Mabel sabe que encontrará al Obernomio todas las mañanas poco después de despertar, pero nunca sabe cuándo o en dónde. A veces sale del grifo del lavamanos y otras del tubo de pasta de diente; a veces aparece su reflexión en el espejo o en el televisor o surge del envase de queso crema; una vez ‑-tal vez la peor– irrumpió en la habitación por una ventana.
El Obernomio tiene la forma de un humano, pero sin facciones ni huesos. Es enteramente maleable. No hace daño, sino todo lo contrario: ni siquiera advierte la presencia de Mabel. Aún así, esto no alivia su desasosiego. La anticipación de las invasiones del Obernomio aún la hace perder sueño, pues con el pasar de los años se ha ido dando cuenta que —como un insecto nimio— es ella quien habita en su casa.
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