“Estoy viviendo en Leganés con mi madre”, “Estoy viviendo en Leganés con mi madre” “Estoy viviendo en Leganés con mi…” ¡Para! No sigas.

Podría alzar la voz, hacerle sentir mi presencia, ahogar sus palabras. Lloriqueos de crío débil e impotente. Pero prefiero seguir en las sombras, es divertido verlo enloquecer.

Se desquicia, “Estoy viviendo en Leganés con mi madre”.

¿Quién decidió colocar aquel espejo? Condenado a permanecer frente al sitio de honor de la mesa del comedor. Una mesa de seis comensales, cinco sillas y un espejo que siempre devuelve una mirada directa a los ojos.

La madre ¿Quién si no? La viuda carcomida por la soledad que agotaba los esfuerzos en su único hijo, impidiéndole respirar, tomar bocanadas de aire fresco, porque el aire que podía respirar, era el que filtraba del ambiente sobrecargado, caliente y espeso del interior de la casa. Ella se sentaba en la silla contigua a la de él, y siempre empezaba la conversación hablando del tiempo.

Aquí son habituales las tormentas. Nuestras tormentas son las peores, son las que no mojan. El agua hace resbalar al polvo y limpia las heridas. Las tormentas interiores incendian el caos mientras, en el mundo de fuera, la luna se mueve lenta, pesada y el sol permanece inmutable mientras la tierra intenta alcanzarlo, sin saber, inocente; que se está moviendo en círculos. ¿Es de noche o ya ha amanecido?

Gracias a ella creía que vivían en una lámpara mágica y él era el genio. El tiempo se estancaba. Era capaz de cualquier cosa, excepto de decidir sus propios deseos… se tranquilizaba pensando que todo a era, al fin y al cabo, una farsa. Por mucho que frotaras no liberarías al genio. La madre lo sujetaba. ¿Sabes que el tiempo no perdona y siempre mata?

“Estoy viviendo en Leganés con mi madre”.

Pobre desgraciado, sentado en el suelo, de espaldas a su propio reflejo, incapaz de darse la vuelta y enfrentarse con la mirada del espejo, aferrando la mano inerte de las cadenas que antes lo apresaban. Agua roja gotea entre los dedos, ensuciando también sus propias manos. No le importa, al fin y al cabo, ya las tenía manchadas, igual que yo. ¿Cómo diferenciar la mente maquinadora del pelele ejecutor? ¿Quién tiene menos culpa? Sé que él tiene más miedo. Frágil y solo. Aprieta sus dedos en torno a los de su madre con desesperación, añorando su voz, sus órdenes, sus soluciones y la habilidad para hacerle olvidar que el mundo exterior es impasible al sufrimiento humano… Infeliz.

“No, eso no, eso está mal”_ “¿por qué?”, replicaba yo cada vez que nos encontrábamos en un dilema moral… ¡moral! “la moral es artificial”, “¿No lo entiendes?”_ sentenciaba intentando hacerle entrar en razón. No es más que un invento humano para asegurar la supervivencia de los débiles. “¿Compasión?, ¿compasión de los que se quedan bajo tierra actuando como obstáculos para los que nos esforzamos en cavar intentando salir al exterior? ¿Tenemos que cargarlos a la espalda cuando confunden el miedo y la desidia?” Él tiene miedo de mí, sin saber que también debería tener miedo de él. Yo solo actúo como reflejo violento de los deseos de su subconsciente No eches de menos la carga, libérate.

“No se puede matar”_ honrarás a tu padre y a tu madre, no cometerás actos impuros, no mentirás, no matarás_ “¿Quién dibuja la línea que separa el bien del mal? Personas que clasifican conceptos que apenas entienden”.

“Por algo se dibuja esa línea”, podría contestar…pero nunca lo hace. Para que algo parezca banal tan solo hay que teorizarlo. Para que algo pierda el sentido tan solo hay que darle profundidad. “Sube más arriba, a una altura donde la barrera se empiece a difuminar, donde los cuerpos apenas se distingan como insectos, ¿has aplastado una hormiga alguna vez? Observa ahora. Normas morales que dictan personas que temen morir”

– ¡Todos tenemos miedo a morir!_ Estalla colérico, sabiendo que de forma inevitable cede progresivamente. La fuerza de la gravedad no perdona una vez te has asomado al abismo.

– Por eso matamos. 

Me acerco, finalmente, para hacerle sentir mi presencia, acompaso nuestras exhalaciones e inhalaciones, respirando el mismo aire marrón. Negro por los pensamientos, los recuerdos y la muerte. El rojo por parte de la sangre. 

Suelta la mano que cuelga de la silla y hunde la cabeza entre las piernas. ¿Intentas evitarme? La locura nos vuelve estúpidos y la estupidez puede hacerse pasar por valentía. ¿Me temes? Yo tampoco a ti. Pero tú mientes. ¡Y decías que el mentiroso era yo!

Me engañas. Te engañas. ¡Levanta! 

Desde algún recóndito lugar del cerebro, un impulso nervioso decide arriesgar y tensar sus piernas. Se mueven con dificultad. Frágiles. Tiemblan. Un poco más. Mira al cielo esperando una señal del Dios en el que no cree. Al igual que siempre, no ve nada más allá del techo. Aturdido y resignado poco a poco toma fuerzas. Gira sobre sí mismo lentamente…reúne valor: 


Se mira en el espejo y me ve.

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