Estrellas fugaces…

Estrellas fugaces…

Williams Nuñez

28/02/2019

Hay gestos que conmueven. Hechos que nos sacuden, frases que nos dejan atónitos, nos provocan risa ó enojo en ocasiones, también ira e indiferencia. Muchas, quedan grabadas en el inconsciente colectivo, algunas se perpetúan, van de la mano incluso con los avatares de la humanidad. A mí me sorprendió una que descubrí escrita sobre un muro. En una derruída casa, junto a una ventana tapiada. Escrita a las apuradas, con trazos gruesos, toscos, al carbón. Letras negras, premonitorias…Y no sólo me sorprendió, me llenó el alma de tristeza. Cuando conocí y pude descubrir el porqué de aquel acto espontáneo y tal vez, desesperado, de quién lo hizo, me llenó de miedo. Encontré en aquella frase, un sentido oscuro, oculto, doloroso..terrible.

Vivian había conocido a Nora y puede decirse que aquello, fue un accidente. Como si en medio del cielo se hubiesen encontrado dos cometas, el roce de dos estrellas. Cada una con su brillo y su trayectoria. Cada una con su fuego.Vivian tenía diecisiete años y llevaba dos, drogándose. Arrastraba su flaca figura de adicta por los senderos de la Plaza principal del pueblo, frente a la Iglesia de San Pedro y a veces el sueño y la locura la dejaban en la puerta de la misma, acurrucada sobre diarios y cartones. Tapada a medias con una sucia frazada, muchas veces, mojada por su propia orina y su vómito.

A Nora le gustaba cantar, conservaba esa belleza inocente de los trece años, era alta, espigada, rubia y con unas pecas que a Vivian le parecían graciosas. Aún no sabemos si eso fue lo que la enamoró, pero seguramente el vicio las unió en el camino a la desolación.

La gente que transitaba por la calle peatonal, cerca de la plaza, solía verlas juntas, a la nochecita. Fumándose un cigarrillo de marihuana ó aspirando alguna sustancia, riéndose a carcajadas, abrazándose, besándose…encontrándo su lugar en el mundo, viviendo en sus propios mundos. En ocasiones, Nora se enojaba por tonterías y le recriminaba a Vivian, el hecho de no animarse a huir juntas. A cualquier lado. Personajes de la ciudad, visibles para sus propias locuras, sus propios sueños. Invisibles para una sociedad que no las aceptaba. Un buen día, Vivian le pidió a Nora que la acompañara a conocer un refugio, un lugar deshabitado a tres cuadras de la Iglesia, lejos de miradas y murmuraciones. Una habitación que aún se encontraba en pié, resto de una vieja casona a medio demoler y abandonada en un terreno baldío. Para ingresar, forzaron unas chapas que bloqueaban el frente del lugar, encendieron unas velas y las colocaron en un rincón alejado, tiraron papeles y mantas que Vivian mendigó en las calles, sobre el piso húmedo, maloliente, después se miraron largamente y lloraron juntas.Despertaron varias mañanas abrazadas, Nora se escapaba cada vez más seguido de su familia y de la indignación de sus padres, quienes, a esta altura, se encontraban desesperados. Ellos siempre creyeron que un buen colegio, buena ropa, amigos exclusivos, caprichos y total libertad, eran suficiente…

Lo de Vivian era diferente. Su papá estaba preso y su madre había muerto cuando ella tenía dos años. Sin hermanos, sobrevivió a los golpes y a la violación reiterada de un padrastro, que debía criarla y protegerla. Hasta los quince años. Harta del dolor y de los remordimientos, se escapó a la calle. La droga fue un refugio real al miedo, un consuelo y la mejor manera de olvidar. Entre ellas, los gestos siempre conmovían, emocionaban, sorprendían. Nora le suplicó a Vivian que intentaran salir de esa oscura realidad, asfixiante. Quería cantar y algún día, triunfar.

-Cuando cumpla los dieciocho, podrías ser mi tutora, me ayudas, te ayudo…-

Efectivamente, eran ilusiones de niña enamorada, queriendo encontrar una salida del Infierno. Vivian, cuando ocasionalmente se encontraba lúcida, apoyaba su cabeza en el regazo de Nora y sonriendo, le decía…

-Estás loquita, más loquita que yo…No sé que será de nosotros mañana, no sé si quiero lo mismo que vos. No puedo ni hacerme cargo de mí misma…-

Nora se enojaba y a veces se levantaba y salía corriendo, rumbo a ningún lado, triste, desolada. En una de esa ocasiones, volvió al lugar arrepentida de haber gritado, provocando que Vivian le pegara una bofetada.

¿Adónde encontrar una ternura parecida, un despertar sensual, un abrazo tibio, una pesadilla, dulce pesadilla similar.? ¿Había para ellas una esperanza, una redención…?

Antes de entrar, buscó entre el escombro y la basura un trozo de rama quemada, restos de fogatas hechas por otros mendigos que quizás, durmieron allí antes y con la parte carbonizada, con tosca caligrafía, escribió sobre la pared descascarada. Una frase que le explotaba en el pecho. Después entró a la ruinosa habitación, decidida a pedir perdón y a perdonar. Quedaban dos velas apenas encendidas, manchando el rincón. Y en la penumbra, distinguió el cuerpo desnudo de Vivian y a su lado, otro, a medio vestir…de un hombre. Comenzó a temblar y una horrible náusea le subió a la garganta. Se encegueció. La botella de ginebra sin terminar, aún estaba en las manos mugrientas del ocasional amante y ambos se hallaban sumergidos en el limbo de sus respectivos Infiernos. Arrojó una de las velas entre papeles, frazadas, ropas e hizo estallar la botella en la cabeza de ella. Las incipientes llamas, en minutos, se convirtieron en llamaradas, haciendo el resto.

Atontados, Vivian y el hombre, demoraron en reaccionar, gritaron y se chocaron entre sí, sangrando, quemándose. Nora, desde fuera, ató con una camisa rota y a través de un rápido torniquete, un hierro atravesado sobre el picaporte.

A la media hora, cuando entre vecinos y bomberos consiguieron apagar las llamas dentro, solo hallaron dos cuerpos calcinados. Milagrosamente, un sector de la pared donde estaba la ventana firmemente tapiada, en el exterior, no sufrió ennegrecimiento. Allí quedó, indemne, aquella frase garabateada que no puedo olvidar y que Nora, en el Hospicio, repite hoy, diez años después, como una letanía…

Si no hay amor, que nada exista…”

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