El año era 2005, un joven soñador, ingenuo e inexperto, ingresa por primera vez a la universidad. La Facultad de Derecho, se elevaba ante él, como una nueva madre dispuesta a enseñarle todos los conocimientos necesarios para ganarse la vida con el ejercicio del Derecho. La gran mentira, brillaba con la fuerza de 10 soles, iluminando un universo sediento de conocimientos, y deseos de ayudar a los demás.

El joven soñador, no temía a este nuevo camino, ya antes había logrado obtener lo que se proponía, y su deseo era genuino, quería ayudar a las personas… ¿o tal vez, no tan genuino, y no tan inocente? El joven deseaba una vida llena de éxitos, ganándose el dinero plasmando sus brillantes conocimientos sobre una página en blanco. Rápidamente recibió la primera bofetada propinada por la realidad. «Introducción al Estudio de Derecho», una materia fundamental, basada en principios, criterios, conceptos y más criterios, procedentes de hombres que habían muerto hace mucho tiempo.

No se deprimió a pesar de la bofetada cargada de realidad. – ¡Los conceptos y principios son importantes, más adelante me ayudaran en mis audiencias! – Exclamó el joven emocionado, mientras se servía otra taza de café, con la que asesinaba su cansancio, y le daba la bienvenida a un nuevo amanecer, con otro interminable libro entre sus manos.

El segundo año en la licenciatura de derecho, no fue más fácil, pero el joven, estaba satisfecho, había superado el impresionante semestral de Introducción al Derecho, y sobrevivido al salvaje examen oral de Derecho Romano. Estaba muy contento, así que la realidad decidió darle una bofetada más. Derecho Civil, Derecho Comercial y Derecho Penal. Más y más libros, más y más conceptos, más y más principios, y más opiniones de hombres y mujeres (curiosamente, más hombres que mujeres) que habían vivido en otras épocas, y cuyas palabras, eran aplicadas como si la sociedad no hubiera cambiado en 100 años.

Tercer año de la carrera, y el joven ya estaba ansioso por aplicar todo lo que había aprendido. Quería trabajar y estudiar. La gran mentira, se burló de él, mientras que las serpientes disfrazadas de «amigos», iban arrastrándose a su lado. – No hay necesidad de trabajar ahora, – dijo una de las serpientes disfrazada de un compañero. – Si trabajas ahora, no podrás graduarte con nosotros, – agregó otra de las serpientes, añorando un éxito que aún no nacía, y que eventualmente tampoco lo haría.

El cuarto año de la carrera transcurrió muy rápido. Las serpientes disfrazadas de amigos, tenían razón, o al menos, parcialmente la tenían. Trabajar y estudiar fue demasiado para el joven, pero sumo valiosas experiencias, las suficientes para aprender a distinguir a las serpientes, de los verdaderos amigos. La gran mentira «La Facultad de Derecho», se burló una vez más, al verlo caminar por sus pasillos. –…has vuelto, y sigues sin aprender lo verdaderamente importante…– susurro la gran mentira. El joven empezaba a sospechar, pero ya eran 4 años de estudio, 4 años de sacrificio, 4 años leyendo, tomando café, estudiando, trabajando sin descanso. No podía rendirse ahora.

El quinto año de la licenciatura llego. Derecho de Familia, Derecho Internacional Público, Derecho Laboral, Derecho Minero. El joven ya era un experto leyendo tomos y tomos, memorizando principios, teorías, y cientos de miles de opiniones; fue capaz de aprenderse los nombres de los autores que más llamaban la atención, incluso llego a formar amistades imaginarias con estos hombres y mujeres que aun a través de la muerte, lo seguían educando. El paso del tiempo, y la complejidad de las asignaturas, hizo que la mayoría de las serpientes desaparecieran, al final el joven, completo su carrera acompañado de sus mejores amigos, que ahora eran casi como hermanos, igual de soñadores, igual de trabajadores, igual de luchadores, pero también, y lastimosamente, igual de ingenuos.

La graduación, la tesis, y luego la idoneidad, para finalmente decir con orgullo que era un abogado. La gran mentira, lo miro una última vez, a él y a sus amigos, se burló y espero a que «La Calle» se encargará, y así fue. Los años de estudio, los libros, los criterios, los principios, todo lo que fundamentaba el derecho, fueron lanzados a la basura con un simple vistazo a la realidad. Más de 20,000 abogados en un país pequeño, con un sistema judicial corrompido por años y años de atraso, por jueces corruptos, y funcionarios públicos que prácticamente se creían dueños del sistema.

El joven descubrió de la forma más amarga, que las sucesiones podían durar años, que las pensiones alimenticias, no se usaban para favorecer a un menor de edad, sino más bien como herramientas para castigar al hombre, impulsada por el rencor y la insatisfacción de una mujer resentida. Los conflictos de tierras, podían separar familias por décadas, bajo peleas que alcanzaban incluso a las siguientes generaciones. Unas demandas tardaban meses en ser admitidas, mientras que otras «donde las cuantías eran muy elevadas», se resolvían mediante apretones de manos entre las sombras, perjudicando a las partes más débiles, generalmente aquellas que no podían costear los honorarios del respetado jurista amigo del juez.

Si la Facultad de Derecho, era «La Gran Mentira», entonces «La Calle», definitivamente debía ser su hermana «La Gran Verdad». Todo abogado expuesto a la realidad, rápidamente recibía el piquete de la corrupción, unos eran lo suficientemente astutos como para alejarse, mientras que otros aceptaban con orgullo el veneno de la calle.

– Soy amigo del juez, – comento un colega, sentado en la mesa, de una concurrida cafetería; el joven estaba sentado a su lado, con fotocopias de cuatro tomos, sobre un caso penal que había decidido aceptar. –…Baja la voz…– susurro la abogada que acompañaba al distinguido jurista.

El joven, ahora envejecido por la realidad mostrada por la calle, decidió ignorar aquellas palabras, y continuo su preparación, seguro de que perdería aquella contienda, no porque su representado fuera culpable, sino porque la parte contraria la representaba «el amigo del juez».

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