El Pueblo contaba con unos veinte mil habitantes. Corrían los años setenta. La convulsión social se constataba más en la capital. De cualquier manera las noticias llegaban; de que habían sido capturados algunos guerrilleros, de que se habían instalado medidas prontas de seguridad, de que las fuerzas armadas se estaban haciendo del poder y de que posiblemente el país iba camino a una dictadura. La capital no quedaba muy lejos y siempre llegaban viajeros con las noticias de los acontecimientos relacionados a las movilizaciones estudiantiles, las huelgas obreras y hasta el cierre de la escuela de Bellas Artes. Familiares y amigos enviaban cartas donde relataban los hechos a los pueblerinos, que seguían durmiendo la siesta como si todo estuviera bien, como si no fueran a llegar nunca al lugar las consecuencias de las revueltas sociales.

Marisa era una joven estudiante que no llegaba a la mayoría de edad. Cursaba los últimos años de enseñanza secundaria y la posición económica de la familia le permitía proyectar sus estudios de magisterio, los que forzosamente debía realizar en la capital ya que el pueblo no contaba con posibilidades de estudios terciarios de esa naturaleza. Por lo que ni bien terminara segundo año de bachillerato y en virtud de su vocación, debía viajar y radicarse allí. Y así fue. Al finalizar la enseñanza media se afincó en la capital.

Luis era un joven idealista, que vivía en la gran ciudad y que venía sobrellevando el cierre de la Escuela de Bellas Artes.Posiblemente tendría que regresar a su pueblo, porque además había sido despedido del trabajo por cuestiones políticas. Era militante de izquierda con sueños utópicos y luchando por una sociedad justa, sin excluidos, con oportunidades para todos. La pintura y el dibujo eran todo para él y a través de ellos expresaba sus ideas y sus sueños.

No sé bien como se conocieron. Lo cierto es que la vida los unió y los encontró. Ella con su sueño de maestra y el con el suyo; exponer en Paris.

El compromiso social llevó a Luis a ser detenido varias veces hasta que en determinado momento, fuerzas paramilitares se lo llevaron y nunca mas se supo de él.

A pesar de todo y con un profundo dolor a cuestas, Marisa continuó sus estudios y regresó al pueblo recibida de maestra a ejercer en una escuela pública.

Clara – su amiga íntima -, conocía su historia de amor y entendía su silencio al escuchar a su padre, hablando despectivamente de los comunistas revolucionarios de la capital.

El destino de Marisa era seguir, resistir, a pesar de todo. Su forma de trabajar con los alumnos era diferente a los demás maestros, le gustaba que los niños no fueran meros receptores de conocimientos. Le gustaba que supieran cuestionar, dudar, investigar, crear.

“ pintar o dibujar es una forma de cuestionar la realidad….”, fue la frase de Luis que acuño para sí, como un manifiesto personal.

Aquel domingo fue crucial para ella, se le agolparon miles de imágenes junto a él. Se vio en el viejo cuarto de pensión donde el joven residía, donde pintaba, donde hacían el amor de forma apasionada y maravillosa. Se vio correr de su mano, rumbo a la estación de trenes para no perder el de las cinco en quese venía todos los fines de semana al pueblo. Se vio haciendo monerías desde la vereda en la ventana del viejo bar donde Luis la esperaba ansioso revolviendo un café casi frío para ser compartido entre ambos. Se vio sentada en el banco de la plaza junto a aquella escultura que representaba paradójicamente la justicia, esperando a Luis, sin saber nada de él, durante días y días, hasta que llegaron las lluvias de invierno cuando tuvo que abandonar la inútil espera.

Es que ese domingo su padre le preguntó; como andaba de amores y que pasaba con Roberto.

Roberto era arquitecto. Precisamente, el arquitecto de la empresa de su padre.

Ella había salido dos o tres veces con él. Era un buen hombre. Elegante, de buenos modales, pertenecía a una de las familias acomodadas del pueblo, contaba con una profesión y por supuesto para ese entonces y en esa sociedad patriarcal era un buen partido – al decir de su padre.

Ese domingo el padre le dijo que Roberto quería formalizar una relación con ella. – Que te parece la idea – preguntó éste.

  • No sé – contestó Marisa
  • No quiero equivocarme y comprometerme con alguien al que estoy conociendo – siguió diciendo.

No sé bien como sucedió. Algo me dice que fue una decisión casi impensada, quizás manejando la lógica pacata de entonces. La boda de Marisa y Roberto no fue muy ostentosa – aunque lo pudo ser – ahora comparten una hija y un hijo que son un encanto de personas.

El matrimonio duró lo que tuvo que durar. La muerte de su padre presumiblemente precipitó la separación de ambos. Porque Ester, su madre – sabedora de su historia de amor con Luis desde el comienzo – a través de Clara, entendió plenamente su decisión.

Marisa continuó con su vocación docente y se radicó con sus hijos en “Pueblo de la Victoria”. Un lugar más cerca de la capital, pero más pequeño aún. Allí comenzó a trabajar en la escuela pública Luis Céspedes. Era una escuela con muy pocos alumnos, más bien rural y cuyo nombre fueron los vecinos del pueblo quienes lo determinaron, en reconocimiento a un joven pintor desaparecido en tiempos de la dictadura.

Coincidencia, casualidad o quizá el azar.

Hoy la escuela además del nombre elegido por los vecinos, reza en una pared que da hacia el frente, la frase; “ pintar o dibujar es una forma de cuestionar la realidad…”

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