Vuelo en un patín eléctrico por la Castellana. No me atrevo a mirar atrás, las náuseas llegan a mi garganta, sobre la marcha vomito la ginebra con Sprite que he bebido esta noche.
Aumento la velocidad, las últimas palabras de ese energúmeno resuenan en mi cabeza «te vamos a matar maricón de mierda».
Veo las caras de los conductores de los pocos vehículos que circulan por la calzada. Me miran extrañados, algunos pitan. Un coche casi me atropella, por un momento he creído que eran esos desgraciados. Me subo a la acera, la cabeza me va a estallar.
Noto cómo se me acelera el corazón, un tío patina a mi lado. Estoy a punto de caerme. Una cara blanca se refleja en el escaparate, ¡joder, soy yo! Olvidé que voy disfrazado de Joker.
Este trasto se ha parado, estoy al lado de la fuente de Apolo, tendré que bajar andando hasta la estación de Atocha. No había notado el frío hasta ahora, una marquesina del paseo del Prado anuncia la temperatura: menos dos grados, son las cinco y diecisiete de la madrugada. Mi móvil está muerto, se ha caído al suelo cuando me ha atacado ese cretino.
Tengo su cartera, lleva una foto de una pareja sentada en un sofá. Él, moreno, de unos cuarenta años, ella rubia, algo más joven. Bronceados, sonrientes, perfectos. Entre ellos un niño y una niña, el niño es igual que él, pero en pequeño, la niña es un calco de ella. Todos van vestidos de beige. El mismo tono que las paredes y el suelo. Lo único que me gusta es el color del sofá, amarillo huevo de pato.
Enciendo un cigarrillo mientras ojeo su DNI, Federico Galán nacido en Almería. Es guapo.
Yo no quería salir esta noche, pero la pesada de Marina se ha empeñado.
—Venga tío que va a estar muy guay. Hay que ir disfrazados. Yo te maquillo si quieres.
Había otros amigos suyos en la discoteca, lo estábamos pasando fenomenal. Luego, no sé cómo me he quedado solo. He salido a fumar, pensando que estarían en la calle. Ni rastro.
Entonces ha venido él, disfrazado de Batman. Le he visto varias veces dentro, mirándome descaradamente. Iba con tres tíos vestidos de pingüinos.
—Perdona, ¿tienes fuego?
Le he encendido el cigarrillo, él ha aprovechado para acariciar mi mano.
—Gracias. Parece que nos hemos puesto de acuerdo.
Le he mirado con cara de interrogación.
—Ya sabes Batman y el Joker, el bien y el mal —ha dicho sonriendo, esperando a que yo dijera algo.
Me ha hecho gracia su forma de hablar, no sé por qué pero el tío intentaba hablar sin acento. Patético.
—¿Eres de aquí? —Me ha preguntado muy interesado.
He decidido vacilarle un poco.
—¿De aquí? ¿De dónde? ¿De la discoteca? ¿De Madrid? ¿Del mundo?
—Yo soy andaluz aunque no se me nota —ha dicho sin hacer caso a mi sarcasmo.
—Se te nota, créeme, aunque pretendas disimularlo —le he dicho riéndome.
Luego lo típico, nunca te había visto por aquí, me habría fijado. Me gusta como bailas, bla bla bla bla bla bla bla bla bla. Vamos, un baboso con unas cuantas copas de más.
—Me voy para adentro —le he dicho, apagando el cigarrillo en el suelo.
Me ha agarrado del brazo y ha intentado besarme.
—¿Qué haces? —Le he increpado, empujándole.
—Vamos, te he visto dentro abrazando a un tío.
—¿Y qué? Abrazo a quien quiero, de ti paso. Déjame en paz.
Como no me soltaba le he dado un puñetazo, se ha lanzado a por mí. Le he esquivado y ha caído al suelo. Me he agachado a su lado a coger mi móvil. Entonces han aparecido los pingüinos. El muy cabrón les ha dicho que yo le estaba atacando. Su cartera estaba en el suelo, la he cogido y he echado a correr, ellos han corrido detrás de mí. En mitad de la acera estaba el patín.
***
Hoy comienzan las clases, por fin se ha acabado la dulce navidad. El aula es amplia, aunque parece una habitación de hospital. Predomina el blanco, un blanco sucio. Las paredes necesitan un par de manos de pintura, mejor tres.
Somos unos veinte alumnos, cada uno de su padre y de su madre. Los empollones, se han sentado delante, todos juntos. El resto, desperdigados. Es penoso comprobar que la literatura contemporánea tiene pocos adeptos.
Entra y cierra la puerta. Escribe su nombre en la pizarra. Detalla el temario con ese acento inconfundible. Seguro de sí mismo, bromea.
¿Cómo no elegir su asignatura? Va a ser un cuatrimestre divertido.
—¿Quién quiere leer? —dice sacando un libro del bolsillo de su americana beige.
Alzo la mano sin hablar. Me levanto a por el libro, al cogerlo acaricio su mano. Aún no me ha reconocido. Me dirijo a mi sitio. Hago que el libro se deslice hasta el suelo. Lo recojo. Vuelvo sobre mis pasos. Me tomo mi tiempo.
—Perdone, se le ha caído. —le digo entregándole su foto familiar.
Ahora sabe quién soy. Le tiembla la mano.
De reojo veo cómo su cara se va crispando, me parece que no le ha gustado la dedicatoria que le he escrito en la foto.
Empiezo a leer el libro que me ha dado, saboreando cada palabra de Kafka:
—Alguien debe haber calumniado a Josep K. porque sin haber hecho nada fue arrestado de buena mañana.
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