Esa es la pregunta a la que por cobardía o por pereza jamás daré respuesta. Estar aquí, así vestido, así de temprano, con ganas de dormir y congestionado, como lo está Madrid.

Ni siquiera ha salido el Sol y yo ya me he despertado, me he aseado y estoy en la calle, caminando rápido, con un rumbo fijo y a la vez desorientado; camino de la Universidad. Otros como yo vienen conmigo, y compartimos parte del camino, pero no interactuamos. El trayecto que te toque, como te toque hacerlo, hasta donde tengas que ir, nunca será un viaje. Vivir nivel fácil, sin responder a las preguntas fundamentales, sin asumir riesgos, odiando tu vida y malgastando tu esfuerzo en ella.

Echo de menos los trabajos manuales, la talla, la forja, las ciudades sin masas grises en el aire, en la calle y en el metro. Pasear por las mañanas y café por las tardes, sin prisa y sin dinero. La esclavitud voluntaria es mi forma de vida, así que salgo de casa, bajo al metro, entro en el aula, me siento y espero. No aprendo nada.

A veces me cuesta distinguir si esto es un sueño o la realidad, a veces miro al cielo y encuentro un techo, a veces hago lo que quiero. Y mañana da igual, no conozco a nadie que reconozca un día entre el lunes y el viernes, no conozco a nadie, ¿a quién pretendo engañar?.

Vivir es un trabajo excesivo, notar tu corazón latir, monótono, incesante, no hay parangón, estás ahí, a tu lado, contigo y no tienes con quién compartir. Vivo en una soledad tallada con la precisión de un láser, tallada por mí. Y escribir, Escribir mal. No puede salir de mi una acción, no hay discurso, hay epítetos, comas, puntos, no ocurre nada, frases que se yuxtaponen, se frenan entre sí, se seducen, quieren ir a alguna parte pero se quedan, bien porque son cobardes, bien porque les da pereza.

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