Jugaremos a la guerra de las pedradas. Tomaremos del piso hasta la última piedra y enardecidos por nuestras broncas mas profundas usaremos como blanco aquel cartel gigantesco que ofrece una propaganda inútil.
Haremos de cuenta que somos niños nuevamente y con las bolillas de paraíso y las gomeras hechas de ruleros y globos, enfrentaremos los más terribles desafíos, que ya no son latas ni botellas. Esta vez seremos justicieros del barrio y del mundo.
Enfrentaremos primero y sobre todas las cosas al cartel de la esquina. El invasor. Ese que tanto odiamos. Lo dejaremos tan lleno de bollos como el techo de un auto después del granizo. No conformes con eso, intentaremos derribarlo, prenderlo fuego. Danzaremos alrededor de las llamaradas. Seremos una tribu salvaje que ha vencido a su enemigo. Dormiremos exhaustos soñando nuestra próxima conquista.
Sabotearemos cada uno de los carteles que obstruyan la vista. Derribaremos edificios vengando al horizonte oculto.
Descorcharemos el placer de la victoria y saborearemos un atardecer visto desde Callao y Corrientes.
Plantaremos árboles y sueños. Treparemos palmeras y obstáculos hasta aburrirnos.
Entonces construiremos edificios. Y carteles.
Y luego de mucho tiempo seremos niños nuevamente. Imaginaremos como sería el mundo sin carteles. Tomaremos piedras del suelo y se las arrojaremos.
Creceremos y con aerosoles escribiremos mensajes rebeldes en las paredes.
Ya de grandes resignaremos nuestro vuelo.
Pala en mano con el overol puesto clavaremos los postes que sostendrán gigantescas chapas propagandistas en alguna esquina.
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