eso la inquietó, aquel lugar era el refugio de fin de semana y siempre estaba en muy buenas condiciones. Con un palo logró forzar la frágil cerradura, al entrar notó un cierto aire de abandono que no le gustó; además un pajarito se había colado por la pequeña ventana rota y al no poder escapar, había muerto de hambre. Estaba medio disecado al lado de la gran chimenea. Un escalofrío le recorrió todo el cuerpo.

El miedo se apoderó de ella y notó un gran vacío. De pronto se sintió sola y una extraña inquietud le invadió su cuerpo. Con el coche se fue al «vinmonopolet» más cercano para comprar su vino preferido, como hacían siempre, y allí lo entendió todo cuando, al ir a pagar, vio en la estantería de los periódicos que en la primera página del “Dagbladet” se anunciaba el homenaje que la “Asociación Gastronómica de Mujeres Noruegas” iba a rendirle a la famosa chef del “Maaemo”, Pernilla Christianson, muerta en un accidente de coche el pasado verano.

El corazón se le heló. Sin Pernilla, pocas cosas le importaban. Con su botella de vino francés se fue a la cabaña, encendió el fuego a tierra, y bebió paladeando aquel fantástico Cabernet. Ese era el lugar del mundo en el que más feliz y libre se había sentido. Un día llevaría allí a las niñas para que ellas también pudieran apreciar la libertad de la naturaleza, les enseñaría a pescar , a recoger frutas del bosque, a encender un fuego en la nieve, eran niñas de ciudad, pero podrían amar todo aquello, y, quién sabe, quizás les explicaría su historia de amor.



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