La ciudad está cubierta por un cielo azul intenso y despejado en su primera capa y debajo de esta se extiende una segunda, brumosa y plomiza, que parece aplastar a todos los que viven allí.Ese doble cielo solo se puede distinguir si uno se aleja de la ciudad un par de kilómetros. La mayoría de las construcciones son de dos o tres plantas. Todas iguales, pintadas de gris metalizado con amplias ventanas rectangulares. Hay avenidas con anchas aceras y quedan algunos árboles en solitario, protegidos por vallas metálicas que, a su vez forman bancos para sentarse, pero que nadie utiliza. Hay cuatro rascacielos a las afueras, coincidiendo con los cuatro puntos cardinales donde se concentran todas las empresas, servicios esenciales y centros comerciales. En estos lugares se escuchan algunas voces, sobre todo la de los niños, que salen de sus escuelas y todavía no han aprendido. Los adultos utilizan sus dedos con gran maestría para comunicarse. Es una ciudad silenciosa. Los vehículos son eléctricos y se agradece que no haya ruido de tráfico, pero ese silencio se hace incómodo. La gente camina por las calles a paso rápido sin hablar, sin mirarse, es más, sin verse, como si fueran únicos en su universo. Nunca alzan la vista, siempre con la mirada baja hacia el suelo. Parece como si se escondieran de las cámaras instaladas cada tres metros o como para evitar no ver reflejada en los otros su ausencia de vida.No saben que hay un azul en la capa más alta de su atmósfera y tampoco parece importarles la bruma que les rodea.

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